
Todo el mundo en algún momento de la vida ha escuchado o dicho la expresión de "tengo el frío metido en los huesos". De hecho, existe una falsa creencia popular muy consolidada que cuenta que el frío es uno de los causantes de las enfermedades reumáticas. Lo que sí es cierto es que, cuando se hace frío y se sienten molestias "en los huesos" debidas al cambio de temperatura, en realidad son las articulaciones las que las generan. El motivo es que el frío y la humedad hacen que los músculos estén más contraídos y entumecidos, lo que provoca más contracturas y dolencias.
Por tanto, lo que hay que tener claro es que el clima no influye en la prevalencia ni en las causas que desencadenan las enfermedades reumáticas, pero el frío sí incide en la percepción o en la sensación de dolor sobre quienes padecen algún problema articular. Pero también es cierto que no es raro escuchar a las personas que tienen alguna enfermedad reumatológica como la artritis o la artrosis que cuando cambia el tiempo les duelen las articulaciones. Incluso hay quien puede predecir el cambio, sobre todo cuando las temperaturas bajan y aumenta la humedad, con su propio cuerpo. ¿Es cierto que la lluvia, la humedad y otros factores afectan a las articulaciones?
El cambio de tiempo, especialmente cuando se trata de una transición brusca en el clima, ha sido asociado durante mucho tiempo con el aumento de dolores articulares y el malestar en personas con ciertas afecciones, como la artritis. Aunque no todos experimentan estos síntomas, hay una creencia común de que el clima frío y húmedo puede influir negativamente en las articulaciones, provocando rigidez, dolor e inflamación.
Es importante saber que uno de los factores que afecta a las articulaciones es la presión barométrica. Cuando esta cambia, como suele suceder antes de una tormenta o durante las estaciones más frías, en algunos estudios se ha confirmado que el líquido que rodea las articulaciones puede expandirse o contraerse, lo que genera una mayor presión en los nervios cercanos, provocando dolor o incomodidad. Pero además, las temperaturas frías también pueden endurecer los tejidos articulares y reducir la circulación sanguínea, lo que aumenta la rigidez en músculos y tendones, dificultando el movimiento.
Dolor y cambio de tiempo, ¿existe una relación directa?
Aunque el frío no es la causa desencadenante y única del dolor articular, las bajas temperaturas si que pueden agravar los síntomas de ciertas enfermedades, como las reumáticas (en las cuales se produce un desgaste del aparato locomotor y del tejido conectivo) y, concretamente, aquellas que afectan a las articulaciones. Así lo explican muchas personas que sufren dolor articular, sobre todo, personas de edad avanzada o aquellas que se han lesionado recientemente. Estos pacientes a menudo se quejan de dolor en las rodillas, en los tobillos, en los pies o en las manos.
Y, aunque pueda parecer un mito, sí existe una relación entre el dolor y el cambio de tiempo. Hay que recordar que, aunque los huesos no disponen de ningún factor por el que puedan doler en referencia al tiempo, el tiempo sí puede afectar a las articulaciones. Uno de los motivos es porque el frío produce que los músculos y estructuras como tendones y ligamentos se contraigan, así como que se produzca una vasoconstricción, haciendo que los músculos no reciban suficiente aporte sanguíneo y pierdan elasticidad. Además, con el cambio de tiempo también se dan cambios barométricos, es decir, cambios en la presión atmosférica que afecta a las terminaciones nerviosas sensitivas.
Pero no solo eso y es que se ha observado que tanto el frío como la presión pueden alterar la viscosidad del líquido sinovial, líquido cuya función es lubricar las articulaciones y actuar de amortiguador ante posibles traumatismos o roces entre articulaciones. Si el líquido sinovial se apelmaza, éste pierde sus propiedades y se puede dar más rigidez y fricción articular. Las articulaciones que ya están dañadas por la edad o por una lesión, por ende, sufren más ante estos factores.
¿Quiénes se ven más afectados?
Tener una enfermedad reumatológica como la artritis reumatoide, la espondiloartritis, la artrosis e incluso el fenómeno de Raynaud, o una lesión musculoesquelética, ya que las articulaciones pueden tener más desgaste o inflamación, puede hacer que uno sea más propenso a tener sensaciones producidas por el cambio de clima o temperatura, lo que se denominaría meterosensibilidad. También, lo son las personas mayores.
En cuanto a las personas con lesiones previas, el clima puede tener un impacto más significativo. De hecho, aquellos que han sufrido fracturas, esguinces o desgarros pueden experimentar un aumento en el dolor o la sensibilidad en las zonas afectadas durante los cambios climáticos. Esto podría deberse a la cicatrización de los tejidos o a la degeneración del cartílago, que es más propenso a reaccionar ante las fluctuaciones del clima, como el frío o la humedad. Además, el clima frío puede disminuir la flexibilidad muscular, lo que aumenta el riesgo de nuevas lesiones.
¿Afecta el clima al estado de ánimo?
No solo afecta al cuerpo sino que el clima tiene efectos en el estado de ánimo. Se sabe que el calor y el sol transmiten buen humor y optimismo y, por otro lado, la lluvia puede provocar tristeza, la humedad dificulta la concentración y aumenta la fatiga. Además, con la llegada del otoño e invierno, las horas de luz disminuyen, lo que modifica la producción de hormonas como melatonina o serotonina. Esto provoca irritabilidad y tristeza en algunas personas.
Los cambios en los ciclos de luz son una causa del trastorno afectivo estacional, un tipo de depresión que precisa de ayuda profesional. Es común en personas con trastorno límite de la personalidad o bipolaridad.
¿Cómo actuar en estos casos?
Existe evidencia de que existen personas meteorosensibles, es decir, que se ven más afectadas por los cambios meteorológicos. Esto puede deberse por ejemplo, a causas genéticas o por falta de hábito al frío u otras condiciones. Para reducir los efectos de estos cambios en la salud del aparato musculoesquelético, así como para prevenir problemas, es importante seguir ciertas pautas tales como:
- Realizar ejercicio físico regularmente y a intensidad moderada para fortalecer los músculos y demás estructuras.
- Llevar a cabo estiramientos suaves para preparar las articulaciones.
- Aplicar calor seco de forma local.
- Cuidar la postura y evitar sobreesfuerzos.
- Evitar cambios bruscos de temperatura.
- Seguir una dieta equilibrada y aportar, de forma específica, nutrientes necesarios para el cuidado de las articulaciones y, si es necesario, suplementación.
- Acudir a un fisioterapeuta, preparador físico y/o médico especialista en dolor para realizar un seguimiento y abordar a tiempo cualquier problema.

