
Hace cien años nació Lola Flores. En Jerez de la Frontera, el 21 de enero de 1923. Su vida la contó muchas veces. No es cuestión de condensarla aquí, en la creencia de que nuestros lectores la conocen suficientemente. Entendiendo que es más ameno recopilar algunas de sus mejores anécdotas, cumplamos así nuestro tributo a la artista del espectáculo más popular de España.
Aunque haya quienes todavía la crean gitana, no lo era. "En todo caso, tendría sólo un cuarterón de sangre calé", comentaba. Sus dos primeros apodos artísticos, fueron: Lolita de Jerez, e Imperio de Jerez. Su mayor ídolo siempre fue Manolo Caracol, trece años mayor. La primera vez que se vieron, el "cantaor" no le hizo el más mínimo caso: era todavía una chiquilla. Se vio obligada a pedir limosna por las calles de Madrid un día que no tenía que llevarse nada a la boca. Y en Barcelona, durante una fiesta de señoritos, "distrajo" doscientas pesetas de la cartera de uno de ellos. Tuvieron que transcurrir unos cuantos años, triunfar con el "Lerele" y "La Zarzamora" hasta que su vida cambió por completo y ya era famosa, con sus cantes y sus bailes. Por mucho que intentaron copiarla, nadie alcanzó su trono.
En el año 1960, Lola se encontraba en la cumbre de su carrera, viajaba al otro lado del Atlántico y actuaba con éxito sobre todo en México y Argentina. La tata viajaba con ella, además de los componentes de su espectáculo. Y les preparaba comidas españolas: pringá gitana, puchero, cocido, lentejas, papas aliñadas con huevo… Lola no guisaba. Se obsesionaba con mandar dinero todas las semanas a sus padres. Raro era el día que no compraba alguna joya, trajes también. En esa época no se le conoció hombre alguno que no fuera su marido. El último amante había sido Coque, el jugador de fútbol del Atlético de Madrid. Pero ella vigilaba a Antonio González, por si se le ocurría ponerle los cuernos.
En México era muy conocido el actor Indio Fernández, también director. Hombre habituado a la bebida, que armaba grandes broncas. Presumía de haberse acostado con Lola Flores. Enterada ésta, le dijo que a ver si era tan hombre y se lo decía a la cara. "¡Pero qué me voy a ir yo a la cama con un tío tan feo…!"
A Nueva York, Lola fue en bastantes ocasiones. Como no sabía inglés, cierto día al dejar el hotel, pidió la cuenta, que leyó despacio. Enfadada, de pronto le dijo al recepcionista: "¡Oiga, pero qué me cargan aquí, una barbaridad de dólares, que me clavan bebidas que no he tomado, y mucho menos ron, que no me gusta…!" El representante de la artista, Pepe Vaquero, la sacó de su error: "Lo que dice la factura es "room", que significa habitación, Lola".
Cuando en 1951 Lola rompió su tempestuosa relación con Manolo Caracol, que aparte de mantener con ella apasionadas noches de amor, le daba unas zurras de vez en cuando, lleno de celos, el cantaor la sustituyó en su espectáculo con su propia hija, Luisa Ortega, excelente artista, con una extraordinaria voz flamenca, y coplera de lujo. Pero aún así, a sus veinte años, no pudo ocupar el sitio que había dejado la jerezana, a la que Manolo le cantaba con arrebato "La Niña de Fuego" y "La Salvaora". En un cumpleaños de Lolita, en el tablao flamenco de Caracol, éste invitó a Lola a subir al escenario para recordar viejos tiempos. De pronto, Luisa Ortega se levantó airada de su asiento y se puso a insultar a La Faraona. La bronca a poco termina con todo ese clan en la comisaría. Nunca volvieron a hablarse, hasta que en el entierro de Manolo, Lola fue a darle el pésame a su hija.
Pese a lo contado, Lola se llevó bien con todas las folclóricas: Carmen Sevilla, Paquita Rico, Juanita Reina… Eso sí, en el escenario cada una iba a lo suyo. En la película El balcón de la luna, Lola se unió a las dos primeras. A la hora de ponerse de acuerdo para ver quién encabezaba el reparto, dieron con la solución: sus nombres aparecieron en aspas.
