Colabora
Agapito Maestre

¿Por qué vuelven los toreros?

Conchita Cintrón escribió un libro imprescindible, vital, para entender una civilización capaz de sentir qué es una tarde de domingo sin toros.

Torero citando con el capote. | Cordon Press

¿Por qué vuelven los toreros? es el título de un libro maravilloso de Conchita Cintrón. Esta mujer, torera de a pie y a caballo, escribió una de las obras más deliciosa, fina y exquisita de la ingente y monumental literatura taurina del siglo veinte; publicada en México, en 1977, por la editorial Diana, y prologada con un extraordinario madrigal de Gerardo Diego, sigue siendo una joya de la literatura taurina, de la gran literatura, de nuestro tiempo. Prosa poética. Obra de mesilla de noche y relectura obligada. Hoy he hecho una excepción. Esta vez le he dedicado toda una tarde de verano en la Biblioteca Nacional. Por fin, me he convencido de que es una obra extraordinaria de filosofía española; de filosofía, sí, porque la exposición, su escritura, es clave para entender sus ideas; y española, porque está escrita en castellano para toda Iberoamérica (incluidas España y Portugal, naturalmente, concebidas como dos naciones más de esa comunidad imaginaria de naciones en el debate contemporáneo entre civilizaciones).

Universal libro, pues, es el de Conchita Cintrón. Fácil de entender y sentir para cualquier lector por alejado que esté de los usos, costumbres e ideas de la civilización hispanoamericana. Conchita Cintrón es una de esas autoras que ha contribuido de modo genial a hacer de la tauromaquia un arte universal. Belleza al alcance de cualquier lector con una mínima educación estética. ¿Por qué vuelven los toreros? es una antología de crónicas, como dice la autora en una delicada dedicatoria, escaneada para el libro, de su puño y letra, que aquí transcribo: "Dedicatoria: Antología de crónicas, aparecidas en El Informador de Guadalajara, Jalisco, dedicada a la memoria de mis padres, mi maestro, mi marido e hijos, mis amigos; al recuerdo, en fin, de un mundo de gente admirable que ha convertido en algo muy especial mi paso por la vida, enseñándome que para el caminante sí hay camino... cuando le dan la mano al andar."

No sobra una sola línea en este libro. El final, El último brindis, es una síntesis perfecta de toda la obra. Contiene una filosofía de la lidia. De la vida. "¿Quién no tiene que lidiar la vida? Cada día es una incógnita encerrada en el chiquero de la noche. Como el toro, el destino es una realidad engalanada de quimeras. Sale al ruedo para mirarnos frente a frente. Un día más, un toro más. Horas grises, triunfos, lágrimas o muerte, ¿quién sabe lo que tiene en suerte? ¿Cuántas noches han sido patios de cuadrillas?".

"Para todos es igual la primavera e igual será la última corrida. Cuando suenen -finales- los clarines, a cada quien le tocará enfrentarse, sólo y descubierto, frente a frente con la Autoridad Suprema… para brindarle su última faena" (pp. 233 y 234).

Porque le importó tanto lo concreto como lo abstracto, el arte como la belleza, el magisterio como la educación, pudo escribir con desparpajo intelectual, filosófico, "la fiesta tiene sus raíces, como toda flor, en el lodo abonado de miserias; pero están dispuestas para quienes miran hacia abajo, y en la vida hay que mirar hacia arriba. ¡Siempre hacia arriba! Negar belleza por reconocer miseria sería negar el cielo por existir el infierno. Y entonces... ¿a dónde está aquella hora de emoción?, ¿adónde aquel patio de cuadrillas? ¿Aquellos viajes? ¿Ese modo de vivir? ¿Para qué, Señor, las amapolas? ¿Por qué la primavera sin clarines? ¿De qué sirve el olvido, de qué la miseria conocida, si cuando la brisa trae aroma de hierba fresca y eco de cencerro… es aquel olor mohoso y fuerte de las tablas el que regresa…?" (p. 21). Es un libro hecho de recuerdos y evocadoras vivencias en el planeta taurino. Libro, sí, de toros, toreros y públicos diversos.

