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Este siglo ya no nos pertenece

Señores,

Que el siglo XXI pertenece a Asia es algo que no podemos seguir ignorando. El sábado decidí que tenía que hacer alfajores. Al encontrarme sin bicarbonato sódico, acudí a los dos supermercados y las tres farmacias que se encuentran alrededor de mi casa, sólo para comprobar horrorizado que todos estaban de vacaciones. El país entero, observé, se había ido a la playa para hacer un solemne corte de manga a la crisis. Por ese motivo, acudí a una de las seiscientas tiendas de chino que me rodean. No suelo acudir a ellas, desde que me vendieron un metro que era ocho centímetros más corto de lo que debería. Pero en este caso me vi en la obligación de acudir a la tienda de -pongamos- Li-Lu. Debo rendir homenaje a su variedad de artículos a la venta: en las tiendas de Li-Lu he encontrado siempre que lo he necesitado desde mancuernas a extracto de vainilla, pasando por pen-drives o plátanos maduros. Otra cosa es que las mancuernas se oxidaran al sacarlas de la bolsa, el extracto de vainilla causara intoxicación alimentaria, los pendrives fundieran la placa base del ordenador, y los plátanos sólo sirvieran de compost. El modelo chino no ha hecho más que adaptarse a los tiempos de volubilidad e inmediatez que vivimos: al igual que las relaciones humanas, las películas, los tanatorios, los teléfonos móviles, el amor o los centros comerciales de hoy en día, los productos chinos suelen ser efímeros, de una ínfima calidad, un pésimo gusto y un precio bajísimo.

El bueno de Li-Lu observaba el mundo absolutamente impasible desde su mostrador, como una estatua de un dragón polícromo. Es obvio que Li-Lu tenía bicarbonato sódico. Aproveché además para comprar una sierra de metal (que se rompería antes de serrar el primer pelo de gamba, como es natural), una guirnalda de luces navideñas (que casi quema mi casa) una broca de hormigón (que se ha fragmentado en múltiples esquirlas dentro del pladur) y una peonza (cuya punta se ha hundido dentro de la madera al usarla por primera vez). No obstante, el punto de interés tecnológico de mi historia está en los gritos que la mujer de Li-Lu (a la que llamaremos, por ejemplo, Li-Li) profería desde detrás del mostrador. De no haber sido por sus gritos de loca furiosa demente, quizá habría comprado también cordones de zapatos que se deshilacharían al primer uso, o albóndigas para perros que acabaría con el hígado de mi dálmata Vaca. Pero los gritos de Li-Li llamaron poderosamente mi atención, y me acerqué al mostrador, y espié entre los tarros de gominolas. La vi sentada sobre una caja de frutas, agazapada sobre un ordenador portátil, al que chillaba en mandarín con gran furor, piando, riendo y resoplando. Observé la pantalla para conocer el objeto de sus atenciones, y no pude menos que asombrarme al comprobar que la china efectuaba una sesión de webcam con otra china -seguramente en Shanghai- que le enseñaba un bebé. Se gritaban una a la otra, se contaban sus vidas aullando, se miraban a los ojos, reían, se querían, estaban vivas, electrocutándose de cariño a través de los pixels de la ventanita del Messenger.

Entonces, se me ocurrió una tontería. Metí mi cabeza entre los tarros de las gominolas y agité una manita cuando me vi a tiro de cámara. Y con la mejor de mis sonrisas, chillé yo también "NIIIHAAAAOOOOO" saludando y enseñando el bote de bicarbonato sódico. La china de Shanghai se echó a reír y me señaló y me enseñó a su bebé, y un senegalés que había entrado a comprar cerveza me mostró sus dientes inmensos y blancos. Y por un momento, cuando a pesar de la distancia física, la barrera idiomática, los husos horarios y los muros culturales, esa mujer china, el senegalés y yo estábamos innegablemente conectados, la escena supuso la metáfora perfecta de nuestro decadente siglo: el occidental intentando comunicarse torpemente a través de internet con Asia, comprando sus dudosos productos porque no le queda más remedio dado que el resto del país está de vacaciones, y Africa esperando su turno al final de la cola con sonrisa triste.

Festivamente,

Fabián, su Chico Multicultural

Fabián C. Barrio es importador-exportador de bicarbonato y tiene una fábrica de alfajores

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