
Chica conoce chico. Chico y chica se enamoran. Por lo menos, se gustan. Bueno, se atraen. Podría valer también para un "chico conoce chico". No hagamos divisiones. Fluye la magia. Si esta, la chispa, se consuma el primer día, tiempo que se ahorra una y uno. El problema radica en el tiempo de espera que infla unas expectativas que podrían verse truncadas por una clara incompatibilidad hormonal y textil. Y hablemos de lo segundo, pues este espacio va de modas y modos. Hablemos, como siempre digo, de lo que de verdad importa: los calzoncillos.
Que aunque Lomana los lleve en photocalls combinados con tacones y americanas, y yo se los robara a mi ex (con su permiso, claro), a las chicas como yo nos gustan de tela y sueltos. Nos gustan los otros: no los boxers pegados, sino los boxers holgados. Esos que son como un pantalón corto y están confeccionados, a ser posible, de la misma tela que la de una camisa. Ustedes me entienden. Kiff Kiff los tiene muy divertidos y en toda clase de estampados y colores. Marca España, además, ya saben. Algo que faltó en los Goya la semana pasada… hubiera sido fascinante que Melody apareciera con unos boxers holgados con lunares. Todo es posible.
En cualquier caso todo esto es un debate que se gesta un día cualquiera compartiendo vinos y confidencias con mi amiga la artista Ainhoa Moreno (que, por cierto, esta edición repite Casa Decor por segundo año). Ella es artista, así que puede sembrar más luz (o tela) en el asunto. Me comentaba indignada que si ella conocía a un chico que llevara boxers pegados o slips, automáticamente su deseo se veía reducido casi a cero. Yo no soy tan radical, porque soy más de "la belleza está en el interior", pero hasta cierto punto (de confección), y nunca mejor dicho, puedo empatizar con Ainhoa.
Es duro rechazar a una persona por los calzoncillos que lleve, pero cada uno con su música, o su lencería (femenina o no). Recordemos que Fernando Sánchez Dragó, que en paz descanse, se ponía lencería para sentir el orgasmo femenino. ¡Qué cosas!.

Al hilo, o hilos, de la discusión de "dime qué ropa interior llevas y te diré cómo piensas", me pregunto si con el género opuesto sucedería lo mismo. No tanga, no "party". Ahora que se avecina la vuelta de la tercera entrega de El Diario de Bridget Jones, cada vez me siento más identificada con aquellas bragas enormes de las que presumía Renée Zellweger en la primera parte de la mítica película que ya forma parte de nuestro imaginario social colectivo. ¡Benditas bragas! Y quien me diga que los tangas son cómodos, o no tiene glúteos o simplemente ha normalizado la incomodidad.
Sin bragas nunca hubo paraíso. Y en la fiesta de la revista ELLE y Pikolin del jueves pasado, con motivo de la exposición de fotografía de Eugenio Recuenco "Intimidades Desapercibidas" (que pueden ver hasta el 18 de febrero), ha quedado muy claro que no estoy sola en el mundo. Y yo confirmo, hay muchas mujeres que prefieren dormir sin nada. Si me apuran, ni siquiera perfume (qué Chanel, ni gotas ni gatos) porque a mí me activa las neuronas cualquier aroma intenso.
Pero volvamos al trasfondo. El tanga tiene un objetivo muy claro: que cuando una se ponga ropa ajustada la braga no se marque y no "entorpezca" la homogeneización visual del culamen, aun cuando este brille por su ausencia. Después puede tener su fondo eróticofestivo: es más sexy llevar tanga, en teoría.
Pero, ¿y la diferencia entre slips o los otros? ¿Qué hace que un hombre se decante por un tipo de calzoncillos determinados? ¿Existirán esos hombres que los lleven todos? ¿Es algo educacional? ¿Es costumbre? ¿Casualidad? ¿Moda? ¿Oferta y demanda? ¿Imposición de pareja? ¿Sugerencia de novia? ¿Regalo de madre?
José Yusty de "YUSTY 1914" me atiende por Whatsapp para inspirar más si cabe esta columna. Me cuenta que, en su showroom del Barrio de Salamanca, se venden más los boxers pegados. Y que, además, una de las marcas que más éxito tienen, es Sunspel. "Ainhoa, el experto habló. Pero nosotras lo vivimos de otra manera".
Tantas preguntas sin resolver… vivimos en un mundo frívolo y bastante artificial, por lo que detenerse a analizar asuntos banales consiguen que la frivolidad se vuelva necesaria. No sé cuántas cajas de calzoncillos o lencería habrán caído este pasado viernes que fue San Valentín, presuntamente el día de los enamorados (y del autoengaño y del "querer encajar" en una tradición fundamentada en la ausencia de cualquier tradición en realidad); de lo que estoy segura es que, como decía Borges, felices los amados y los amantes que pueden prescindir del amor, y si me apuran de calzoncillos. ¡Feliz domingo!