Le gustaban los toros. Luís Miguel Dominguín era uno de los toreros que admiraba. Se encontraron un invierno en Manizales. Y el padre de Miguel Bosé la invitó al día siguiente a la fiesta que daba un ganadero colombiano. No le puso en antecedentes el sitio donde se celebraba: estaba en lo alto de una montaña. Lola tardó más de dos horas en llegar en medio de una tormenta. Enfurecida, pagó su malhumor con Luis Miguel y estuvieron dos años sin hablarse. Presente allí estaba Rafael Alberti. Tal vez no se llevaban bien por cuestiones políticas, paisanaje aparte. El caso es que poco después, con motivo del ochenta cumpleaños de Picasso en su residencia de la Costa Azul, Lola Flores iba a actuar en su honor; cobrando, eso sí. Pero a última hora suspendieron la fiesta. Le pagaron el medio millón de pesetas convenido. Aunque ella se quedó con la mosca tras la oreja: tal vez al enterarse los organizadores de que era franquista, desistieron de su "show". Al respecto, Lola siempre dijo que políticamente no era de nadie. Y en una cena a la que asistí, en presencia de Santiago Carrillo, le dijo: "Si usted me garantiza la paz que hemos tenido cuarenta años con Franco, no me importaría votarle". Y el líder comunista le plantó dos besos a "La Faraona".
Los casinos de juego eran la perdición de Lola. Siempre tuvo mala suerte y perdió muchísimo dinero en la ruleta. Tuvo gracia la noche en la que en el de Torrelodones se dejó cuanta pasta llevaba en el bolso. Era madrugada cuando esperaba que un táxi la llevara a casa, pero no aparecía ninguno. De repente, dio el modo en realizar ese viaje de treinta kilómetros: se subió en la cabina de un camión de reparto de refrescos. De tal guisa pudo aparecer en su domiciio, ya con las luces del nuevo día.
En otra ocasión, en el mismo Casino madrileño, no la dejaron entrar: se había olvidado del carné de identidad. " ¿Pero no saben ustedes quién soy? ¡Si todo el mundo conoce a Lola Flores, hasta el gato!" Iba aquella noche acompañada de Gina Lollobrígida y otros amigos. Que ante ese contratiempo tomaron partido por ella y terminaron en su casa tomando unas tortillas de patatas y jamón para olvidarlo.
Estuvo que sepamos al menos dos ocasiones a punto de ser llevada a la cárcel, acusada de escándalo público. Ocurrió en Arcos de la Frontera y en Villarrobledo. En ambas ciudades, no estando a gusto en el escenario en el que debia salir a actuar, se negó en redondo pocos minutos antes de la hora anunciada, con el público esperándola. Como no salía, tanto en un sitio como en el otro tuvieron que intervenir unos policías para advertirle que de no cumplir su contrato dormiría esa noche en comisaría. Ante la advertencia, cambió de parecer.
Cobraba más que ninguna colega. Pero no era una hormiguita ahorradora. En los negocios que emprendió, salía casi siempre malparada. Montó dos "boutiques" y le fue fatal. Llegaba a esas tiendas, pedía la recaudación y se iba. Tal vez al Casino. O se lo gastaba en ropa. Alquiló un "tablao" en Marbella donde tampoco le fue bien, dejando de actuar ese verano en galas que le hubieran reportado un buen dinerito. Tampoco tuvo fortuna con un local que adquirió en el madrileño barrio de Chamberí, porque los vecinos le impidieron abrirlo al público. Había tenido una bronca con una señora del mismo edificio, a la que insultó. Resultando ser la esposa de un general. Eso precipitó que la Comunidad de Vecinos no le autorizara la apertura del "tablao", como pretendía. Le fue mejor con "Caripén", donde se podía cenar a altas horas de la noche. En una comida homenaje a Pastora Imperio se colaron más periodistas de lo previsto. Y Lola no pudo o no quiso dar de comer a los que entraron sin invitación. Yo sí la tenía. Tuvimos que compartir nuestras viandas con los otros colegas no invitados para arreglar el desaguisado. A veces, Lola no era tan generosa como parecía. Me ocurrió una madrugada en el antes mentado "tablao" marbellí, al que nos había convidado. Acudí con un compañero fotógrafo. Dio orden al responsable de la barra. Pasó más de media hora y no atendía nuestra petición de un plato de jamón, pues no habíamos cenado. Desde el fondo de la cocina, creí ver a Lola guiñándole un ojo al camarero, hasta que éste cedió.
