El Creador, en sus infinitas coordenadas de destino, dispuso que en un minúsculo punto del Universo quedaras ubicado. Y aunque pequeñito, es tan enorme tu significado que quiero expresar mi más profundo respeto al dirigirme a ti y ocupar un ratito de tu tiempo.
Recostada tu espalda en la colina y con la mirada puesta en el Sur has observado desde la atalaya mora, has escuchado desde la cima, la película de nuestra historia.
Con la infinita paciencia del canto rodado que habita en el lecho de tu río seco has dejado pasar el tiempo. Y mientras transcurría, atesorabas los conocimientos eruditos de los siglos: cíclicas tempestades, floridas primaveras, tórridos y suaves veranos, noches estrelladas y de constelaciones adornadas... han discurrido por tus innumerables días. A una cultura le precedió otra, y a esta, otra época, y a todas ellas las recuerdas. Como un pulcro notario, en tu bagaje, todo lo llevas anotado y registrado.
Acogedor, omnipresente, testigo silencioso, sabes todo lo que en tu presencia ocurre: la alegría y el llanto por el alumbramiento; nuestra tierna infancia cuando estaba en los ojos, y su desvaída mirada todas las cosas inauguraba; el suspiro del joven y latir de la azucena tenuemente perfumada en su día nupcial; el tañido de tus campanas; el fervor de tu gente, desde el primero al último, en la subida de El Cristo.
Imbuidos de ti compartimos la vida, juegos, amistades, espacios, el entendimiento sobre: la bondad, la generosidad, la humildad, la lealtad... Sabes de dichas y desdichas, el lugar donde se envenenó el aire y por un palmo de tu suelo cuajó la sangre. Cobijados en tu seno nos impregnaste de tu amor, tu calor, tu aroma y color, tu paisaje, tus costumbres y mil cosas sencillas más.
Entiendes a la persona que desde la lejanía te anhela; la que te olvida; a las personas que cultivaron tus tierras y con sus frutos recogieron ilusiones de futuro. Conoces a todas las que se marcharon y el plañido de su último viaje, camino abajo.
Reconoces las destacadas personas que te encumbraron y la persona que te encaló para ataviarte con dignidad y fueras nuestro hermoso pueblo blanco.
Ríos de aceite, manantiales de agua, acequias para nutrir tus jardines de azahar... siempre te acompañaron, junto a la joven imagen de tu espíritu. Así te percibo. Y a tu lado, me siento como un breve latir de vida, como una chispa fugaz, al manifestar lo mucho que te quiero y admiro, entrañable pueblo mío.
Vicente, un hijo tuyo.
En, y para, La Villa de Artana.
