
Waldo de los Ríos fue un extraordinario compositor y arreglista que alcanzó la fama internacional con su adaptación del cuarto movimiento de la novena sinfonía "Oda a la alegría", de Beethoven. Un atrevimiento heterodoxo por la utilización de batería y otros instrumentos, acercándose a lo más habitual en los ritmos de la música pop de entonces, año 1975, y aunque la crítica ortodoxa no lo aceptó, le significó por otra parte una consagración en todo el mundo.
Para entonces, el genial argentino llevaba cinco años casado con Isabel Pisano, una hiperactiva mujer de nacionalidad uruguaya, nacida en Montevideo. La vida del matrimonio atravesó por pasajes violentos y otros de intensa pasión. Hasta llegar a un inesperado final cuando, sin estar separados pero sí con problemas de convivencia, él se suicidó en su propia casa de una lujosa urbanización madrileña el año 1977. Isabel se encontraba ese día en Roma.
En el muy reciente Festival de Cine de Valladolid, conocido como Seminci por su duración semanal, se ha proyectado la película documental "Waldo", donde se cuenta en imágenes y declaraciones la vida y obra del autor bonaerense. Isabel Pisano no ha podido estar allí presente, ni contemplar imágenes donde aparece junto al que fue su controvertido esposo. Por una razón de peso: lleva dos años en una residencia de las afueras de Madrid, en Majadahonda, víctima del alzhéimer. Su pasado, lleno de historias sorprendentes, con aventuras sentimentales, encuentros con personajes importantes, y participando como corresponsal de guerra en acciones bélicas, se han borrado ya de su memoria.
Osvaldo Nicolás Ferrero, Waldo para su familia y amigos, nació en Buenos Aires en 1934 y falleció por decisión propia en Madrid, el 28 de febrero de 1977. Oficialmente porque disparó contra su cuerpo una escopeta de caza mayor. Para Isabel Pisano, su viuda, la muerte de su marido no le quedó del todo claro: siempre creyó que lo mataron. Luego explicaremos en qué basaba tales suposiciones.
Fue Waldo de los Ríos una especie de niño prodigio por su temprana dedicación a la música clásica. Hijo de una cantante muy popular en argentina, Martha de los Ríos. En realidad no lo era del esposo de ésta, sino de otra pareja de ella. Ese matrimonio se separó. La adolescencia de futuro compositor y director de orquesta transcurrió bajo la severa educación materna, que soñaba con que su hijo triunfara en la música, pero eso sí: a costa de penosos sacrificios de Waldo. Cuando pudo independizarse viajó a Europa y tras recorrer algunas capitales se afincó en Madrid en 1962. Un casual encuentro con el director musical de la casa de discos Hispavox, excelente arreglista, Rafael Trabuchelli, le facilitó sus comienzos profesionales en nuestro país, participando en esa década en innumerables producciones de artistas tan conocidos como Raphael, Miguel Ríos, Karina, Marisol, Alberto Cortez, José Luis Perales, Massiel, y un largo etcétera. Ya quedó dicho que en 1975 es cuando en estrecha colaboración con Trabuchelli adaptó la pieza que sería "Himno a la alegría", primero en versión instrumental y posteriormente con una letra interpretada por Miguel Ríos. Tanto en un caso como en otro quedó clasificada en los primeros puestos de las listas de éxitos en Inglaterra, Estados Unidos, Canadá y otros países.
Anteriormente, Waldo había sido reclamado por la productora cinematográfica de Samuel Bronston para que se hiciera cargo de la banda sonora de la película "Pampa salvaje", cuyo protagonista era el veterano galán norteamericano Robert Taylor, ya en su época decadente. Como se trataba de una coproducción trabajaban actores y extras de diversas nacionalidades. Y allí es cuando Waldo conoció a una joven actriz uruguaya llamada Isabel Pisano. Ella se enamoró en seguida de él: un tipo alto, atlético, de carácter tímido.
Con la astucia femenina tradicional Isabel propició encuentros con el músico argentino, hasta que consiguió conquistarlo, ella, no él. Convivieron durante cuatro años, al principio en algún hostal o en dos o tres pisos modestos. Cuando la economía de Waldo lo permitió residieron de alquiler en viviendas ya más confortables. Él no quería casarse; ni tener hijos: recordaba su pasado familiar, el hogar roto de su madre. Isabel, en cambio, albergaba un sueño lejano, la de alcanzar la maternidad. Cuando pudo ser así, interrumpió el embarazo. Waldo seguía oponiéndose a la paternidad.
Los años que transcurrieron después fueron poco a poco cada vez más felices, hasta que Isabel pudo convencerlo para casarse en Gibraltar, tras un rodeo desde Marruecos, pues entonces, año 1970, no podían cruzar la verja partiendo de La Línea de la Concepción. Una ceremonia que, de no ser luego legalizada en España, o en un consulado español, carecía de validez. Exactamente lo mismo que hicieron por entonces también Víctor Manuel y Ana Belén.