Libro imprescindible, vital, para entender una civilización capaz de sentir qué es una tarde de domingo sin toros (imagínense sin fútbol). "Vivo en la parte antigua de la milenaria ciudad de Lisboa, donde se camina por siete colinas, y las calles, estrechas tienen el encanto de lo inesperado (…). Hoy es domingo y ya le oigo venir… El hombre es ciego, toca el saxofón y no me conoce. Hace años que le oí por primera vez. Era también un domingo… un domingo sin toros en una ciudad adormecida. Y yo sentí una extraña hermandad entre su vida sin luz y la mía sin toros. Le mandé cinco escudos y un recado: siempre que tocara un pasodoble en mi calle, en domingo, recibiría la misma suma. No ha fallado. Allí viene. Se aproxima tocando un bolero, pero no tardará en detenerse en mi esquina y cambiar de ritmo (…). Ya lo veo; está cerca. Baja el saxofón y se detiene. Yo cerrando los ojos, dejo de verlo y espero… ¡Allí está…!, ¡las notas cortan el aire! ¡Respiro un campo de flores! ¿Cómo describir la emoción? Es una plaza de pueblo, inundada de luz… la arena se extiende, lisa y dorada… las tablas son rojas… la multitud es inquieta y el tendido viste capa, negra, de sombra. ¡Sonarán los clarines! (…). Y espero y espero y espero… Y el pasodoble se aleja y se llena de pena… su nostalgia me hiere en el alma. El ciego camina… ¿Y esos clarines? Recuesto la frente en las celosías. Lágrimas caen en cadena… Y cadenas arrastra mi hermano que por la calzada se va…" (p. 23). He ahí en unas líneas algo más que una añoranza taurina: una filosofía de la nostalgia, una meditación para aquí y ahora. Un recuerdo genuino, o sea, una vuelta con el corazón a un pasado feliz, para soportar un presente mortecino.

"Una extraña hermandad", repito la metáfora de Conchita Cintrón, "entre su vida sin luz y la mía sin toros". ¡Una vida sin toros! ¡Qué tristeza! Hasta los brutales separatistas, exterroristas, comunistas y gente de esa calaña empiezan a verles las orejas al lobo, o sea que se han pasado con sus prohibiciones. Hasta uno de Junts, un alcalde de un pueblo de Cataluña, ha comenzado a pedir que vuelvan las corridas de toros a su zona. Mientras llega, lea el libro de la Cintrón. Es toda una medicina para curar la enfermedad de quienes sólo ven maldad allí donde sólo hay belleza y bondad. En todas sus crónicas está velada la poesía taurina, esencial, para una vida digna. Más que un libro de toros y toreros, en cierto sentido, una continuación de otro escrito, en 1962, titulado Recuerdos, es una obra para embellecer el mundo a través de una fiesta única: los toros. Este libro de toros es otra genial muestra de escuela de vida. Es un vademécum contra la impostura y la beatería a la hora de enjuiciar qué sea torear: "Hay aficionados que afirman que torear es 'parar, templar y mandar'. Y lo dicen con la autosuficiencia de quien lo tiene todo dicho. ¡Tonterías! Torear es otra cosa. Torear es lo que expresa Pedro Vargas cuando canta y Nureyev cuando baila. Es, también, el sabor de una mangana bien lanzada (…). Hartos estamos de ver 'parar, templar y mandar' en las plazas de toros y salir aburridos hasta la coronilla. En cambio, cuando canta Pedro, tenemos el olé atravesando en la garganta. Porque nos dice lo que no está en su voz ni en su música. Está en él. Facultades no son arte. Son vía para transmitirlo, que no es igual (…). Parar, templar y mandar son palabras pobres (…) si pretendemos ilustrar que es el toreo.

