
El nuevo libro de José María Marco, Después de la nación, amplía y fundamenta la tesis ya enunciada en la revisión ampliada de su libro Historia patriótica de España acerca del destino del experimento constitucional de una democracia sin contenido nacional y patriótico expresos, y con los nacionalismos separatistas dentro.
Ya se tiene claro que aquel experimento, palabra que le gusta al autor para describir los diversos impulsos políticos, se ha desenvuelto desembocando en otro, muy evidente y explícito desde 2004, año en que sitúa "un nuevo experimento" sin consenso alguno que puso en marcha, tras la llegada al gobierno de un nuevo PSOE lejano al de Suresnes, José Luis Rodríguez Zapatero, un tipo que será muchas cosas pero desde luego no el "Bambi" de Alfonso Guerra.
Lo dijo así: "La nación constitucional reinstaurada en 1978 sufrió un golpe del que no se repondría. Todo lo que vino después estaría determinado por la voladura de la nación ocurrida el 11 de marzo de 2004. Arrancaba la demolición del orden constitucional, que los 26 años previos no habían logrado consolidar en un hecho nacional enraizado en la conciencia de los españoles".
En 2003, hasta Miquel Roca sentaba que "España existe y es, como Estado y como nación; y su desarrollo autonómico es una prueba de esta realidad. Pero la España plural es compleja; es un microcosmos heterogéneo, que encuentra su identidad en su capacidad de asumir la pluralidad como algo natural, como algo que la identifica". Otra cosa es cómo se interprete todo ese discurso de la compleja pluralidad. De hecho, acabó en un golpe de Estado por la independencia. ¿Es eso pluralidad? Bueno, sí, de dos Estados o más, una vez rota la España nacional común.
Se trató y se trata desde entonces de imponer una interpretación constitucional, o mejor, una reforma no aprobada ni escrita, por ahora, de su texto que pretende erigir una nueva realidad política de hecho sustentada en la superposición de la desunión y de unas diferencias de trato inaceptables entre los ciudadanos, y lo que es más sorprendente, inducidas desde el propio Estado y los partidos (por acción u omisión) que lo rigen desde el gobierno.
¿Por qué en la Constitución de 1978 no se plasmó con claridad y contundencia la realidad nacional de España? José María Marco ha llegado definitivamente a la conclusión de que el problema está en un prejuicio sustantivo (error de apreciación y diagnóstico, lo llama) que rigió su redacción. Obsesionados con desvincular la realidad de la nación de toda continuidad del régimen franquista, se perdió de vista la necesidad sine qua non que toda democracia tiene de una nación real, históricamente preexistente, de un hecho nacional indudable, de la realidad histórica de España.
Que sólo se ponga en cuestión la realidad ontológica de la nación española y que todos los nano-nacionalismos emergidos desde abstracciones y ensoñaciones en el siglo XIX en España, sean siempre legítimos, justos y benéficos por definición debería resultar sospechoso para las inteligencias no seducidas, abducidas o corrompidas por quienes nunca han deseado que en España, alguna vez, hubiera triunfado el intento de desarrollar un "proyecto sugestivo" de vida común y en común. Sólo al nacionalismo español se le niega derecho y razón.
¿Qué ocurrió en 1978, que dio paso a lo que estamos viviendo hoy? Pues que con la excusa del acuerdo, de la "inclusión" de todos, de la más amplia conformidad posible para legitimar el "experimento" se acumularon dos consensos "apócrifos", explica el autor citando a Carl Schmidt, unas fórmulas de acuerdo que nacen "de la falta de decisión sobre un asunto de capital importancia para el gobierno de la comunidad política o, incluso, para su naturaleza y su supervivencia." Sobre ellos, ya advirtieron el propio Torcuato Fernández Miranda y otros, sin éxito.
El primero, evidente, se refiere a la cuestión territorial inmersa en un texto constitucional que evita entrar a fondo en la cuestión nacional, su marco natural. "En el asunto crucial del Estado autonómico, que debía resolver el tradicional «problema territorial», el pacto alcanzado consistió en aplazar la solución. Los nacionalistas no renunciaron a una futura secesión, y los demás aceptaron que aquel punto quedara en suspenso y sin aclarar. El Estado construido a partir de ahí reposa sobre ese silencio", explica José María Marco.
El segundo, menos evidente, solapado en el anterior pero no formulado expresamente, fue el "consenso postnacional", "que dio por superada la nación como comunidad política y abrió una nueva realidad política en la que quedaba atrás todo lo referido a la idea nacional." Era urgente alejarse del régimen anterior pero se evitaba toda definición precisa de la realidad nacional sustantiva que debería cimentar la Monarquía constitucional
Aunque en la Carta Magna se habla en sus primeras líneas de Nación y de unidad e indisolubilidad, a continuación se le contrapone el término "nacionalidades" para terminar hablando sólo y exclusivamente de Estado. La nación española parece dejar de existir. En palabras del autor, "la nación quedó exenta de cualquier componente afectivo o espiritual —identitario, se diría después— que hubiera tenido la invocación de la patria." Es decir, España no es patria ni nación pero Cataluña, País Vasco, Galicia, e incluso Andalucía u otras, sí lo son.