Como quiera que el talento de Waldo de los Ríos iba traduciéndose en contratos de conciertos y en grabaciones importantes, la pareja, ya en buena situación económica, vivió en un piso en los alrededores de la madrileña plaza de Oriente. Unos incidentes ajenos a los dos, en aquella vivienda, por culpa de un alto militar que traía de cabeza a todos los vecinos, llevó a Isabel a buscarse un chalé más apropiado a la categoría profesional de su esposo. Y se mudaron a un espléndido casoplón en la urbanización del Parque Conde de Orgaz, residencia de millonarios, lo que en el argot de las inmobiliarias se conoce como "de alto standing". Y allí montaron su verdadero hogar. Y donde Waldo pondría fin a su vida.
Isabel Pisano siempre fue una mujer impulsiva: quería trabajar a toda costa primero siguiendo su vocación de actriz. Y así tuvo un papel destacado en "Bilbao", filme de Bigas Luna donde exhibió parte de su anatomía desnuda, en concreto unos apabullantes senos. A Waldo le gustaban las mujeres "pechugonas". Siendo Isabel menguada de estatura (medía un metro y cincuenta y tres centímetros, exactamente), él la llamaba "mi enana". Gracia, desde luego, no tenía la cosa.
No rodó Isabel Pisano película alguna de relieve, mas por una serie de carambolas, llegó a mantener amistad con Federico Fellini, partiendo de la admiración que desde muy joven le tenía Waldo de los Ríos. Un conocido de ambos propició un encuentro de la pareja. Como quiera que a partir de la década de los 80, Isabel, por cuenta propia, viajaba a menudo a Roma y participaba de algunas apariciones en películas de poca entidad, obtuvo de Fellini la promesa de que la incluiría en alguno de sus filmes, Fue en "Casanova". Resultó que la aparición de ella en alguna de las secuencias fue luego eliminada en el montaje. Tremenda decepción para Isabel.
Llevada por su otra vocación, la literaria, alternó su faceta de actriz con la publicación de novelas, alguna biografía y reportajes periodísticos. Podemos afirmar que en estos otros cometidos encontró mayor proyección, aunque a veces se dejara llevar por ciertos extremismos, como el de titular uno de sus libros con el rotundo "Yo, puta". En otro, "Amar a un maldito", dedicaba ese adjetivo a su propio esposo. Acerca de sus incursiones en prensa, son valiosos sus trabajos sobre las mafias sicilianas, el atentado mortal de Aldo Moro; las entrevistas a Muammar el Ghadafi y las varias que le hizo al líder de la OLP Yaser Arafat, que reunió después en un libro, tras haber convivido con él una larga temporada, hasta que fue relegada por otra mujer, Suha Tawil, una llamativa rubia, convertida en esposa del controvertido personaje palestino. Dejando de lado esas entrevistas políticas, publicó otras a estrellas del cine italiano: Marcello Mastroianni, Alberto Sordi, Claudia Cardinale, Liliana Cavani y, claro está, Fellini.
Llegó un momento, mediada la década de los 70, que mientras Waldo de los Ríos seguía su imparable agenda de contratos y discos, Isabel Pisano llevaba una vida distante del matrimonio. Ella se sentía postergada por la fama de su esposo, aunque éste no dejaba de quererla; él atravesaba por etapas contradictorias, la amaba pero por otro lado prefería sentirse libre. Y ella en Roma le puso los cuernos en más de una ocasión, con actores y gentes del espectáculo, que llevó con discreción.
De vuelta a Madrid celebraban comidas y cenas con otros matrimonios y amigos. Una costumbre, a veces, era servirse de alguna médium para conocer secretos del más allá. Reuniones espiritistas. En cierta ocasión, Waldo escuchó una voz de ultratumba que le anticipaba una fecha, que los reunidos tomaron como la de su muerte. Y aquel augurio, desgraciadamente, se cumplió.
Llevado por algunas obsesiones, Waldo de los Ríos comenzó a frecuentar tugurios donde se reunían clientes homosexuales. Encontró amistad en alguno de ellos, sobre todo un tal Juan, que en principio decía tener novia. Isabel llegó a conocerlo y mantener con él y Waldo algunos encuentros, en un ambiente donde el compositor sentíase a gusto, e Isabel un tanto confundida.
Llegado el 7 de febrero de 1977, estando Isabel en Roma en una de sus habituales estancias en la Ciudad Eterna, Waldo pasó parte de la mañana en su casa de discos, a cuyos directivos les habló de su próxima gira y del proyecto de convertir el drama teatral "Don Juan Tenorio" en ópera. Se fue luego a un buen restaurante, solo, y dio buena cuenta de una langosta regada con un vino blanco, helado, rematado el festín con unas fretas con nata. Se hizo larga la sobremesa, aunque solitario, estuvo pensativo, aparentemente preocupado, según contarían camareros del local. Del que salió, para subirse en uno de los espectaculares automóviles que solía conducir, por supuesto de su propiedad, un Lamborghini. Cayendo ya la tarde-noche se dirigió a su casa, en la ya citada urbanización Conde de Orgaz, no muy lejos del aeropuerto Madrid-Barajas. Aparcó violentamente, estrellando el vehículo contra una pared, ya en el interior de "El Olivo". Y subió a sus habitaciones. Puede que hiciera alguna llamada telefónica. Sí que contempló un lote de fotografías eróticas, en las que en posiciones sexuales, aparecía él abrazado a su amante. Quedaron desparramadas luego sobre su cuerpo inerte.
