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Joanne Woodward tiene alzhéimer y ya no recuerda a Paul Newman

Joanne y Paul se vieron por primera vez en agosto de 1952. Pasaron su vida juntos.

Joanne y Paul se vieron por primera vez en agosto de 1952. Pasaron su vida juntos.
Paul Newman y Joanne Woodward. | Cordon Press

Joanne Woodward, una de las pocas actrices supervivientes de un lejano Hollywood dorado, cumple noventa y tres años ingresada ya hace tiempo en un sanatorio de Connecticut, enferma de Alzheimer. Ajena a que recientemente se haya publicado un libro donde el propio Paul Newman había dictado a un amigo pasajes de su aparente feliz vida conyugal, cuando él mismo confesaba haberle sido infiel muchas veces. A la aparición de ese volumen, La extraordinaria vida de un hombre corriente, en diciembre último, se ha sumado un documental, dividido en seis capítulos, programado en el canal HBO, Las últimas estrellas de Hollywood, donde asimismo se recrean pasajes biográficos de la pareja, muchos de ellos desconocidos para el gran público.

Joanne y Paul se vieron por primera vez en agosto de 1952 en el despacho neoyorquino de un agente de espectáculos. Ella no pudo evitar sentirse atraída por él, que la miraba con sus penetrantes ojos azules. Sólo un año más tarde comenzó una relación, cuando fueron contratados como sustitutos de los protagonistas en el estreno en Broadway de la romántica comedia Pic-Nic. La pasión entre ambos ya no cesaría. Mas, enterada la conservadora familia de Joanne Wooward (cuyo nombre y apellidos completos eran los de Joanne Gignilliat Trimmer Woodward, de lejanos ascendientes hugonotes) que quien convivía con ella, "el tal Paul", no era sino un golfo que le ponía los cuernos a su mujer, la pareja tomó sus preocupaciones. ¿De qué forma?

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Paul Newman y Joanne Woodward | Cordon Press

Era cierto que Paul Newman estaba ya casado: con una actriz rubia, llamada Jacqueline (Jackie) Whitte con la que tenía tres hijos. Novios mientras formaban parte de una modesta compañía teatral, contrajeron matrimonio en 1949, atravesando muchas dificultades económicas. Y cuando Paul y Joanne ya convivían, aún no se había disuelto aquella anterior unión conyugal. Tratando de hacer ver a sus progenitores que lo de sus amores con Newman sólo constituían algo pasajero, Joanne los engañó yéndose a vivir en Los Ángeles con el renombrado escritor Gore Vidal. Un gay que durante los meses que la tuvo en su casa, no se cree llegara a mantener con ella relaciones sexuales: sólo amistosas. A modo de pantalla, en tanto ella y Paul Newman se encamaban en hoteles de carretera, en sitios donde nada pudiera descubrirlos, desde playas semi desiertas, a piscinas alejadas del mundanal ruido de Hollywood, incluyendo garitos o baños de cutres restaurantes. Eran libidinosos, sobre todo él, quien manifestaba una indescriptible lujuria, al decir de sus amigos. Y en todos esos sitios, se contaban que dejaban algún rastro; siempre habría alguien que los identificara, cuando ya iban siendo populares por sus trabajos en el cine y algunas apariciones en televisión.

Ya resuelta la ruptura del galán con su primera mujer, desaparecieron los posibles problemas familiares que existieran para Joanne Woodward. Se casaron el 29 de enero de 1958 y fueron llegando a su hogar tres hijas: Elinor (Nell) Teresa, Melissa Steward y Claire Olivia. Aparentemente todos muy unidos, sin fisuras. Además, Joanne quiso también tener con sus hermanas, a los tres hijos que había tenido Paul con Jackie White. Y amén de ese familiar ambiente, Joanne y Paul desarrollaron juntos una carrera artística, a veces por separado, y otras unidos en las carteleras cinematográficas, a partir de 1958, cuando fueron protagonistas de El largo y cálido verano, un filme muy comercial que los catapultó a una inmediata popularidad mundial, al que siguieron otros de menor repercusión: Un día volveré, Un marido en apuros y Desde la terraza. Y en sus escarceos como realizador, Paul la dirigió en una aceptable y dramática película: Raquel, Raquel.

