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Memoria para desmemoriados. Una antología del G-27

El grupo poético de 1927 nunca fue tratado por la España oficial de la época de Franco peor que a otros autores de la época.

El grupo poético de 1927 nunca fue tratado por la España oficial de la época de Franco peor que a otros autores de la época.
Gerardo Diego | Biblioteca Nacional

Paseaba por la Cuesta Moyano, un sábado de octubre por la mañana, con un grupo de amigos, después de haber desayunado en El Brillante, a veces lo hacemos, aunque no sin protestas de los más castizos, en el McDonald's de Atocha, esquina Paseo del Prado. Hablábamos unos con otros. Las conversaciones se cruzaban. No había forma humana de seguir con atención una de ellas. Todos queremos participar en todas. Y todas, sí, las interrumpe el señor Decano, cuando le viene en gana. Siempre pasa en estas reuniones de ácratas sin remedio. Unidos solo por la amistad. Cuidamos de la amistad y, de paso, compramos libros de viejos y, si se tercia, algunos nuevos. Pues eso, amigos, en este delicioso guirigay en el que estoy metido casi todos los sábados del año, hubo una voz dominante, la de Manolo el del Atleti, más castizo que la Cibeles e irredento "socialistón" del barrio de Tetuán, quien se lanzó a recitarnos unos versos de Pedro Salinas:

¡Qué alegría, vivir
sintiéndose vivido!
Rendirse
a la gran certidumbre, oscuramente,
de que otro ser, fuera de mí, muy lejos,
me está viviendo.

Pertenecen, dijo sonriendo el improvisado rapsoda, a La voz a ti debida. Se sabía de memoria estrofas enteras de esta obra y también otras, de Razón de amor, del mencionado Pedro Salinas, que utilizaba en su primera juventud, allá por los sesenta, para dejar con la boca abierta a las chicas que se le cruzaban en su camino. El amigo Manolo, con más pasadas que un violín Stradivarius, guardó silencio al ser preguntado por los éxitos de sus cuentos poéticos con las doncellas de la época. Pero no se cansaba de contarnos anécdotas y chascarrillos sobre Salinas, el poeta del amor, fiel seguidor de Bécquer; se había criado en la calle Toledo, más cerca de la Plaza Mayor que de la Puerta del mismo nombre, y su familia regentaba un pequeño negocio. No hay placa ni nada que recuerde la cosa. Tampoco parece que el propio Salinas haya hablado demasiado de sus orígenes familiares, se quejaba Manolo, pues nunca menciona a sus padres y nunca tuvo un recuerdo sobre la mercería Salinas que regentaba el cabeza de familia…

Y así, entre las chuflas de unos, las quejas de otros por lo mala que estaban las porras de hoy, y el empeño de Manolo por hacernos ver que Salinas era un verdadero chulapón de Madrid, nos plantamos casi en la caseta de Julián. En ese camino, otro de la peña, Pepe, se separó del grupito; fue directamente hacia una mesa de libros viejos y, como si ya lo hubiera investigado en otras ocasiones, cogió uno y me lo regaló; mientras pagaba la pieza el amigo Itur, siempre tan generoso, me dice: lo importante de esta obrita no es la introducción sino los poemas que recoge. El volumen escogido, entre cientos de libros viejos, es cómodo de manejar, aunque la letra es demasiado pequeña para mi vista, y está en muy buen estado. Se trata de una antología poética de la Generación del 27, publicada por la editorial Castalia, en 1990, con una portada de un bello cuadro de Dalí (valga la redundancia "bello cuadro", ¿conoce alguien un cuadro de Dalí que no sea bello).

Abro al azar el regalo y leo que los autores del 27, según el antólogo, Arturo Ramoneda, "se vieron privados, con pocas excepciones, del público al que mayoritariamente se dirigían, ya que la imagen que de ellos se dio en la España oficial casi siempre estuvo deformada y tergiversada y sus obras fueron silenciadas o prohibidas." ¡Caray! El "juicio", quizá sería mejor decir prejuicio, no puede ser más duro y falso. No digo yo que no hubiera algún libro de este grupo poético difícil de hallar en las librerías, pero en los años cuarenta, cincuenta, sesenta y setenta nadie en España fue privado de estudiar a la famosa Generación del 27. Cítese, por favor, un solo libro de texto donde se prohibiera la lectura del Romancero gitano, de Federico García Lorca, o Cántico de Jorge Guillén. Eso es imposible. Todos los libros de texto de Historia de la Literatura española utilizados por los estudiantes de bachillerato de esa época aparecían los poetas del 27. Los planes de estudios del Ministerio de Educación de la época del franquismo jamás prohibieron el estudio de esos poetas. Dámaso Alonso, Vicente Aleixandre y Gerardo Diego se quedaron en España y publicaban en la revista y editoriales de España. También lo hicieron los exiliados en América y EE.UU.; por cierto, algunos de ellos venían a España sin ninguna cortapisa y se paseaban sin problema por sus pueblos y ciudades; Manuel Altolaguirre, en uno de sus viajes a España, murió en accidente de tráfico cerca de Burgos; otro ejemplo fue el de Jorge Guillén, quien visita a su padre en Valladolid, en 1949, y poco más tarde, según cuenta el propio Guillén, comienza en la finca de un familiar español a escribir Maremágnum, incluido en Clamor, que recoge el famoso poema Potencia de Pérez, publicado a finales de los cincuenta, y muy conocido en la España de la época. Las obras de los autores del 27, algunos de ellos en plena fase de creación, durante el franquismo eran conocidas y leídas por todo el mundo en España.

