
Les escribo desde Abu Dhabi, desde la playa privada del Intercontinental, viendo cómo el sol se derrite sobre el mar. Una cerveza fría, una libreta abierta y el nuevo decreto sobre influencers revoloteando en mi cabeza. España legisla los "regalos" digitales, los "colabs", los "paid partnerships", los "#ad" que nadie quiere poner pero todos saben leer.
Ahora resulta que si una marca te manda un bolso, una vela o un viaje a Maldivas hay que especificar si es regalo, publicidad o colaboración. Y yo me pregunto, ¿dónde está el límite entre la cortesía y el patrocinio? Si Telecinco emite un anuncio de Coca-Cola, ¿acaso lo paga en latas? ¿O lo canjean por felicidad gaseosa?
Vivimos en una época en la que hasta agradecer se mide en ROI. Donde los likes son métricas fiscales y el romanticismo se declara en especie. Quizá haya que inventar una nueva categoría, "colaboración emocional no remunerada", esa que ocurre cuando subes algo simplemente porque te gusta.
Ayer cumplí 35 años y me he venido a Abu Dhabi a celebrar lo que algunos llaman "la revolución solar". No sé si eso existe, pero me lo creo. Al fin y al cabo, toda excusa es buena para escaparse a mirar el mundo desde otro ángulo. Estoy bronceándome, trabajando desde una tumbona y escribiendo con la misma mezcla de ironía y gratitud con la que afronto casi todo últimamente.
Porque si algo he aprendido en estos años es que el lujo no es el lujo en sí. El lujo es la valentía. El descaro. Esa forma de vivir con la conciencia despierta, de saborear cada instante como si fuera una copa de vino que se calienta al sol. La actitud (sí, esa palabra tan usada) solo vale si viene acompañada de propósito y placer. No de poses.
A lo mejor el verdadero lujo será decir "no me pagan, pero me inspira". O incluso más provocador, "me lo pagan, pero sigo siendo libre".
Y mientras aquí, entre mares cálidos y decretos fríos, me debato entre un baño y un párrafo, pienso en cómo esta semana la moda y los modos han vuelto a mezclarse. Los desfiles que dictan estética y las calles que dictan ética. Porque al final la elegancia también se legisla, aunque sin BOE.
Mientras tanto, seguiré aquí, en Abu Dhabi, cumpliendo con la legislación moral más antigua del mundo, la de contar las cosas tal como las siento. Sin hashtag.
