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Sigourney Weaver: "Después de 'Alien' ningún hombre se atrevió a acosarme"

La actriz protagoniza la serie Las flores perdidas de Alice Hart (Prime Video): "No me importa envejecer. Me ofrecen papeles más interesantes".

La actriz protagoniza la serie Las flores perdidas de Alice Hart (Prime Video): "No me importa envejecer. Me ofrecen papeles más interesantes".
Sigourney Weaver, la reina de la ciencia ficción | Alamy

Alien convirtió a Sigourney Weaver en una de las actrices más populares en todo el universo cinematográfico. Luego, con sus secuelas y la intervención en otros filmes del mismo o parecido género fue reconocida como ‘la reina de la ciencia-ficción’. Ahora, cerca de cumplir setenta y cuatro años el próximo octubre, continúa muy activa, sobre todo en series de televisión. A esa edad, con papeles protagónicos, se considera una privilegiada. Ha confesado: "No me importa envejecer. Me ofrecen papeles más interesantes". Tiene una vida rica en experiencias, con una filmografía notable. No se le adjudican amoríos de ninguna clase. Se casó en 1984 con el escritor y director Jim Simpson y son padres de Charlotte, que ha cumplido treinta y tres años. Un matrimonio sólido.

Sigourney nació en Nueva York en el seno de una familia relacionada con el mundo del espectáculo: su padre, norteamericano, productor de televisión, creador de programas que aún siguen emitiéndose (Today y The Tonight Show), y su madre, británica, Elizabeth Inglis, actriz que trabajó a las órdenes de Hitchcock. Se llama realmente Susan, pero familiarmente pasó a llamarse Sigourney. ¿Por qué? En enciclopedias y archivos se cuenta que ella, leyendo la conocida novela de Scott Fitzgerald El Gran Gatsby, tomó para sí misma el nombre de uno de sus personajes, Sigourney Howard. Le gustó. Cuando Alien se estrenó en 1979 y ella vino a presentarla al Festival de San Sebastián, en conversación con ella a solas, me dijo que Sigourney era un apelativo de origen alemán, que significa gitana, lo que no tenía relación alguna con sus progenitores.

Se cuenta que, de joven, era algo estrafalaria y muy independiente y se relacionaba con los seguidores del movimiento flower power, los chicos de las flores que, en la segunda mitad de los años 60 vivían en comunas, pregonando aquello de "haz el amor y no la guerra". Pacifistas practicantes del amor libre. Fuera o no del todo cierto ese pasado de Sigourney Weaver, no se le han conocido novios durante los años 70 del siglo anterior hasta que contrajo matrimonio, como ya decíamos, en 1984.

El director Ridley Scott le encomendó el papel que iba a proporcionarle su envidiable futuro en el cine: la teniente Ellen Ripley en Alien, el octavo pasajero, que volvió a interpretar en tres ocasiones más, secuelas de la anterior. El año que vivimos peligrosamente, de 1982, la emparejó con Mel Gibson en una historia de amor desatado. Divertido fue su paso por Los cazafantasmas, dos años más tarde, donde demostró su vis cómica en una muy comercial comedia. Acentuó esa buena disposición interpretativa en Armas de mujer, de 1988, nominada por segunda vez al Óscar, estatuilla que nunca pudo conseguir.

En el año 1988, en Gorilas en la niebla, logró otra tercera nominación. Y en la década de los 90 protagonizó La muerte y la doncella, a las órdenes de Roman Polanski; otra vez con Aliens: el regreso y Avatar, que es otra producción futurista que aumentó, si cabe, la notoriedad de esta larguirucha y excelente actriz (mide un metro y ochenta y dos centímetros). Ese referido último título le ha proporcionado una secuela que estrenada en 2023 llevaba por título Avatar: el sentido del agua.

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Sigourney Weaver ha estado relacionada con nuestro país en un par de ocasiones. Por un lado cuando se desplazó a Salamanca en 2008 para rodar Vantage Point, al lado de Dennis Quaid. Y por otro, cuando nuestro compatriota J. Antonio Bayona la dirigió en 2016 en Un monstruo viene a verme. Como se ve, la actriz no podía desligarse del género cinematográfico más asiduo en su filmografía.

No se crean que sus personajes no la han llevado a situaciones difíciles y complicadas, caso de la saga Alien, que en una de las secuelas la obligó a permanecer varias horas sumergida en un tanque lleno de agua. Claro que todo tiene su recompensa: si en la primera parte cobró por su trabajo treinta mil dólares, por la cuarta se embolsó once millones. A mí me dijo que en el rodaje de aquella pasó mucho miedo. Y, a propósito: confesaba que cree en la existencia de los ovnis, en otros seres en el espacio: "Me sentiría decepcionada de lo contrario". Por cierto que, cuando se desató hace unos años la reacción de un grupo de actrices contra el maníaco sexual Wenstein, Sigourney declaró esto: "Después de Alien ningún hombre intentó acosarme".

Acerca de sus últimos trabajos, digamos que en este último agosto se han estrenado un par de películas suyas. Una, Todas somos Jane, interpretando a una joven abortista afincada en 1968 en Chicago. Otra cinta, El maestro jardinero, realización de Paul Schrader, donde ella es la propietaria millonaria de una mansión. A propósito, ella ha dicho que hasta ahora había evitado interpretar a mujeres muy ricas. Pero acabó aceptando porque le ha interesado siempre cuidar de flores y plantas. Tanto es así que también la hemos podido contemplar en Prime Video como protagonista de Las flores perdidas de Alice Hart (La abuela) donde aparece cultivando eso, flores.

Hay en Sigourney Weaver un espíritu solidario por causas más o menos perdidas. No es una mujer frívola, nada diva. Lo que ya demostró cuando en su primera aparición en la pantalla prefirió hacer una breve secuencia en Annie Hall, rechazando el papel más importante que le ofrecía Woody Allen. ¿La razón? Estaba por entonces en una compañía teatral modesta en el Broadway neoyorquino menos brillante y no quería dejar a sus compañeros en la estacada.

Sépase también que, cuando estudiaba Arte Dramático en la Universidad de Yale, varios profesores le auguraron un nefasto futuro como actriz profesional. No sé qué opinarían ahora de ella esos augures.

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