Menú
ASUNTOS EXTERIORES

La Constitución en la papelera

Cuando hablan del “percance” de la Asamblea de Madrid y la crisis abierta en el partido socialista, algunos extranjeros echan mano del socorrido tópico de la juventud de la democracia española. Será por eso, por caridad, por lo que en la prensa extranjera, en particular en la de habla inglesa, hay pocas referencias al asunto.

En cambio se ha hablado, y mucho, del borrador de 200 páginas llamado “Constitución” europea, que un antiguo presidente francés, amigo de aquel inolvidable y gran demócrata que fue Bokassa, ha presentado a los jefes de Estado y de gobierno europeos en Tesalónica.

En los remotos tiempos en los que el espíritu de la libertad soplaba todavía por Occidente, allá a finales del siglo XVIII y principios del XIX, las constituciones, escritas o no, venían a ser la barrera con que la gente se oponía a la insaciable ambición de poder de unos soberanos que querían ser reyes absolutos. En eso consistía el espíritu constitucional: en limitar y organizar el poder del gobierno de tal forma que respetara la libertad de la gente, su autonomía, su capacidad para tomar decisiones. Como tal daban cuerpo a un sujeto —el pueblo o la nación—; resumían en unos cuantos grandes principios básicos, fáciles de comprender, las bases de la vida política, y se creaban las instituciones correspondientes.

El borrador de 200 páginas llamado “Constitución” europea carece por completo de cualquiera de estas virtudes. Es un texto farragoso, prácticamente ilegible. Según The Financial Times , Ana Palacio ha dicho que no es la clase de lectura que uno se compra en un aeropuerto (20.06.03) . No hace falta llegar a tanto, pero sería conveniente que los propios miembros del grupo que le ha dado el visto bueno (bautizado “convención” por los organismos burocráticos de Bruselas) pudieran explicarla. Pues bien, según The Economist (21-27.06.03) ni siquiera ellos entienden el texto en algunos puntos fundamentales, por ejemplo, en las “competencias” allí definidas. Si los propios coautores no son capaces de aclararse en la cuestión esencial del reparto de poderes, que es lo que el término “competencias” significa, ¿quién será capaz de hacerlo? La literatura a la que dé lugar el debate estará sin duda muy lejos de los ensayos de The Federalist , que popularizaron la Constitución americana durante el debate previo a la ratificación por los futuros Estados de la Unión.

El borrador “constitucional” debía haber simplificado la estructura administrativa y política de la Unión Europea, ininteligible para casi todo el mundo, incluidos los políticos. En cierto modo lo ha hecho, repartiendo de nuevo el poder entre la Comisión, el Parlamento, el Consejo y el nuevo Presidente. Pero este es el único punto en el que se avanza: cada vez es mayor el poder de los órganos centrales de la burocracia europea. Por ejemplo, el principio de subsidiariedad, por el que los órganos centrales de la Unión sólo tomaban decisiones allí donde los Estados miembros no podían hacerlo, ha desaparecido del texto.

Tampoco se ha aprovechado la ocasión para abrir un debate de verdad sobre los principios básicos. No se han debatido, por ejemplo, las causas de la debilidad económica y el escaso dinamismo de los países europeos, que es la falta de libertad y el excesivo intervensionismo gubernamental. De hecho, se consolidan los aparatos de gobierno para un cuerpo civil que no existe, y eso sólo puede tener un resultado: aumentar sin límite la burocracia, que seguirá creciendo a costa de los contribuyentes. (Ver, por ejemplo, “Esta Constitución es un fraude”, en The Wall Street Journal , 20.03.06)

En esta “Europa de los presidentes” (como la llama The Financial Times , por eso de la doble presidencia de la Comisión y el Consejo), tampoco está clara la cuestión de los derechos de los ciudadanos y los límites del poder gubernamental. El borrador incorpora la Carta europea de derechos humanos, que es de por sí una perversión del sentido recto del concepto de “derechos”, porque en vez de contribuir a limitar el poder gubernamental, lo incrementa, como viene ocurriendo desde la Declaración de Derechos Humanos de las Naciones Unidas. Por eso, según explica The Economist , algunos países miembros no quieren aplicarla. Así que esos derechos, en principio, sólo conciernen a los funcionarios de la Unión. En otras palabras, los “derechos” del borrador constitucional son privilegios para funcionarios y, por tanto, deberes para los demás europeos…

Así todo. Si cuando éramos estudiantes hubiéramos presentado un texto tan chapucero como este, nos habrían puesto cero, de esos ceros que el presidente Aznar llama “patateros”. Si además nos hubiéramos atrevido a encabezar el trabajo con una cita de Tucídides, yo, por lo menos, habría tenido serios problemas. Probablemente donde mejor esté el borrador “constitucional” sea donde aconseja la portada de The Economist , es decir en la papelera. Tampoco estaría de más que nos dijeran cuánto nos ha costado en sueldos, dietas, viajes, reuniones y festejos el “ego trip” ( The Financial Times , 20.03.06) del amigo de Bokassa. Así sabríamos lo que vale el espíritu de la vieja Europa.


En Cultura

    0
    comentarios