Por ello, se sustituye el español, conocido como tal por todos los países, de habla hispana o no, por el castellano como lengua oficial del Estado y no se aclara que la bandera española sea la bandera nacional. En aras de una "concordia" inicial, necesaria para afianzar el cambio acometido en la Transición, se prescindió de la concreción de los conceptos, se aceptó la ambigüedad y con ella, la posibilidad de deslealtades o de desarrollos anómalos.
Así José María Marco va más lejos y defiende que "la democracia española de 1978 se levantó sobre un error de apreciación. El error consistió en diagnosticar el final de la nación como comunidad política e imaginar que a partir de entonces se inauguraba un mundo nuevo, un mundo en el que las naciones serían prescindibles."
Sin embargo, hay a quien le parece que lo ocurrido no se debió a ninguna apreciación errónea sino a una voluntad deliberada de cultivar la indeterminación por parte de quienes ya habían decidido aprovechar las circunstancias inesperadas de una posibilidad de poder futuro. Sin embargo, las fuerzas políticas mayoritarias, desde la derecha a la izquierda comunista, así lo aceptaron para salvar las apariencias de "concordia" y alejarse del franquismo. Demasiada frivolidad jugando con las cosas de comer. Ni en la II República ocurrió tal cosa.
Según Marco, la debilidad de la presencia resonante de una realidad nacional fue favorecida por un hecho histórico contundente que acepta llamar la "revolución de 1975", sucesora relevante, y luego postmoderna, de la más cacareada "revolución del 68", fenómeno que ocurrió en toda Europa. En esos años previos a la muerte de Franco, la centralidad política ganó terreno frente a los revolucionarismos de todo signo (hasta el comunismo se hizo eurocomunista aceptando un marco liberal, si sinceramente o no es otra cuestión).
La historia política parecía encaminarse a un final democrático único e incluso la Iglesia, ya desde el Concilio Vaticano II, que el autor no cita, se aprestó a asumir su nuevo papel de propuesta en un marco de libertades bien lejano de la imposición dogmática, lo que afectó a las costumbres familiares, sexuales, civiles y estéticas. La heteronomía dejó paso a la autonomía en cuestiones morales. Según Marco todo ello condujo al debilitamiento de la percepción nacional que no del sentido social de pertenencia a un Estado creciente. Así se reflejó en la Constitución, por ausencia, porque se elevaba a la categoría de normal lo que en la calle ya lo era.
Los triunfadores de este complejo proceso de "democracia sin nación" fueron los nacionalismos etnicistas periféricos. Lo explica así: "La nación española fue sustituida por «Europa», de un lado, y por la España de las Autonomías, de otro. En los años 90, se inició una nueva reflexión sobre el nacionalismo español que pronto conduciría a la afirmación de que la nación española no existe, o es un fracaso, o bien, en términos más coloquiales, una chapuza. Había que dejar claro que España no era una nación y no lo había sido nunca. Se hizo a lo grande, sin escatimar gastos, con el apoyo del Estado y las fuerzas vivas, en particular, la Universidad."
Se ha tratado de anular la nación española, la idea de intereses generales nacionales (Marco sólo salva al gobierno Aznar de esta deriva), la idea de una estrategia nacional (agua, inundaciones, incendios, autonomía energética, defensa…por ejemplo), de políticas nacionales (desde las pensiones e impuestos a la educación). Vemos en nuestros días el triunfo del nacionalismo periférico. Parece que finalmente estamos dispuestos a admitir que la nación española no existe.
Ahora existen "la nación vasca, la catalana, tal vez alguna otra, hasta ocho quizá. No así la española. Por fin se cumplía el sueño nacionalista y en España triunfaba el nacionalismo, la ideología más destructiva y repugnante del siglo XX", sentencia. De hecho nos hemos acostumbrado a que en regiones de España no pueda estudiarse en español, a que la idea de nación sea discutida y discutible (sólo en el caso de España, que no de Cataluña o el País Vasco) y que España sea intencionadamente conducida a un universo, (o multiverso), plurinacional.
La perplejidad nos invade cuando comprendemos que "las sucesivas globalizaciones ocurridas a partir de los años 70 variaron el reparto del poder a escala internacional, con nuevos equilibrios, nuevos agentes no estatales, nuevos flujos comerciales, culturales y de población y, claro está, nuevas formas de identidad y de individualización", no han hecho desaparecer las naciones ni sus identidades nacionales. Ni siquiera en la Unión Europea. No hay fronteras físicas, pero sí jurídicas y políticas que colisionan con los empeños regulatorios de la Comisión, erigida en poder, sobre todo financiero y burocrático.
La realidad histórica es tozuda. Aunque se intuyera, o deseara, el fin de la nación como apreciación de lo que se gestaba en el mundo, los hechos dicen que en el interior de España los intentos nacionalistas para construir nuevas naciones seguían vivos y que en el mundo nacían nuevas naciones. De hecho, hay más naciones que nunca.
