
Desde el jueves, la política norteamericana se ha vuelto todavía más absurda e impredecible de lo que es habitual bajo la égida de ese orate que es Trump. El presidente y su principal aliado, el hombre más rico del planeta, pasaron de la noche a la mañana de ser uña y carne a amenazarse como si fuesen gallos de pelea hasta arriba de ketamina y cocaína. Trump, con cortar a Musk los fondos gubernamentales a sus empresas, además muy reguladas por el Estado. Musk, con fundar un partido político, insinuar que Trump es un pederasta violador a la vera de Jeffrey Epstein y afirmar que es un cáncer económico a través de un presupuesto estatal desmesurado. Se rumorea que Musk y Scott Bessent, el ministro trumpiano de economía, llegaron a las manos por quítame allá unos aranceles y Bannon, el intelectual de la ultraderecha norteamericana, propone deportar al empresario sudafricano que se gastó millones de dólares para llevar a toda la troupe trumpiana a la Casa Blanca. Pero tras este ruido mediático de dos narcisistas infantiloides degradando el espacio público político, social y económico, hay unas profundas corrientes de ideas y cosmovisiones que ahora han chocado.
La derecha política norteamericana es hoy un campo de batalla cultural donde dos almas opuestas chocan como ciervos berreando: una, proteccionista y estatista, encarnada por Donald Trump y su ancestro histórico, Herbert Hoover; la otra, liberal y reformista, que sigue el legado de Theodore Roosevelt y se encarna en las acciones de Elon Musk (con Javier Milei como contraparte hispanoamericana). Trump se vende como el salvador del conservadurismo, pero su historial es una bofetada a la libertad económica: aranceles, gasto público desbocado y vigilancia estatal que apestarían a socialismo si no vinieran envueltos en una bandera estrellada y un empresario plutócrata. En cambio, Musk (Roosevelt detrás, Milei al lado) representa una derecha que apuesta por mercados abiertos, innovación y un Estado que no asfixie. La historia nos enseña que Trump no es una anomalía: es un Hoover redivivo, un conservador reaccionario, nacionalista y antiliberal, un socialista de derechas, que repite los errores del pasado mientras la verdadera alma liberal de la derecha lucha por prevalecer.
Donald Trump y Herbert Hoover son como gemelos separados por un siglo, unidos por su fe ciega en el proteccionismo y el amor por un Estado inflado. Trump desató guerras comerciales con aranceles masivos que provocaron un desplome de los mercados y todavía amenaza con la recesión en el país, dejando a los empresarios americanos, de los agricultores a Apple, viendo cómo sus mercados se desmoronaban. Su mantra "America First" no era patriotismo auténtico, sino aislacionismo tóxico que encareció productos para los propios estadounidenses. Además, infló el gasto público con cheques de estímulo y rescates, aumentó los presupuestos federales y expandió la vigilancia estatal como también hace su modelo y autócrata preferido, Xi Jinping. ¿Dónde está el conservadurismo en un gobierno que espía más, gasta más y protege menos?
Hoover, un siglo antes, escribió el mismo guion. Su Ley de Aranceles Smoot-Hawley (1930) impuso aranceles a miles de productos importados para "salvar" la economía americana. ¿El resultado? Represalias comerciales que colapsaron las exportaciones y agravaron la Gran Depresión, dejando a millones en la miseria y a los campamentos de desempleados bautizados como "Hoovervilles" en su honor. Aunque empezó predicando el laissez-faire, terminó abrazando el intervencionismo, rescatando bancos e industrias en una jugada que prefiguró los rescates actuales de Trump. Ambos, en tiempos de crisis, creyeron que aislar a EE.UU. y engordar el Estado era la solución, pero solo lograron cavar un hoyo más profundo. Trump y Hoover representan el alma estatista de la derecha: un conservadurismo que, en nombre de "proteger" la economía, la estrangula con aranceles y gasto descontrolado.
En el otro extremo, Theodore Roosevelt, Javier Milei y Elon Musk representan un alma de la derecha que no teme la libertad ni la competencia. Roosevelt, un republicano progresista, no era un libertario como Milei, pero su visión económica estaba más cerca del liberalismo que del proteccionismo rancio de Trump o Hoover. Usó la Ley Sherman Antimonopolio para desmantelar monopolios como Northern Securities, asegurando mercados competitivos sin recurrir a aranceles. Apoyó el libre comercio y proyectó el poder de EE.UU. con proyectos como el Canal de Panamá, mientras equilibraba su reformismo con políticas sociales, como mediar en la huelga del carbón de 1902 para proteger a los trabajadores. Roosevelt creía en un gobierno activo pero limitado, que regulara para fomentar la competencia, no para aislar al país.
