A veces, cojo una piedrecita y la llevo un tiempo en el bolsillo. Jamás he esperado un silbo suyo. Miro Los fusilamientos del Dos de Mayo, y no atiendo a que me me salude un fusilero francés ni que me guiñe el ojo ese señor que los tiene tan abiertos y con los brazos en alto.
Incluso mirando La Piedad y a esa María tan desolada por la tozudez del hijo que yace sobre sus piernas, nunca soñé escuchar un lamento.
De una semilla, en cambio, espero olores, sabores y sonidos cuando el viento acaricie su futuro. De mi perra escucho sus ladridos que ayudan a mi sordera. De mi nieto, aguardo a que pasee de mi mano y me llame abu.
De mis hijas, sus carcajadas que hacen un rebuño con mi tristeza y la tiran a la basura.
De mi esposa, todo.
De mi familia de la noche, la sonrisa cómplice.
De ti, el restregado al alma que me la deje suave para un vuelo nocturno apacible.
Muchas semillas me darán ortigas. Mi perra pasa de mis llamadas mil veces. Mi nieto se irá de nietas y se acostará sin besarme. Mis hijas ya casi no saben de mis ánimos. Teresa me esconde cosas. Mis esamores me encorajinan a veces. Y tú, me enamoras tanto a días, que paso la noche en vela.
A lo inerte lo admiro y me recreo en ello. Al resto, os admiro, me recreo en vosotros y os amo. Porque cambiáis. Porque me sorprendéis. Porque me embelesáis casi siempre y algún segundín, me parecéis odiosos.
Es que estoy vivo, ¿sabes?
Un abrazo semiodioso y mil embelesados
Juanpe
