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Ser profesor en España, siglo XXI

Una enseñanza efectiva no solo transmite conocimientos, sino que también debe despertar curiosidad, desarrollar habilidades críticas y fomentar valores que perduran toda la vida.

Una enseñanza efectiva no solo transmite conocimientos, sino que también debe despertar curiosidad, desarrollar habilidades críticas y fomentar valores que perduran toda la vida.

En mi doble faceta como profesor de Secundaria y de Universidad me suelen preguntar cómo llevo la docencia. Las encuestas generales revelan que la proporción de profesores "quemados" aumenta y los testimonios particulares suelen ser pesimistas y quejumbrosos. Sin embargo, en mi caso, dar clases es motivo de satisfacción, ahora como hace veinte años, ya que me dedico a lo que más me gusta que es leer, escribir y hablar sobre lo aprendido, que es básicamente la tarea de un profesor desde que Platón abrió su Academia. En cuanto a los alumnos hay de todo, desde quienes sacan diez en todas las asignaturas, suelen ser chicas, hasta aquellos que en cuanto se sientan en el aula sacan el portátil para conectarse a tiktok (lo sé porque cuando me acerco de improviso bajan rápidamente la tapa del ordenador). Pero, en general, los alumnos en su inmensa mayoría cumplen aquello de Aristóteles al principio de la Metafísica de que todo el mundo desea saber. Y cuando a los alumnos les das material del bueno, del propio Estagirita a Hannah Arendt pasando por el estudio de las falacias o de dilemas éticos, se lanzan a por ello como drogadictos por unas pastillas de fentanilo.

Por cierto, también es la labor fundamental de los alumnos leer, escribir y hablar sobre lo que se lee. No por casualidad el mote de Aristóteles, el mejor alumno de Platón, en la Academia era "el Lector". Ahora bien, la lectura, escritura y habla en la institución educativa es algo diferente a lo que se realiza fuera de las aulas, y ahí está parte de su encanto y también de su incomodidad para muchos. Luego volveremos sobre la cuestión.

El hecho de que la educación sea motivo personal de gozo no significa que todo sea miel sobre hojuelas. Hay alumnos maleducados, vagos, disruptivos y parásitos. Como hay políticos demagogos que pretenden convertir el sistema educativo en el brazo adoctrinador de sus partidos. También hay padres que sufren distintos grados de "titulitis". Por no hablar de inspectores con espíritu inquisitorial y burócrata más atentos a las estadísticas de aprobados que al nivel educativo real. Y el famoso espíritu de los tiempos, donde pedagógicamente la empatía ha sustituido a la inteligencia como virtud suprema tanto para docentes como para alumnos, así que se promueve una actitud de colegueo emocional en lugar de autoridad cultural. Para guinda, la tecnología en lugar de ayudar a convertir a los más inteligentes en más inteligentes y a los menos capacitados en superar sus limitaciones se implementa incrementando la burocracia, sustituyendo el trabajo propio y ayudando a la jerarquía administrativa a convertirse en un sofisticado Big Brother digital.

Ahora bien, aunque los alumnos disruptivos, los políticos demagogos, los padres irresponsables, los pedagogos ideologizados y la IA (Idiotez Artificial) esté presente en los centros educativos y ocupe portadas y debates, lo cierto es que son una minoría que, aunque produce ruido y chupa tiempo, no representa el común de la práctica educativa donde fundamentalmente sobresalen los alumnos con matrículas de honor y desde aquí quiero saludar a, por ejemplo, Silvia, Daniel, Paula y Aurora por su brillante desempeño este año. Una intervención de cualquiera de ellos en clase o en los seminarios de lectura vale por la variedad de malos ratos de los alumnos, voy a omitir piadosamente todo nombre, que entre una cosa y otra se convierten en protagonistas para mal. Con treinta alumnos por clase en Secundaria y entre cien y doscientos en la Universidad lo normal es que haya un carbón negro por clase pero eso no quita para que haya en correspondencia cinco o seis diamantes en bruto a los que hay que pulir. ¿Qué es la educación sino pulir a los diamantes en bruto y tratar de que el negro carbón se convierta, por qué no, en carbón, sí, pero incandescente?

