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Carta de amor

Su mirada

Después de un larguísimo viaje desde "Eitorf- Sieg" hasta Dusseldorf, en plena madrugada, en los primeros días de junio.

Carta de amor: "Su mirada"

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Hacía mucho frío por cada rendija se colaba un vientecillo helado del viejo coche, una lluvia fina pero constante no dejaba ver a través de las ventanillas. Desde aquí quiero dar las gracias al señor José un aragonés de unos 60 años que haciendo un gran esfuerzo me llevo hasta Dusseldorf.

Muy larga fue la espera en el Aeropuerto, al fin pude volar a España, donde me esperaba uno de los más tristes momentos de mi vida. Todo el frío de Alemania se trasformó en calor, propio del mes junio en Málaga

Llegue a casa donde me esperaban mi madre y mis hermanos, junto al lecho de mi padre, nadie lloraba todos estaban muy callados, esperando el triste final. La mirada de mi madre me llegó al alma, yo miraba sus ojos tan hermosos, cristalinos brillaban como si fueran de agua, de ellos no caía ni una sola lágrima.

Sus lágrimas brotaban hacía dentro quemándole el alma, su dolor era enorme, Apretaba con sus manos su pecho como si quisiera sujetar su corazón, la tristeza se reflejaba en su semblante. Mi madre era una mujer fuerte, siempre hacia frente con entereza a los avatares de la vida que no fueron pocos, seis hijos y en tiempos difíciles.

Mi desconsuelo era grande no podía entender como a mis veinte y cinco años se iba de mi vida mi amadísimo padre. Pero al mirar a mi madre me di cuenta de su terrible congoja, ella no quería que pasaran las horas, sabía que al próximo amanecer ya no estaría entre nosotros aquel lucero tan querido.

Mi padre estaba en su pleno conocimiento, me hablo y recomendó varias cosas muy intimas. Se despidió de todos con una tenue voz y al fin tras varias horas terminó su larga agonía. Entonces fue cuando las lágrimas de mí madre caían en cascada, sin disimulo.

Se fue el amor de su vida, a quien tanto amó y respetó, aquel compañero que a lo largo de los años fue su otra mitad. La vida continua, nos dijo, pero sus ojos se hicieron opacos a pesar de aquel sol que lucía en la ventana de la evitación, su silueta se tornó en el molde de la desesperanza, aún así no dejó de engrandecer el último adiós.

Quise sentirme por un momento en el vientre de mi madre para unir los latidos de su corazón a los míos. Me apresure a besarla con el deseo de mitigar tan honda pena, pero fue en vano, estaba desolada, rota.

La tarde iba oscureciendo y la razón volvió a su pecho, mientras acariciaba las manos a mi venerado padre. Mientras la escarcha se hacía dueña de su cuerpo.

Marisi

En Chic

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