Podría dar la impresión de que Paul Newman superaba a su esposa en la atención de la crítica y el público: sin duda eran millones de mujeres en todo el mundo que estaban fascinadas por el incontestable físico del galán. Mas no podía olvidarse que ella había ganado en 1957 un Óscar por su impecable interpretación en Las tres caras de Eva. Y él hubo de esperar hasta 1986 para sostener entre sus manos la ansiada estatuilla de oro, "las del tío Óscar" como fue bautizada al crearse, gracias a su papel en El color del dinero, ya al final de su triunfal carrera cinematográfica. Si Joanne Woodward había sido coprotagonista con Yul Brynner en El ruido y la furia y al lado de Marlon Brando en Piel de serpiente, Paul Newman no ha de subestimarse bajo ninguna causa: ahí está para la historia del cine su muy alabada filmografía (exceptuando como siempre algunos otros títulos de menor entudad) integrada por La gata sobre el tejado de zinc caliente (adjetivo final eliminado en las carteleras), La leyenda del indomable, Dulce pájaro de juventud, El buscavidas, El golpe, y un notable etcétera, que renunciamos a citar para no alargarnos, y asimismo por harto sabido.

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Joanne Woodward y Paul Newman | Cordon Press

No eludimos que Joanne Woodward pudo haber aumentado su filmografía, pero ante todo fue madre, se ocupó de sus hijas, de los hijos de Paul, y de estar el mayor tiempo posible con éste, por muy diversas razones, algunas de las cuáles relatamos seguidamente. Bien sabía ella que a su marido lo perseguían compañeras de reparto, admiradoras a porrillo. Procuraba no alimentar sus muy comprensibles celos. En el rodaje de Dos hombres y un destino, pongamos como ejemplo de otras aventuras, Newman se enrolló, nada menos que a lo largo de año y medio, con la periodista Nancy Bacon. Le ganaba a Robert Redford, su compañero más de una vez en las pantallas, en birlarle más de una dama. Pero es que, si le sumamos otras llamemos debilidades, puede concederse a Joanne Woodward una persistente preocupación por él, quien empinaba el codo noche tras noche, libando interminables vasos de whisky otros licores, lo que le llevaría en cierta ocasión a ser arrestado por la policía de tráfico, conduciendo borracho, y a pasar unas horas tras los barrotes de una comisaría. Un escándalo en las páginas de sucesos. Peor, si cabe, fue cuando durmiendo junto a Joanne se cayó una madrugada de la cama y del golpe que se dio contra el suelo manó abundante sangre. Alarmada, su abnegada esposa lo llevó a urgencias y en el hospital, los facultativos firmaron un acta donde quedaba reflejada la causa del incidente. Transcurría 1971 y el galán dirigía por entonces la película Casta invencible.

Como quiera que Paul Newman concluyó que no podía seguir viviendo a merced del alcohol, prometió a Joanne que, en adelante, sólo se llevaría a su gaznate algunas cervezas. Ella lo había abandonado, momentáneamente desde luego, llevándose a sus tres hijas a la casa que tenían en la playa de Malibú. Y Paul las siguió para obtener su perdón. Fue cuando se dejó llevar, al margen de sus trabajos profesionales, por su otra vocación, el automovilismo, llegando a pilotar veloces coches de carreras. Precisamente ese apasionado furor por tal práctica deportiva condujo a una muerte estúpida a su colega James Dean, que iba a rodar "Marcado por el odio". Tal circunstancia procuró su papel a Paul Newman, que dio vida a un famoso boxeador norteamericano con total solvencia en la pantalla. Pareciera que el astro famoso no hubiera hecho otra cosa en su vida que transitar entre las doce cuerdas de un ring. No se dejaba fácilmente aceptar que "un doble", el necesario especialista en todo rodaje de acción, lo sustituyera en peligrosas secuencias; lo que constituía para los productores un conflicto con las compañías aseguradoras. Newman salía siempre triunfal en sus arriesgadas decisiones. Elia Kazan , que lo conocia muy bien, ya había pronosticado en su momento que ese chico, Paul, haría carrera (no refiriéndose precisamente a un circuito automovilístico) en el cine, cubriendo el hueco que iba dejando Marlon Brando por su complicada idiosincrasia.

Un capítulo negro en la vida de Paul Newman, que desde luego salpicó a Joanne Woodward, fue la muerte de uno de los hijos del primero, de su inicial matrimonio, Scott, que era el único varón que tuvo. Adicto a las drogas, su padre nada pudo hacer para alejarlo de ese vicio. Se suicidó tras una sobredosis cuando sólo contaba veintiocho años, en 1978. Un suceso que le costó muchísimo superar, que le acompañó siempre en su mente, en su corazón dolorido. Fue cuando, de acuerdo con Joanne, creó una Fundación, el Centro Scott Newman, para ayuda de los jóvenes drogodependientes, y una aledaña que se ocupaba asimismo de los niños afectados por enfermedades incurables o crónicas. Si su patrimonio era elevado y podía permitirse disponer de importantes cantidades para incrementar los fondos de esas entidades benéficas, tuvo la idea de comercializar una marca de sopa de tomate que en la etiqueta llevaba impreso el rostro del actor. La compañía fabricante era la Newman´s Own que, con esos fines caritativos, logró recaudar seiscientos millones de dólares.