Se suele poner el acento en los alumnos abonados a la falta de disciplina, los bulos propagados por influencers en TikTok, la perniciosa influencia de las pantallas y otras diez mil cuestiones sociales, políticas y pedagógicas. Pero lo cierto es que tras todas estas dificultades la cuestión de fondo es que el sistema se sostiene o se hunde no por unas leyes educativas nefastas, unas instituciones educativas obsoletas o unas herramientas tecnológicas al borde del colapso intelectual, sobre los hombros de los profesores que cuando un alumno tiene diez en todo salvo en su asignatura, o bien es la única que ha suspendido, mantienen su nota impertérritos.

Enseñar no es solo impartir conocimientos, es una habilidad que puede moldear el futuro de los estudiantes. En un mundo donde el conocimiento nunca se detiene, ser un buen profesor significa animar a los alumnos para que descubran su potencial y construyan su propio camino. Pero ello, ¿cómo se hace? Hoy se ha puesto de moda la pedagogía-pop, que pretende que los alumnos no piensen demasiado, sino que se sientan bien. Primero se les debilita mentalmente y luego se les atiborra de (falsos) pensamientos positivos, (fraudulentas) personas vitamina y (delirantes) terapeutas empáticos. De ahí que sea normal hoy que hay alumnos de Bachillerato que se amotinan contra un libro obligatorio de 300 páginas (con sus padres respaldándoles), universitarios de élite (risas) que han leído miles de tuits pero ninguna novela completa y que se escriban tesis doctorales sobre Taylor Swift gente que pretende que está a la altura de Shakespeare.

Por el contrario, la old school de la educación ilustrada, el equivalente pedagógico del mantra de Miguel Anxo Bastos sobre "ahorro, capitalismo y trabajo duro", es la mejor guía para una vida tan plena y exitosa, siempre que el azar no se cruce demasiado en nuestras vidas.

Nadie duda de que un buen profesor es clave para fomentar el crecimiento académico y personal de tus estudiantes. Una enseñanza efectiva no solo transmite conocimientos, sino que también debe despertar curiosidad, desarrollar habilidades críticas y fomentar valores que perduran toda la vida. Con el tiempo, estas prácticas pueden llevar a que los alumnos alcancen sus metas por ellos mismos, superar desafíos y contribuir al mundo de manera significativa. Ahora que es final del curso es el momento perfecto para tener claras algunas metas. En primer lugar, antes de entrar al aula, hay que reflexionar: ¿qué se quiere lograr con los estudiantes? ¿Que dominen un tema, desarrollen habilidades específicas o se apasionen por aprender? Hay que introducir metas claras para cada clase y a largo plazo.

El primer día de clase hay que ponerse en el último del curso, y desde ese momento analizar retrospectivamente lo que se va a hacer. Por otra parte, en la enseñanza, el aprendizaje continuo es esencial. Hay que mantenerse actualizado fundamentalmente sobre el contenido de cada asignatura, evitando modas pseudopedagógicas sobre nuevas metodologías, tecnologías educativas y tendencias chics. No hay nada peor que un "profe enrollao", véase el profe Keating de El club de los poetas muertos, una película que apesta como un poetastro putrefacto. Por ejemplo, una de las mayores plagas es la utilización de "kahoots", unas encuestas supuestamente divertidas en las que hay muchas risas y nulo conocimiento. Evita especialmente a los pedagogos progres que sirven de inspiración a docentes ingenuos, de Paulo Freire a María Montessori, ya que son el equivalente pedagógico de Rousseau y Marx en Filosofía, esos filósofos opiáceos tan atractivos como tóxicos.

