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Ni magia ni suerte: por qué su cerebro necesita creer en las supersticiones cada 31 de diciembre

Expertos analizan cómo estos ritos actúan como mecanismos psicológicos para reducir la ansiedad y ganar sensación de control ante la incertidumbre.

Flickr/CC/david buedo

Cada 31 de diciembre, millones de personas en todo el mundo repiten rituales que prometen atraer suerte, salud, amor, dinero o prosperidad para el año que comienza. Comer doce uvas, vestir ropa interior de un color determinado, salir a la calle con una maleta o quemar objetos viejos forman parte de un repertorio de supersticiones que se repite generación tras generación. No obstante, aunque la ciencia no respalda su eficacia literal, sí ofrece claves para entender por qué siguen tan vigentes.

De hecho, según explica el astrónomo y antropólogo Anthony Aveni en The Book of the Year: A Brief History of Our Seasonal Holidays, los cambios de ciclo generan desde hace siglos una necesidad de protección frente a la incertidumbre. Como no puede ser de otra manera, el paso de un año a otro simboliza un punto de ruptura temporal que invita a reflexionar sobre el pasado y proyectar deseos hacia el futuro. En ese contexto, los rituales cumplen una función de anclaje emocional.

Además, más allá del individuo, estas prácticas tienen una dimensión colectiva. El politólogo Isaac Mayo subraya que las supersticiones de Año Nuevo actúan como rituales sociales que refuerzan el sentido de pertenencia y comunidad. En sociedades cada vez más individualizadas, estos actos compartidos crean "un espacio simbólico de unidad" donde las diferencias se diluyen temporalmente y se impone una sensación común de renovación y esperanza.

Ritos de paso frente a la incertidumbre del Año Nuevo

Desde la sociología, Manuel Julián Orden del Pozo explica que estas tradiciones funcionan como auténticos ritos de paso. Para la mayoría, simbolizan el cierre de un ciclo y ofrecen una sensación de control ante lo desconocido. Acciones como quemar lo viejo, limpiar la casa o deshacerse de objetos del pasado representan una purificación simbólica que ayuda a afrontar el futuro con menor ansiedad.

Junto a las supersticiones, los propósitos personales se han convertido en otro rasgo central del cambio de año. La psicología señala que muchas personas se fijan metas movidas por la esperanza de "empezar de cero", aunque a menudo se trata de objetivos demasiado generales o alejados de su realidad. A ello se suma la presión social, especialmente visible en redes, que favorece la comparación y aumenta el riesgo de frustración y ansiedad cuando no se cumplen.

Tradiciones que cambian según el país

Las supersticiones varían según la cultura. En España y América Latina, las doce uvas simbolizan un deseo de prosperidad para cada mes del año. En Colombia, se queman muñecos del "Año Viejo" como forma de dejar atrás lo negativo. En Italia, además de los buoni propositi, se cree que tirar objetos viejos por el balcón atrae la buena suerte. En China, durante el Año Nuevo Lunar, el color rojo, las reuniones familiares y los cortes de pelo simbolizan fortuna, armonía y renovación.

Qué dice la ciencia sobre estas creencias

Desde la psicología, las supersticiones se explican como mecanismos para reducir la incertidumbre y generar una ilusión de control. El cerebro humano tiende a buscar patrones y asociaciones, reforzadas por el sesgo de confirmación: cuando algo positivo ocurre tras un ritual, se atribuye erróneamente a su eficacia. Aunque no influyen directamente en la suerte o el éxito, sí pueden tener efectos indirectos al fomentar una actitud más positiva y proactiva.

Por tanto, puede decirse que la ciencia no valida las supersticiones de fin de año como herramientas mágicas, pero reconoce su valor emocional, social y cultural. Como decimos, estos rituales funcionan como estrategias simbólicas para cerrar etapas, fortalecer vínculos y afrontar el futuro con optimismo. Vividas sin expectativas irreales, estas prácticas siguen siendo una forma colectiva de dar sentido al comienzo de un nuevo año.

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