"Nos va la vida en ello": Sánchez tergiversa las cifras para augurar una catástrofe climática con 20.000 muertos
El presidente vincula sin base técnica la dana y los incendios al cambio climático y menciona 20.000 muertos sin aclarar el origen del dato.
El presidente del Gobierno, Pedro Sánchez, cerró el acto España, vanguardia de la industria verde con un discurso centrado en el cambio climático y un tono de alarma: "el cambio climático mata", "nos va la vida en ello" y "en cinco años, las temperaturas extremas han causado la muerte de más de 20.000 personas" en España. Además, anticipó nuevos episodios como la reciente dana en la Comunidad Valenciana.
Sin embargo, los datos de fallecidos a los que se refirió no corresponden a muertes certificadas por causas climáticas. Presumiblemente proceden del sistema MoMo (Monitorización de la Mortalidad Diaria), una herramienta del Instituto de Salud Carlos III que no recoge causas clínicas verificadas, sino estimaciones estadísticas basadas en el exceso de mortalidad durante periodos de calor o frío extremos.
"Nos va la vida en ello": una fórmula reciclada
Durante su intervención, Sánchez recuperó una expresión con fuerte carga simbólica: "nos va la vida en ello". No es la primera vez que el Gobierno emplea esta fórmula en contextos de riesgo. En marzo de 2020, la entonces vicepresidenta Carmen Calvo la usó en vísperas del 8M, cuando ya se conocían informes sobre el avance del covid-19. "Va la vida en ello", dijo entonces, animando a la ciudadanía a participar en la protesta.
Su reutilización ahora, en pleno debate sobre el cambio climático, vuelve a poner el foco en el uso emocional del lenguaje institucional en situaciones de riesgo. El contexto climático actual —con referencias a "20.000 muertes" sin explicar su origen estadístico ni su margen de incertidumbre— recuerda a 2020, donde la retórica política se impuso a la cautela técnica.
Como entonces, el riesgo no está solo en las palabras, sino en presentar estimaciones como hechos y en utilizar fórmulas de alto impacto emocional sin detallar la base científica que las respalde.
Estimaciones estadísticas
La cifra de 20.000 muertes "atribuibles a la temperatura" no equivale a fallecimientos clínicamente certificados por golpe de calor u otras causas relacionadas con el clima. Procede del sistema MoMo, que —como aclara su propio portal— no ofrece diagnósticos individuales, sino estimaciones estadísticas del exceso de mortalidad respecto a lo esperado durante ciertos episodios meteorológicos.
En este marco, los informes públicos han señalado cifras como 3.009 muertes atribuibles al calor en verano de 2023, más de 4.700 en 2022 y en torno a 3.600 en el verano de 2025, según datos provisionales. A estas se suman estimaciones por frío en los meses invernales.
La suma del periodo 2020–2025 puede acercarse a los 20.000 fallecimientos estimados, pero eso no significa que fueran causados directamente por el cambio climático, ni que estén registrados como tales en el sistema sanitario. De hecho, el propio Ministerio de Sanidad informó en verano de 2025 de solo 24 muertes clínicas por golpe de calor, una cifra muy inferior a la estimación de MoMo.
La diferencia entre cifras oficiales y estimaciones estadísticas pone de relieve el amplio margen de incertidumbre con el que operan estos modelos.
El IPCC no vincula inundaciones al cambio climático
Sánchez también mencionó la dana que afectó a la Comunidad Valenciana en octubre de 2024 como un ejemplo del impacto del cambio climático, afirmando que "no son fruto de la casualidad". No obstante, el Sexto Informe del IPCC (Grupo I, 2021–2022) introduce importantes matices: reconoce una confianza media en el aumento de precipitaciones intensas en algunas regiones, pero solo una confianza baja en que las inundaciones hayan aumentado como consecuencia directa del cambio climático.
Factores como la planificación urbana, el mantenimiento de infraestructuras, los cauces fluviales y los sistemas de alerta son determinantes en el impacto final. Es decir, la vulnerabilidad no depende solo del clima, sino de la capacidad institucional de prevención y respuesta.
En ese marco, y como recuerdan los científicos de la ARC, el concepto de "cisne negro" se reserva para eventos estadísticamente extraordinarios, como los picos inéditos de superficie quemada de agosto de 2025 y el apagón del 28 de abril. Pero las danas mediterráneas, documentadas de forma periódica, no entrarían en esa categoría, se consideran fenómenos recurrentes.
Danas en la fachada mediterránea
La dana de octubre de 2024 fue presentada por el Gobierno como consecuencia del cambio climático. Sin embargo, los registros históricos demuestran que este tipo de fenómenos es recurrente en el litoral mediterráneo español desde hace siglos.
Numerosos estudios y crónicas documentan 27 riadas catastróficas solo en Valencia desde el siglo XIV, muchas de ellas durante la Pequeña Edad de Hielo, un periodo incluso más frío que el actual. Las gotas frías y las danas no son fenómenos nuevos, aunque su impacto pueda verse agravado por la falta de preparación.
Como ha explicado el geólogo Enrique Ortega Gironés, en un análisis sobre "Riadas, gotas frías y danas", lo que cambia el desenlace no es el fenómeno climático en sí, sino la respuesta institucional: presas no construidas, cauces sin limpiar, urbanización en zonas inundables y avisos tardíos explican la magnitud de los daños.
Un patrón que se repite
Ortega Gironés ha identificado una pauta común en tres crisis recientes —la dana de 2024, el apagón de abril de 2025 y los incendios forestales del verano—: infraestructuras no ejecutadas, descoordinación institucional y vulnerabilidades técnicas conocidas desde hace años.
En el caso de la dana, señala la falta de ejecución de presas de laminación previstas desde hace décadas y la ausencia de mantenimiento en cauces fluviales, cuya vegetación frenó el desagüe. También señala la urbanización de zonas inundables sin las canalizaciones necesarias.
Estos errores, advierte el geólogo, no son fortuitos, sino sistémicos: responden a fallos estructurales en la gestión pública, más allá del color político de los gobiernos implicados.
Las muertes por clima extremo han caído
Frente al mensaje de Sánchez —"el cambio climático mata"—, los datos históricos muestran una tendencia contraria: la mortalidad por fenómenos climáticos extremos ha descendido más del 90% desde 1920, según un informe de la Asociación de Realistas Climáticos (ARC) y un estudio del profesor Bjorn Lomborg, publicado en 2020 en Technological Forecasting & Social Change.
Este descenso no se debe a la reducción de emisiones, sino a la mejora de infraestructuras, el desarrollo económico y la capacidad de adaptación local. La clave para limitar los daños no está solo en las políticas climáticas globales, sino en la prevención y la gestión efectiva: infraestructuras de contención, urbanismo responsable, limpieza de cauces, sistemas de aviso temprano y coordinación institucional.
Los datos oficiales, la evidencia técnica y los registros históricos coinciden: las danas no son un fenómeno nuevo y las cifras citadas por el presidente no reflejan muertes clínicas atribuibles al clima. Episodios como riadas, incendios o apagones evidencian fallos estructurales en prevención, gestión del riesgo e inversión en infraestructuras, más que un patrón climático inédito.
El impacto no lo marca el clima: lo marca la preparación institucional para afrontarlo.
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