
Un reciente estudio publicado en la revista eClinicalMedicine, llevado a cabo por investigadores en Reino Unido, ha concluido que las personas con pérdida de olfato, anosmia, presentan diferencias funcionales en las áreas olfativas del cerebro y en cómo funcionan las áreas responsables del procesamiento cognitivo y sensorial, en comparación con aquellos que no han tenido COVID-19. Estos hallazgos podrían ser útiles para el desarrollo de tratamientos terapéuticos y futuras investigaciones en este campo.
La pérdida del olfato es un síntoma común en pacientes con COVID-19 y puede durar de 2 a 4 semanas o incluso más, afectando significativamente su calidad de vida. Hasta ahora los estudios de neuroimagen estructural habían demostrado atrofia y lesiones en los bulbos olfatorios, pero se desconocía si otras regiones cerebrales también se ven afectadas en casos de anosmia persistente.
Este estudio exploratorio y observacional investigó las consecuencias de la anosmia relacionada con COVID-19 en el cerebro. Los investigadores mediante imágenes de resonancia magnética funcional e imágenes estructurales compararon la conectividad funcional, es decir, la forma en que diferentes áreas del cerebro se comunican y coordinan su actividad durante la realización de una tarea o en reposo, la materia gris del cerebro, el flujo sanguíneo cerebral y la densidad de materia gris entre personas con pérdida de olfato relacionada con COVID-19, con o sin recuperación del sentido del olfato, con personas sin infección previa por COVID-19, confirmada por pruebas de anticuerpos y sin vacunación.
Los resultados indican que las personas que sufren pérdida del sentido del olfato presentan alteraciones en la conectividad entre diferentes áreas del cerebro en comparación con aquellas que no han sido infectadas por COVID-19. Se ha observado que las zonas del cerebro encargadas de procesar la información olfativa pueden sufrir cambios en su funcionamiento.
En el caso específico de personas con anosmia, se ha encontrado que tres áreas del cerebro, la corteza orbitofrontal izquierda, involucrada en el procesamiento emocional, la toma de decisiones y el control de los impulsos, la corteza de asociación visual y el cerebelo, clave para la coordinación motora, el equilibrio y el aprendizaje motor, se comunican más entre ellas en personas con anosmia que en personas sin esta condición. Esto sugiere que estas áreas están trabajando juntas con mayor frecuencia y pueden estar tratando de compensar la falta de olfato.
Por otra parte, se ha descubierto que las personas que sufren pérdida del olfato debido al COVID-19 tienen dificultades en la comunicación entre dos áreas cerebrales clave: la corteza orbitofrontal derecha, que procesa información emocional y social para tomar decisiones basadas en ellas, y la corteza cingulada anterior dorsal, que regula las emociones y los impulsos. Estas áreas trabajan juntas en el procesamiento emocional y la toma de decisiones, y una disminución en su comunicación funcional puede afectar negativamente la capacidad de las personas para regular sus emociones e impulsos, lo que puede impactar su vida cotidiana.
Por último, se ha observado que las personas que padecen anosmia presentan, en comparación con aquellas que han recuperado el sentido del olfato, un mayor flujo sanguíneo en determinadas áreas cerebrales, como: la ínsula izquierda, relacionada con el procesamiento emocional y la integración sensorial, el hipocampo, se encarga de la memoria y el aprendizaje y, el cíngulo posterior ventral, involucrado en la toma de decisiones y la regulación emocional. El incremento en el flujo sanguíneo podría indicar que el cerebro está tratando de compensar la falta de olfato, aumentando la actividad en estas áreas para ayudar en la percepción y el procesamiento de información relacionada con las emociones y la memoria.
La capacidad del cerebro para compensar la pérdida de olfato es un importante descubrimiento en la investigación sobre la anosmia y su relación con la COVID-19. Estos mecanismos de compensación podrían abrir nuevas vías para el tratamiento de la anosmia y otras disfunciones olfativas, y también para una mejor comprensión de cómo el cerebro se adapta a los cambios en las funciones sensoriales y, como se pueden aprovechar estos mecanismos para mejorar la calidad de vida de las personas con estas disfunciones. Además, estos hallazgos sugieren que la infección por COVID-19 puede tener un impacto en la función cerebral incluso después de que los síntomas agudos hayan desaparecido. La ciencia y la investigación sigue siendo clave para entender mejor los efectos adversos del COVID-19.