Lola se codeaba con todo el mundo. Se reunía con la Duquesa de Alba, por ejemplo, en más de un "sarao". Un periodista argentino la engatusó para que solicitara un título aristocrático, siendo tan popular en toda España. Le sugirió que podía ser el de Marquesa de Torres Morenas. Ella se lo creyó, hasta que alguien le quitó de encima aquella pretensión, tras abrirle los ojos. Lo que sí consiguió, gracias a los buenos oficios de su "mánager" Pepe Vaquero, fue que el entonces Ministro Secretario General del Movimiento José Solís Ruiz le impusiera el Lazo de Isabel la Católica, (lo que le confería el derecho de ser tratada como Excelentísima Señora), tras el visto bueno de Franco, imagino. Por cierto, cuando Lola asistía a las recepciones del Jefe del Estado solía ir acompañada de Beni de Cádiz, un "cantaor" que tenía muchísima gracia y se atrevía a contarle algunos chistes al Jefe del Estado, poco proclive a reirse, y menos en público. Lola le decia al Caudillo que sufría mucho por sus hijos, y Franco, al verla conmovida, contestaba: "¡Pero si tú eres la alegría de todo el mundo…!" A doña Carmen Polo de Franco, Lola la llamaba "La Generalísima". Y en un 18 de julio de desde la Casa Civil no habían invitado a Lolita, su hija, se quejó por ello. Sólo Lola Flores podía comportarse así ante el entonces temido, reverenciado dictador.
Por su casa cercana al paseo madrileño de la Castellana pasaban celebridades del espectáculo y la vida social: Audrey Hepburn, Yul Brynner, que una noche se puso a bailar flamenco con mucho arte por sus ancestros de gitanos rusos, la ya citada Duquesa de Alba, la de Quintanilla… Más o menos todos se animaban, al menos a jalearla. En un yate anclado en las aguas sevillanas del Guadalquivir, hubo una fiesta donde Lola invitó a los Duques de Cádiz a salir a bailar con ella. Pero Carmencita se disculpó: "Es que Alfonso, mi marido, es muy soso..."
Lola Flores se gastó dos millones de pesetas en adecentar la casa en la que nació en Jerez, en la calle del Sol. Quería montar allí un museo. El Ayuntamiento le prometió un millón si llegara ese momento de abrir sus puertas. Mas ella, entusiasta al principio, no acabó de llevar a buen puerto su deseo. Después de transcurridos tantos años, parece que en este 2023 la familia de la gran artista podrá asistir a su inauguración, a ese Museo tantas veces soñado por ella. Por esa dejadez suya, tampoco Lola llegó siquiera a hacer testamento. Quizás en eso pesaría más la superstición. Pensaba, en todo caso, que tardaría mucho tiempo en irse de este mundo. "¡Que cuando me muera me la metan… la bata de cola, me refiero, en el féretro!" Aunque no la amortajaron como ella dijo en aquel memorable programa de José Luís Balbín, "La Clave".
Le propia Lola contó en su libro de memorias dictadas a Tico Medina después de muchas sesiones de trabajo interrumpidas a lo largo del tiempo, el número de amantes que tuvo, comenzando por el guitarrista Serrapí (Niño Ricardo), con quien perdió su honra, que se decía antes, y siguiendo con un empresario teatral , varios futbolistas del Barça, alguno del Atleti, y unos toreros, como el sobrino de Joselito, Rafael Ortega "Gallito". Tras unos años en los que le fue fiel a Antonio González, sabido es que vivió la última pasión de su vida con un "bailaor" de su compañía, "El Junco". Almorzando un día con ella, me confesó a los postres: "Yo quiero mucho a mi marido, ya no dormimos juntos, pero estamos viviendo bajo el mismo techo. Pero es que yo, aquí abajo (y señalaba sus partes pudendas) tengo un fuego que me consume… ¡y tengo que apagarlo!"
Nunca hubo como ella. A los cien años de su nacimiento se la sigue recordando.



