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Black Friday y cien días de soledad

Mientras las marcas nos empujan a la prisa, nosotros avanzamos hacia un tiempo más lento, más confuso, más parecido a "Cien años de soledad".

Mientras las marcas nos empujan a la prisa, nosotros avanzamos hacia un tiempo más lento, más confuso, más parecido a "Cien años de soledad".
Ya queda menos para el Black Friday. | Don Cupones

El Black Friday vuelve cada noviembre con su estética de apocalipsis comercial, pantallas negras, relojes en cuenta atrás, ofertas que duran lo que dura un story y la sensación de que si no compras algo hoy, te quedarás fuera del relato colectivo. Es la liturgia de la inmediatez, donde todo urge, todo caduca y todo puede reemplazarse antes de que el algoritmo cambie de humor.

Vivimos en un mundo donde el deseo se calcula por clics y la paciencia por gigas. Las emociones compiten, en desigual batalla, contra banners que prometen soluciones instantáneas. La cultura de añadir al carrito ha colonizado incluso el lenguaje con el que nombramos lo que sentimos. Todo rápido, todo efímero, todo consumible.

Y en medio de esta aceleración, está la ciudad millennial, esa que presume de ritmo pero respira con fatiga. Ciudades que viven para el rendimiento, que piden inmediatez hasta para cruzar un semáforo. Urbes que celebran la novedad sin descanso mientras sus habitantes caminan con la sensación de que todo es demasiado, pero aun así nunca llega a ser suficiente. Calles que piden velocidad cuando el alma pide tregua. Un paisaje emocional agotado que interactúa con los neones del consumo como si fuera una coreografía inevitable.

Sin embargo, en la vida interior ocurre algo muy distinto.

Mientras las marcas nos empujan a la prisa, nosotros avanzamos hacia un tiempo más lento, más confuso, más parecido a "Cien años de soledad", la novela de Gabriel García Márquez donde las emociones se organizan en ciclos, las repeticiones tienen sentido y el tiempo deja de ser lineal. En sus páginas aparece Macondo, la ciudad imaginaria que vive en su propio clima emocional, un territorio donde nada se resuelve deprisa y todo parece anuncio de algo que aún no llega. Ese mismo Macondo interior que todos hemos habitado alguna vez sin decirlo.

Es el tiempo de los cien días de soledad, ese espacio íntimo donde uno no sabe si lo que siente es intuición, nostalgia o la sensación de que estás empezando a enloquecer. Un tiempo no lineal, donde la vida ocurre a destiempo de las notificaciones. El contraste es brutal: Afuera, la urgencia del descuento. Dentro, la lentitud del alma.

Nos dicen que todo es inmediato, pero lo importante nunca lo es. Prometen envíos en dos horas, pero no existe reparto exprés para la claridad interior. Regalan devoluciones gratuitas, pero lo que de verdad pesa no se devuelve ni cambia de talla.

Mientras el mundo organiza su festival anual de prisa, uno descubre que lo esencial sigue regido por meteorologías propias, lluvias largas, silencios densos, estaciones que no figuran en el calendario. Como en Macondo, hay épocas en las que todo parece anuncio de algo aunque nada termine de ocurrir.

Y tal vez ahí esté la grieta de nuestra época: coexistimos entre la tiranía de la inmediatez y el ritmo antiguo de las emociones. Entre el clic y el proceso. Entre el descuento y el sentido. Entre un Black Friday que vende futuro y un corazón que todavía intenta entender el pasado.

La verdadera revolución no está en consumir más rápido, sino en sentir sin prisa. En permitir que la vida interior conserve su lentitud tropical en pleno invierno de ofertas. En aceptar que no todo tiene que resolverse hoy ni antes de medianoche.

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