Antes de enseñar, asegúrate de que tu aula sea un espacio abierto, crítico y libre, a años luz de los zulos posmodernos de la izquierda pedagógica que vende como espacios "seguros, inclusivos y estimulante" lo que no son sino espacios intolerantes, adoctrinadores y más falsos que el mago de Oz. Fomenta la crítica aunque sea despiadada pero siempre sobre una base sólida. Más Nietzsche y menos el oso Lotso. Un entorno donde los estudiantes se sientan libres de expresar su opinión por mucho que desafíen a los ídolos de la tribu y el statu quo ideológico hará que sean capaces de desarrollar el verdadero pensamiento crítico y no vomitar la sarta de clichés con las que pretenden lavarle el cerebro desde los medios establecidos.

Por supuesto, hay que tener en cuenta que no todos los estudiantes aprenden de la misma manera. Combina estrategias como clases magistrales, dinámicas grupales, proyectos prácticos, debates o uso de herramientas digitales, todo a su debido tiempo y con una jerarquía adecuada. Hay que tener en cuenta que la educación no es una institución democrática sino epistemocrática, en la que el profesor está en su lugar y el estudiante en el suyo debido al mérito y la escala propia del conocimiento. La diversificación mantiene el interés, se adapta a diferentes estilos de aprendizaje y maximiza el impacto de tus lecciones. La autoridad establece que la verdad a diferencia de la mentira es difícil, dura y dolorosa de alcanzar. Un profesor debe hacerse respetar tanto como un sensei, un instructor de kárate al que el alumno no sueña siquiera en faltar al respeto. Del mismo modo que hay que rescatar la autoridad del baúl de los recuerdos donde la ocultó la pedagogía progre, también hay que evitar la Escila de la educación autoritaria que se manifestaba en una violencia arbitraria.

Sobre todo, un profesor ha de considerar que su labor no se mide solo por las calificaciones de sus alumnos, sino por su influencia en el largo plazo respecto al crecimiento integral de los estudiantes. La paciencia, el reconocimiento del progreso individual y evitar desanimarse por resultados inmediatos. La influencia puede manifestarse años después en la vida de tus alumnos ¡y seguramente jamás sabrá lo positivo de su influencia!

Paradójicamente, y contra los dogmas pedagógicos actuales, más propios de Eurovisión que de la Universidad de Salamanca en tiempos de Juan de Mariana, las necesidades de los estudiantes y el contexto educativo no han cambiado fundamentalmente desde que Sócrates discutía con los sofistas y le enseñaba matemáticas a los esclavos. Con los alumnos funciona básicamente el diálogo, mucho diálogo, pero fundamentando, exigente y con respeto, lo que significa no tratarlos como a discapacitados mentales sino como a adultos bajitos. Por decirlo de una manera todavía más cruda, a los alumnos hay que tratarlos como a perros. En el sentido que explica César Millán, el adiestrador de perros, cuando señala que a los perros hay que tratarlos con ejercicio, disciplina y afecto. Justamente en ese orden. Sin embargo, hoy la disciplina más bien ha desaparecido, el afecto se ha convertido en postureo empático y el ejercicio tiene que luchar con la conducta sedentaria que imponen las pantallas y los videojuegos.

He mencionado a Platón y a Sócrates que han sido siempre mis referentes pedagógicos. También Bertrand Russell que abominó de sus experimentos pedagógicos progres cuando vio que la realidad del alumnado estaba más cerca de El señor de las moscas que del Emilio roussoniano. Sentenció:

Si quieres enseñar a los niños a pensar, empieza por tratarlos con seriedad cuando son pequeños, dándoles responsabilidades, hablándoles con franqueza, proporcionándoles privacidad y soledad, y convirtiéndolos en lectores y pensadores de pensamientos importantes desde el principio. Eso es si quieres enseñarles a pensar.

¿Qué es ser un profesor en España? Alguien que contra ministros adoctrinadores, instituciones burocráticas, padres irresponsables y alumnos parásitos tratan de enseñar a sus alumnos a pensar. Con que haya un alumno por curso me doy por satisfecho. Y desde que soy profesor no ha sido uno, sino varios los que estaban por la labor. A esos les debemos nuestro trabajo y nuestra no rendición.

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