Dijo Valdelomar: 'Si hay la línea, el color, la armonía, el ritmo y el gesto, ¿para qué hablar?'

Línea… color… armonía…, ritmo… gesto. La expresión de un poeta. ¡Eso es torear!" (Pp. 128 y 129).

Grandiosa torera, a caballo y a pie, es Conchita Cintrón, cuando reconoce todo lo que un poeta le da con creces a la fiesta brava: línea, color, armonía, ritmo. Gesto. Callen, por favor, los sabihondos del parar, templar y mandar.

Este libro, como casi todas las grandes obras de tauromaquia y filosofía, nos da más, muchísimo más, de lo que promete. Este ramillete de recuerdos, de hechos evocadores de sus vivencias en el mundo taurino, del canto a sus amigos toreros, a su maestro y familia, de las elegías a los compañeros que ha visto morir en el ruedo, de sus viajes, de su formación y retirada, etcétera, revelan no sólo el alma de una torera de fina ternura sino el conocimiento profundo de quien ha pensado, o mejor, meditado sobre un ritual pagano que determina el modo de vida de una civilización muy refinada.

¿Por qué vuelven los toreros? es un libro para todos los públicos, para aficionados y no aficionados. Muestra con precisión literaria que el toreo, repito, es grandiosa escuela de vida. Con extraordinaria sensibilidad y excelentes conocimientos Conchita Cintrón refleja la influencia poderosa de los toros sobre el hombre y la sociedad. Pocas obras hallaremos comparable a la de Cintrón a la hora de justificar, dar razones, por qué vuelven los toreros a torear. Aquí sí que hay, en el sentido más estricto de la expresión, una filosofía del torero. Varías y sugerentes son las razones expuestas por Cintrón. Valga una como botón de muestra de la grandeza de esta autora: "Cuando ejerce su profesión el torero, es un dios. Es el destino, pagano, del toro (…). Cuando el torero deja el ruedo, pasa al mundo de los hombres. Ya no es un dios. No reparte su espada la muerte; ni brotan, de sus entrañas, las maravillas mitológicas de su expresión… Es entonces él -el torero enmudecido- quien arremete ciegamente contra el destino. Lucha... pelea y sucumbe, atravesada, su vida, por la espada de la realidad: el torero, en la plaza, será un dios; mas en la vida no pasa de un pobre animal sujeto a la voluntad del Lidiador Supremo" (p. 37).

Pero, debajo de toda esas razones para defender la vuelta del torero, después de retirado, al ruedo, hay un sentimiento que soporta esta filosofía: la amistad, que nada sería sin el ánimo permanente de los amigos por hacerlo digno de ser cívico, razonable, o sea, la amistad desaparece si no se cultiva también con razones. Sí, sí, también la amistad es cívica o no es. Quizá sea este asunto el mejor tratado en toda la obra. Los recuerdos de la convivencia con toreros como Rodolfo Gaona y Antonio Bienvenida convierten a este libro en un clásico no sólo de la filosofía de la amistad, sino también en un tratado sencillo de las tauromaquias de esos extraordinarios matadores.

En fin, Conchita Cintrón, torera de a caballo y a pie, nos ha legado un libro prodigioso. Y es que ya dijeron dos grandes de la tauromaquia quién era, en verdad, esta mujer. Cossío, maestro de maestros, dijo: "Conchita, en su arte y en su vida, fue el ejemplo más admirable de natural espontaneidad que pueda proponerse. Lo fue en su vocación, en la forma de su rejonear y lidiar a pie, y lo es en su vida. Y cómo no, en este libro de memorias" (se refería Cossío a sus Recuerdos). El grandioso Gregorio Corrochano, en junio de 1947, escribió: "En el álbum de Conchita Cintrón, que si la dejasen lidiar pie a tierra después de rejonear… ¡Cuántos toreros tendrían que subirse al caballo!"

Ver los comentarios Ocultar los comentarios

Portada

Suscríbete a nuestro boletín diario