"En 1918, tras la Gran Guerra, se crearon siete naciones. Tras la Segunda Guerra Mundial…no desaparecieron las naciones del Océano Pacifico ni las de América. En el Cáucaso surgieron otras nuevas, como Armenia y Georgia. En la vieja Europa se crearon un buen número de nuevas entidades nacionales (Estonia, Letonia, Lituania, Chequia, Eslovaquia, Eslovenia, Ucrania, Bielorrusia y todas las surgidas del colapso de la Federación Yugoslava). Y ninguna de las antiguas naciones europeas, tampoco España, se vinieron abajo. En Europa, a principios del siglo XX, había 24 naciones. Un siglo después eran 47. Y desde la Transición española y la consagración en España del Estado postnacional se han creado más de 40 nuevas naciones."
¿Cómo pudo diagnosticarse en 1978 el "final de la nación como comunidad política e imaginar que a partir de entonces se inauguraba un mundo nuevo, un mundo en el que las naciones serían prescindibles"? Fue indudablemente un diagnóstico equivocado —José María Marco es benévolo y no ve intencionalidad perversa o desarrollo deliberadamente antiespañol— que ha afectado muy visceralmente a España pero muy poco a las demás naciones del mundo.
En el libro se encuentran numerosas claves históricas, filosóficas, políticas e ideológicas que ayudan a explicarse el pacto postnacional de 1978, ya plurinacional, en el que nos encontramos. De hecho, el autor resume en este breve ensayo sus estudios previos sobre personajes y hechos de los siglos XIX y XX españoles y sus consecuencias actuales. Una de ellas, es que el triunfo de los nacionalismos desigualitarios e identitarios no habría sido posible sin la ayuda de la izquierda, socialistas y comunistas.
¿Qué futuro nos espera? "Aunque ausente del horizonte visible, el principio de lo nacional sigue organizando la realidad social como un principio básico, aunque oculto, no formulado y en algunas ocasiones, como en España, sofocado con violencia, si es necesario. A pesar de todo, y aunque no sepamos cómo serlo ni lo que significa, seguimos siendo españoles. Hasta quienes quieren dejar de serlo, tampoco están dispuestos a renunciar a lo que la nación de la que quieren separarse les suministra". Sí, una "gigantesca" confusión. No se puede volver atrás ni se sabe seguir adelante. Es la apoteosis de un atasco histórico.
¿Es posible una democracia sin nación? Marco defiende que no. "A pesar de los muchos funerales de que ha sido objeto, la nación, como ya comprendió Cánovas, se resiste a desaparecer. Y no se entiende la ola populista si no se tiene en cuenta que su origen, y su fuerza, están en la negativa al borrado de la nación" que una élite supuestamente "cosmopolita", que se siente superior porque sí, no comprende.
Reconoce que Ortega lo vio claro. La nación es la cima de la imaginación política europea y base de la democracia liberal que fundamenta el pluralismo político y moral preservando a un tiempo la propia identidad y la coexistencia-convivencia con otras naciones. "La nación es el gran triunfo de la libertad", se resume. Su desaparición conduce al surgimiento de otras identidades, incluso de naciones menores en su seno, sustentadas en diferencias consideradas insalvables y excluyentes.
¿Cómo salir el laberinto? José María Marco recuerda con insistencia el discurso de Juan Carlos I en 1975 que revindicó la nación democrática como programa de acción política, programa desechado desde 1978 por el pacto postnacional. Pero previene sobre la reedición de un nacionalismo español como remedio. "En política no se restaura nada", precisa.
La nación existe, crecientemente en los jóvenes libres de los prejuicios de sus mayores. Pero además de relatos y emociones, exige virtudes cívicas. Por ello invita a un esfuerzo gigantesco "para recomponer la relación entre la nación, la ciudadanía y la sociedad de los derechos y los individuos". El espíritu de la Transición sigue iluminando pero la Constitución postnacional de 1978 ya no es útil por su artificial cancelación de la nación, deduzco yo.
Concluye el autor insinuando que una propuesta política que reconduzca "la cuestión nacional a los términos en los que fue planteada por el Rey en 1975 lograría un respaldo amplio y permitiría articular una democracia basada en la comunidad nacional española."
Dijo Juan Carlos I en su discurso del 22 de noviembre de 1975: "La Patria es una empresa colectiva que a todos compete. Su fortaleza y su grandeza deben de apoyarse por ello en la voluntad manifiesta de cuantos la integramos…Al servicio de esa gran comunidad que es España, debemos de estar: la Corona, los Ejércitos de la Nación, los Organismos del Estado, el mundo del trabajo, los empresarios, los profesionales, las Instituciones privadas y todos los ciudadanos, constituyendo su conjunto un firme entramado de deberes y derechos. Sólo así podremos sentirnos fuertes y libres al mismo tiempo."
Pero, ¿quién, y cómo, le pone el cascabel al gato?