Sobran pruebas para desmontar ese tipo de falsedades sobre la represión franquista a los autores del 27, pero no deberíamos darlas por sabidas. Es menester recordarlas, porque esas manipulaciones son siempre excusas para que políticos analfabetos y sin escrúpulos hayan sacado adelante leyes infames y totalitarias como la de la Memoria Histórica y, más tarde, la de Memoria Democrática.

Insistamos, pues, el grupo poético de 1927 nunca fue tratado por la España oficial de la época de Franco peor que a otros autores de la época. Aquí mismo, delante de mi mesa de trabajo, tengo la famosa antología de Poesía española, de Gerardo Diego, publicada por primera vez en 1932, después en 1934, y finalmente en 1959, que siempre fue ampliándose con más poetas y poemas del grupo del 27. También releo una antigua antología del 27 realizada por el exquisito poeta Vicente Gaos, hermano del filósofo José Gaos, transterrado en México, y de la actriz Lola Gaos. Don Vicente, así se la llamaba en mi pueblo, regresó pronto a España de un fugaz exilio. Este poeta y profesor de literatura, durante algún tiempo en el Instituto Fray Andrés de Puertollano, publicó una bellísima antología, en el año 1965, para la editorial Anaya. Hay una reedición de esta Antología del grupo poético de 1927, en la editorial Cátedra, hecha por Carlos Sahagún, en 1989. Y así podríamos seguir dando más ejemplos sobre la presencia del G-27 en la España de Franco. Estoy convencido de que mis amigos de Moyano me ayudarían en esa tarea. Sabrán darme aún más razones que las aquí aporto contra el engaño montado sobre el G-27. Ellos tendrán mil argumentos y, sobre todo, recuerdos para negar que la España franquista reprimió a los del 27.

Sí, los de Moyano, como Manolo y Pepe, me han enseñado otras veces, más de las que ellos creen, el valor de los recuerdos, o sea, de la historia vivida. Son gente que se pasa la Historia con mayúscula, disfrazada de Memoria Histórica, por el forro de sus caprichos. Creen mucho más en sus recuerdos vividos que en los cuentistas de la Memoria Democrática. No se fían para nada de todo aquello que queda fuera de sus límites. Son tipos que siguen viviendo con la cabeza en su sitio y con un poquito de memoria. Creen más en la historia vivida que en la "contada" por los poderosos. Son tipos del corte de Gerardo Diego. Tratan de conservar lo vivido: "La conservación del testimonio en recuerdo y del recuerdo en historia, intrahistoria y extrahistoria vivida y asimilada es mi única fuente de gratitud a los demás y de conocimiento y reconocimiento de mí mismo."

Grandioso Gerardo Diego, un puente sutil entre el 98 y el 27, dijo el de Burgo de Osma, José María, otro fijo de los sábados de Moyano, para poner fin a la reunión de ese sábado otoñal. Ya nos explicará otro día ese vínculo, dijo Santi al arquitecto jubilado, antiguo alumno del instituto de Soria donde enseñaron Machado y Diego. Se adelantó Gabi, lector voraz desde su más tierna adolescencia, a la respuesta de José María, y dijo en tono muy suave: "Lo cuenta el propio Diego en uno de sus Inéditos de 1958." No fue Machado sino Azorín, resumió el leonés, el verdadero estímulo de la extraordinaria obra de Gerardo Diego. ¡Leche, dije para mis adentros, lo que descubre uno en estos sábados de Moyano!

Me despedí del grupo y, nada más llegar a mi casa, ya estaba Gabi llamándome para recordarme el pasaje de Gerardo Diego sobre la cosa de Azorín. Sirva de despedida para estas líneas sobre la memoria de desmemoriados: "Urge estudiar de modo sistemático no solo la esencia poética del arte de Azorín sino su influencia en la poesía actual. Yo solo diré unas palabras de su influencia en mí, de la que sé más que nadie. Muchos han dicho -han visto- que mi libro Soria sobre todo, en su primera 'galería', la de 1922, está influido por Antonio Machado. Yo diría que no mucho. Hay más homenaje que comunidad de sentimiento o de técnica o de visión. Pero en lo que esté influido Machado, lo está también y a través de él, de Azorín. De suerte que la influencia de Azorín en esos versos míos se produce por doble vía: directa y a través de Antonio Machado. Y es por eso mucho más decisiva. Sin Los pueblos no se pudieran haber escrito los Campos de Castilla. Recuerdo que al ofrecerle yo un ejemplar en la generosa edición 'para amigos' regalada por José María de Cossío, reconocía yo mi deuda a Azorín."

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