
Mientras nombres como Violeta Mangriñan, AuronPlay o Lola Lolita convierten las redes sociales en un negocio millonario, un fenómeno muy distinto empieza a ganar terreno en España: presos influencers que se convierten en influencers desde el interior de las cárceles. Lo que comenzó como episodios puntuales se ha transformado en una tendencia que ya inquieta a Instituciones Penitenciarias.
En varios centros del país, internos están logrando miles de seguidores grabando y publicando vídeos desde sus celdas, pese a que el uso de teléfonos móviles está estrictamente prohibido. La proliferación de estos contenidos ha encendido las alertas sobre un problema que va más allá de una simple infracción disciplinaria.
La prisión, convertida en contenido viral
Los vídeos replican los formatos que triunfan fuera de los muros. Hay recorridos por la celda, escenas del día a día, charlas con otros presos en el patio, bailes virales e incluso retransmisiones en directo a través de Instagram. Todo con comentarios en tiempo real de seguidores que animan, recuerdan su paso por prisión o muestran admiración.
La respuesta del público se traduce en visibilidad, reconocimiento y, en determinados casos, ingresos económicos. La vida entre rejas también se mide en ‘likes’.
El acceso ilegal a smartphones es el punto de partida del fenómeno. Ya no se trata de móviles básicos, sino de dispositivos capaces de grabar y editar vídeos con calidad profesional. Según distintos testimonios, estos teléfonos entran en prisión por diversas vías: visitas, complicidades internas o incluso drones.
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♬ REZANDO POR MI - JC Reyes & Yamaica
Una vez dentro, algunos presos influencers improvisan pequeños "estudios" con iluminación, música y edición cuidada, adaptados a los códigos de TikTok, YouTube o Instagram. La celda se convierte así en un plató clandestino.
Un reto para el sistema penitenciario
Para las autoridades, la preocupación no es solo tecnológica. La fama digital puede alterar equilibrios internos, generar jerarquías basadas en la popularidad online y abrir la puerta a actividades económicas fuera de control. Todo ello complica la gestión cotidiana de los centros.
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Al mismo tiempo, el fenómeno plantea un debate incómodo. Algunos internos utilizan estas plataformas para reflexionar sobre su pasado, advertir a otros jóvenes o denunciar situaciones dentro de prisión. Otros optan por el entretenimiento, la provocación o la monetización del encierro.
En este sentido Joaquín Leyva, portavoz de ACAIP-UGT, recuerda que los teléfonos móviles son objetos estrictamente prohibidos en los centros penitenciarios y, al mismo tiempo, muy codiciados por los internos. En los últimos cinco años, el personal de prisiones ha intervenido más de 12.000 terminales, una cifra que da cuenta de la dimensión del problema. Según explica, estos dispositivos suponen un riesgo evidente porque pueden facilitar la continuación de actividades delictivas, permiten comunicaciones sin control con el exterior y vulneran la seguridad de los centros al posibilitar la grabación de instalaciones y rutinas internas.
A ello se suma que los móviles se convierten en un elemento clave del mercado negro dentro de las cárceles, generando deudas, conflictos y disputas por su control. Por este motivo, desde ACAIP-UGT insisten en la necesidad de implantar inhibidores de frecuencia adaptados a las nuevas tecnologías, una medida que requeriría una inversión relevante por parte de Instituciones Penitenciarias, pero que consideran imprescindible para reducir los factores de riesgo y limitar el uso de estos terminales dentro de los centros.
Un fenómeno que trasciende fronteras
La tendencia no es exclusiva de España. En países como Estados Unidos o Reino Unido, antiguos y actuales reclusos han convertido la experiencia carcelaria en una marca personal con gran impacto en redes sociales. En algunos casos se presenta como una vía de reinserción; en otros, como un espectáculo que roza la glorificación del delito.
Mientras las autoridades intentan frenar esta práctica, el fenómeno sigue creciendo. Hoy, la prisión ya no es solo un espacio de castigo o rehabilitación. También se ha convertido, para algunos, en un escenario de visibilidad digital. Y en una sociedad donde la atención es poder, incluso tras los barrotes, la fama encuentra la forma de abrirse paso.