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Paul Newman | Archivo

Era el año 1986 cuando, aun en pleno éxito continuado, Paul Newman era consciente del lento pero perceptible, para él, ocaso de su carrera. Y quiso legar para la posteridad una especie de memorias donde, más que evocar sus recuerdos cinematográficos, quería confesar aspectos más íntimos. Llamó a su buen amigo, el guionista Stewart Stern (responsable del argumento de Rebelde sin causa) para que al alimón recogieran impresiones grabadas en cintas magnetofónicas. Fueron muchas las horas que transcurrieron en esa labor: Stewart le podía incitar, aludir a acontecimientos privados del actor, y éste iba haciendo memoria de episodios personales y de su mujer, jamás sabidos por la gente. Quedaron Paul y Stewart al cuidado de dichas cintas. Pero el fin previsto de que las transcribiera este último para ser publicadas, tuvo un inesperado contratiempo. Newman se arrepintió de su proyecto, llamó a Stewart Stern, pidiéndole encarecidamente que esas grabaciones fueran quemadas. Se cree que así lo hizo éste… pero ya su contenido estaba fuera de peligro, digamos. Un voluminoso fajo de folios, que esperaban para ser dados a la publicidad.

Paul Newman murió de cáncer, a los ochenta y tres años, en 2008, en la casa que el matrimonio tenía en Westport, Connecticut. Nueve días antes, Joanne Woodward había sido ingresada en un hospital, diagnosticada como paciente de Alzheimer. La última actuación de ambos está fechada en 2005, cuando se despidieron de su público con una miniserie emitida por cable, titulada "Empire Falls". Aún ella tuvo arrestos, siendo llorada viuda, de realizar su última aparición en la pantalla, año 2010, con "Change in the Wild".

Aquellas cintas dictadas por Newman y transcritas por su amigo Stewart Stern, dormían el sueño de los justos. El gran actor confesaba en ellas haber sido infiel a Joanne en bastantes ocasiones. Se arrepentía de ello. Porque mintiendo, dejó una frase ya archirrepetida a pregunta de un informador acerca de si como se rumoreaba engañó a su mujer más de lo sabido: "Verá… Yo tengo un solomillo en casa. ¿Por qué habría de salir fuera para comerme una hamburguesa". Un símil gastronómico acerca de su felicidad conyugal puesta en duda en los comadreos de Hollywood. Paul Newman emulaba a Pinocho cuando le iba creciendo la nariz. Y Joanne, en la inopia, poco menos. Porque ella había retratado así a su marido: "Es guapo, sexy, pero por delante de todo me quedo con que es un hombre que me hace mucho reir". Y ¿cómo es que aquellas memorias de Newman, de las que se arrepintió habérselas confiado al antes citado nuevamente Stern, han acabado siendo publicadas, en España con el título de "La extraordinaria vida de un hombre corriente?" Sencillamente porque en poder las grabaciones de las tres hijas del actor y Joanne Woodward optaron porque no quedaran inéditas. Mal por ellas, al no respetar el deseo final de su padre tras cambiar de opinión y pedir que se las llevara el fuego. Bien porque así hemos podido enterarnos de muchos secretos de aquel matrimonio, aparentemente equilibrado, hasta conocer ahora la verdad de que eran incompatibles en muchas cosas y ella sobrellevaba unos pesados cuernos. Por no insistir en el alcoholismo del galán de los ojos azules, cuando millones de mujeres lo idolatraban.

Ítem más: la serie televisiva de HBO Las últimas estrellas recogía en su media docena de capítulos la voz de Paul Newman contando su vida, los comentarios asimismo de Joanne Woodward. Lo que al menos la crítica norteamericana ha dicho es que no se comprende cómo los responsables de ella hayan recurrido a George Clooney y a Laura Linney para con sus voces, superponerlas a las del matrimonio infiel. Algo chusco: dos actores que doblan las palabras de otros dos actores. Lo que ha sucedido acerca del libro y la serie es que las vidas de Paul Newman y Joanne Wooward han quedado al desnudo. Que su unión no fue tan idílica como se creyó. Y ella, en su actual estado nebuloso, sin saber quién es, con su memoria ausente, nada ya puede agregar, o desmentir si así le fuera posible discrepar de lo confesado por él. Los secretos que han salido a la luz muy tarde, objeto ahora de sorpresas y polémicas.

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