Javier Milei, desde Argentina, lleva el liberalismo a un nivel visceral. Abolió más de 350 regulaciones con un solo decreto, privatizó empresas estatales, eliminó controles de precios y recortó el gasto público, demostrando que un Estado elefantiásico es el problema, no la solución. Pero también, contra sus prejuicios anarquistas, que solo desde el Estado y regulándolo desde un liberalismo clásico, se puede configurar un mercado favorable a la competencia y no a lobbies espurios, ya sean sindicatos de trabajadores parásitos o de empresarios plutócratas. Su propuesta de "desmantelar" la planificación y el intervencionismo fue una declaración de guerra contra el intervencionismo que aprueba cualquier liberal clásico. Milei quiere un Estado suficiente y necesario, pero ni un milímetro más allá, y sus acciones lo respaldan, alineándose con el espíritu reformista de Roosevelt, aunque sin el componente regulatorio de este último.
Elon Musk, por su parte, desde el sector privado, es la encarnación del liberalismo en acción. Tesla y SpaceX prosperan en mercados globales sin necesidad de aranceles ni proteccionismo, demostrando que la innovación no necesita un gobierno que "proteja" a las empresas. Musk ha criticado regulaciones que frenan el progreso, como las de la SEC o las leyes laborales europeas, y su éxito es una bofetada al proteccionismo de Trump. Como Roosevelt, Musk cree en la competencia y la apertura global, pero rechaza el rol regulador que Roosevelt defendía. Juntos, Roosevelt, Milei y Musk representan una derecha que desafía el statu quo, apuesta por mercados libres y reduce el poder estatal, cada uno con su propio matiz.
La derecha norteamericana se ha partido en dos almas irreconciliables. Trump y Hoover encarnan el nacionalismo estatista: un conservadurismo con retórica de grandeza pero aislacionismo cobarde. Sus aranceles (Smoot-Hawley para Hoover, guerras comerciales para Trump) hundieron el comercio, y su intervencionismo (rescates, estímulos, vigilancia) infló el Estado, en contra del ideal liberal de un gobierno limitado. Trump, con su retórica populista, y Hoover, con su tecnocracia amoral, son la prueba de que el proteccionismo no protege: es una destrucción destructora del capitalismo vicioso plutocrático en contraposición con la destrucción creadora característica del capitalismo virtuoso que defendía Schumpeter.
Th. Roosevelt, Milei y Musk, en cambio, representan el liberalismo reformista, una derecha que abraza la libertad económica y la innovación. Roosevelt regulaba para competir; Milei desmantela para liberar; Musk triunfa sin necesitar al Estado. Los tres, a su manera, rompen con estructuras rígidas para abrir mercados y reducir el control estatal excesivo. Roosevelt, con su progresismo equilibrado, habría despreciado los aranceles de Trump como un error estratégico; Milei y Musk, desde sus trincheras, demuestran que el futuro de la derecha está en la libertad, no en el proteccionismo.
Este choque tiene raíces filosóficas profundas. Trump y Hoover se alinean con el Leviatán de Thomas Hobbes: un Estado fuerte de tendencias totalitarias que, en nombre de la seguridad (económica o nacional), justifica el control y la intervención. Sus políticas reflejan una desconfianza en la libertad individual y en los mercados globales, optando por un gobierno que "protege" a costa de todo. Roosevelt, Milei y Musk, en cambio, beben de John Locke: la libertad individual y la propiedad privada son el motor del progreso, y el Estado debe ser un árbitro, no un tirano. Roosevelt lo hacía con regulaciones para garantizar equidad; Milei y Musk, con una fe racionalista en el mercado y la iniciativa privada.
Trump no es un conservador; es un Hoover del siglo XXI, un estatista disfrazado de patriota que repite los errores de un presidente cuyo legado es sinónimo de crisis. Su amor por los aranceles, el gasto público y la vigilancia masiva lo pone más cerca de un burócrata socialista que de un defensor de la libertad. Hoover ya demostró que el proteccionismo lleva al colapso; Trump, con sus guerras comerciales, solo confirmó la lección. Mientras tanto, Roosevelt, Milei y Musk muestran el camino de una derecha liberal: una que abraza la competencia, la apertura y la innovación. La derecha tiene dos espíritus, pero solo una mira al futuro. Si Trump y su proteccionismo son el rumbo del conservadurismo, que alguien apague la luz, porque el camino al socialismo de derechas ya está pavimentado.
