¿Merece la pena fingir?

Te conocí hace un poco más de cinco años. Eras una mujercita de casi 16 años. A mis entonces 28 años, eras otra chica que la vida te planta delante con la que compartir un hobby común durante unos meses.

Hace más de un año nos volvimos a cruzar y empezamos a conversar. Mucho. Muchísimo. "Si te pones whats app podremos hablar más a menudo" me dijiste. Y desde entonces vivo mirando el móvil, el tick y el doble tick del maldito programa.

Tomamos varios cafés y fuimos a cenar un par de veces. Me resultas tan interesante, con tus 20 años, llena de ilusiones y de vida. Y sexy, te veo tan atractiva que me cuesta dejar de mirarte. Me cuesta dejar de pensar en ti.

Aún no sé porque aceptabas venir a cenar. Una de las veces te empeñaste en pagar. Para ti era importante que no fuera yo el que siempre invitara, por mucho que fueras una estudiante y yo tuviera trabajo. Te lo aseguro, si lo llego a saber hubiera elegido un sitio más barato. Estando contigo, cualquier sitio sirve.

No me lancé. Dudé. Hablé de tonterías en lugar de decirte lo que te quiero y lo que me gustas. Ahora ha pasado el momento de magia. No sé si te cansaste de esperar o que nunca he tenido la oportunidad de ser nada más.

Seguí mandándote canciones, haciendo lo imposible por cruzarme contigo y hablando por whats app. Cientos de miles de palabras, caritas y risas. Todos los días, a todas las horas. Hasta que hace un mes me dijiste que alguna cosa de lo que escribía estaba fuera de lugar y preguntaste porqué lo hacía. ¿Qué te iba a responder? ¿Decirte que te quiero a través de un móvil en vez de mirándote a los ojos, cogiéndote la mano y deseando besarte? Salí por la tangente. "Estaba tonteando" contesté. Su respuesta fue "Espero que tonteando quiera decir bromeando". Ahí se acabó mi mundo. Nunca el verbo bromear ha tenido connotaciones tan amargas.

Últimamente hablamos, pero menos. Nos vemos, pero no me miras igual. Quiero saber cómo enamorarte o arrancar de mi corazón mi amor hacia ti. Porque no puedo imaginar que no estés en mi vida.

Santapau