Debió dudar si servirse de una pistola, pero prefirió una escopeta de caza. Antes de apretar el gatillo entre sus manos, en una habitación contigua, que le servía para proyectar imágenes, puso en marcha un aparato con el que decidió dejar para la posteridad su dramático final. Entonces, - todo esto se supuso después, cuando se investigó su adiós – volvió a tomar el arma, la apretó para sí y se disparó varios tiros en la cabeza. Fue la versión oficial. Porque ya insinuamos que Isabel Pisano, tras enterarse del suicidio y regresar precipitadamente a Madrid, sostuvo la posibilidad de que alguien, una o varias personas, lo hubieran asesinado. ¿En qué se basaba? Desde hacía meses, a través de llamadas telefónicas e incluso mensajes por correo, llegaban amenazas contra el músico.
Waldo de los Ríos tenía tres perros, que adoraba, en particular uno, "Pampero". Aquella anochecida el animal estaba con su amo y cuando sonó el primer disparo, dio un salto para tal vez evitar el siguiente, guiado por ese instinto tan sabido en "el más fiel amigo del hombre". Pero su gesto fue inútil. Hubo otras cuestiones: ¿quién se quedó con la cinta grabada del acto suicida? ¿Por qué se encontraron doscientas cincuenta mil pesetas que Waldo llevaba en uno de sus bolsillos, algo anormal cuando disponía de tarjetas de crédito? ¿Alguien le hizo chantaje?
Incinerado, los restos de Waldo de los Ríos volaron hasta Buenos Aires, por imposición de la madre del suicida, Martha de los Ríos, quien decidió que las cenizas reposaran para la eternidad en el conocido cementerio de la Chacarita. El gobierno argentino se encargó de dedicarle un monumento a su memoria. Isabel Pisano, dolorida como es natural, podía haberse opuesto a ese deseo de su suegra. Primó la implacable decisión de ésta. La viuda confió en que más adelante esas cenizas volaran de regreso a Madrid y fueran depositadas en algún lugar sagrado, lo que no parece haya sucedido. Martha de los Ríos sobrevivió a su adorado hijo dieciocho años, hasta su muerte en 1995. Pasado cierto tiempo, cuando todavía Isabel Pisano continuaba en su chalé "El Olivo", encontró en la casa de los guardeses, escondidas, unas partituras que anduvo buscando, las del "Concierto para la guitarra criolla". En un espacio en blanco, Waldo de los Ríos había escrito esta frase: "Nadie es culpable, sólo yo, sólo yo".
Lo que no ha podido saberse, o al menos lo desconozco, es el destino final de la cuantiosa herencia que dejó el músico suicida. En teoría, le correspondía a Isabel y así parece que llegó a sus manos. La vida de ella continuó con sus viajes y sus escritos. La SGAE publicó en 1997 el libro "Waldo de los Ríos. Agua entre los dedos". Las tres cuartas partes de ese volumen tenían el mismo contenido de aquel otro libro, biografía novelada, que ella había dado a una editorial hispanoamericana, que ya mencionamos, "Amar a un maldito". Esta reedición, se completaba con otros capítulos y el añadido de documentos fotográficos. Llevaba una dedicatoria, con este final: "A ti, muerto mío adorado, hola, hasta pronto".
Con Waldo de los Ríos tuve sólo una relación superficial, de saludos en alguna presentación, o en el viaje a Dublín, cuando Karina estuvo a punto de ganar el Festival de Eurovisión. Waldo había intervenido en la producción del disco "En un mundo nuevo", al frente de su orquesta. Era educado, cordial, tímido. Con Isabel Pisano, más extravertida, si mantuve más de una entrevista, y una comida en la que como en ella era habitual, discutía por cualquier cosa. Era polemista.
Sus viajes en pos de alguna nueva aventura sentimental, acabaron, lo mismo que sus sueños de ser una actriz reconocida. Y ya sin ídolos a los que entrevistar, se jubiló con el paso de los años. Hace dos, como indicábamos al principio, acabó ingresando en una residencia madrileña, en el pueblo madrileño de Majadahonda. En el medio informativo Vanitatis se asegura que todos sus bienes pasaron a disposición de la Comunidad madrileña, a cambio de disponer gratuitamente su estancia en esa lujosa institución. ¿Será eso posible? De haber realizado tal operación a través de una entidad bancaria, es una opción conocida. Lo de que la Comunidad que preside Isabel Ayuso accediera a tal iniciativa, lo desconocíamos.

