Trump y la "revolución del alma" en las democracias inertes
Para él la realidad de las decisiones es más relevante que la lluvia de conceptos y expresiones que oscurecen los intereses reales que bullen tras ellos.
El impresionante advenimiento de Donald J. Trump a su segundo mandato como presidente de Estados Unidos ha tenido el efecto fulminante de no dejar indiferente a nadie. Las izquierdas al servicio de los comunismos en el poder y sus compañeros contaminados de viaje, estallan de indignación y profieren sistemáticamente iracundas descalificaciones. Las socialdemocracias, de derechas y de izquierdas, en Europa exhiben un desconcierto casi cómico que oscila entre la crítica y el halago, a la espera de comprobar la dirección del viento.
Pero también hay una parte muy importante y creciente de ciudadanos de las "democracias inertes"[i] de Occidente que parecen esperar de sus decisiones el impulso necesario para dar paso a una "revolución del alma"[ii] que revitalice unas ideas, mecanismos e instituciones que han convertido a los ciudadanos en meros pagadores de impuestos sometidos a una ingeniería socio-política sin otro papel activo que votar periódicamente a partidos sumisos con un sistema establecido que les excluye de hecho.
Trump ha dicho en alguna entrevista que él era una persona bien educada ya que conocía miles de palabras. Parece una más de sus demasías verbales, pero si se colige bien se intuye una latente diferenciación entre palabras y hechos, entre discursos y decisiones. Y, precisamente, lo que se ha observado en estos primeros pasos de su andadura presidencial es que para él la realidad de las decisiones es más relevante que la lluvia de conceptos y expresiones que oscurecen los intereses reales que bullen tras ellos.
De hecho, en sus primeras jornadas de gobierno, el realismo del poder del gobierno de Estados Unidos ha aparecido desnudo de hipocresías y circunvalaciones oratorias. Véanse sus resoluciones sobre Colombia, México, Canadá, Ucrania, el conflicto en Oriente Medio o China. Muestra que hay un gobierno que dispone de un vasto poder y está dispuesto a usarlo en cualquier negociación para lo que cree es el bien de su nación y de sus ciudadanos. America, first.
Naturalmente, su apelación a los ciudadanos y al bien común de la la patria como primer motor y término de sus políticas, a su seguridad y a sus libertades, han contribuido de manera esencial a la reformulación de los referentes políticos en Europa hasta ahora sofocados por la cada vez más pesada burocracia de Bruselas y sus ingenierías sociales.
Nadie puede negar con fundamento que en estas primeras semanas Trump ha logrado transmitir, no sólo a sus compatriotas sino a todo el mundo, que las promesas electorales están para cumplirse incluso en los plazos anunciados (con excepciones), lo que contradice el viejo cinismo de las democracias europeas en las que los compromisos electorales se adquieren para no ser cumplidos[iii]. En este sentido, para el viejo y cansado Occidente es una novedad democrática[iv].
No puede olvidarse que en el paquete trumpista se incluye una teoría de la negociación sin concesiones previas, de la voluntad de ganar a toda costa en cualquier frente y del modo desafiante (véase Gaza, Panamá, Groenlandia, etc.) de expresarse en público (táctica para comprobar las reacciones y tomar nota, según confesión expresa) que imprime carácter en sus seguidores e incluso en sus adversarios.
Todo ello puede animar a quienes ven en él un revulsivo necesario para que las democracias occidentales reformulen su espíritu, sus objetivos y sus instrumentos de modo que el ciudadano, y no los partidos ni sus chiringuitos, sea el "rey" de la sociedad abierta y no un súbdito amarrado al duro banco fiscal y sometido a cansinas elecciones inútiles para sus intereses individuales y nacionales legítimos. ¿Es compatible tal propósito con un autoritarismo presidencialista evidente?
Sobre todo, su promesa de actuar contra el "Estado profundo"[v], al que nos referiremos a continuación, excita el sentimiento popular contra los abusos de un poder oscuro ajeno a las urnas. O sea, Trump trata de cosas, pero también de causas.
Los "Estados profundos"
Hasta The New York Times acepta que Donald J. Trump, escaldado por sus fracasos en su anterior mandato, ha decidido enfrentarse a los poderes que lo bloquearon y cita tres: El Departamento de Justicia, el Pentágono y las agencias de inteligencia, del FBI a la CIA, entre otras. Fuesen cuáles fuesen las razones últimas del porqué de su bloqueo, lo cierto es que lograron hacerlo, esto es, había un poder real capaz de anular las decisiones de un presidente electo.
Pero, ¿a qué puede llamarse "Estado profundo"[vi]? La expresión alude a una especie de Estado dentro del Estado, o paralelo, que sugirió el expresidente Eisenhower[vii] como complejo militar-industrial[viii](en realidad, su discurso incluía en ese complejo a los congresistas, eso es, a los partidos, pero descartó decirlo). Se suele considerar que el concepto pertenece de lleno a depreciadas teorías conspirativas pero ha tenido fortuna y hoy es un modo habitual de expresarse.
Más concretamente, "Estado profundo" supone la existencia de una tela de araña de personas no elegidas (funcionarios de carrera o no y agencias gubernamentales gestionadas sin control democrático) que han adquirido un poder en la sombra capaz de influir en el gobierno. Su origen suele situarse en la II Guerra Mundial y la Guerra fría (los asesinatos de los hermanos Kennedy y Martin Luther King serían obra suya) si bien fue reforzado tras los atentados contra las Torres Gemelas el 11-S de 2001.
Como es natural, el atentado sufrido por Trump, del que se responsabilizó a esta trama oscura, apuntaló su decisión de acabar con tal "Estado profundo" que relaciona con la izquierda política. Su ataque directo a varias agencias gubernamentales y su abandono de algunas internacionales, puede enmarcarse en este propósito.
La presencia de "Estados profundos" en casi todos los países es considerada real por una gran mayoría. De hecho, sus términos se asociaron en Turquía a oscuras tramas de poder desde 1923 aunque sus prácticas pueden rastrearse desde los imperios antiguos. Desde Rusia a China (el Partido Comunista es siempre un Estado dentro del Estado) pasando por Inglaterra, Francia, México, Venezuela e incluso España, todo Estado, democrático o no, puede albergar una malla de personas no electas por los ciudadanos que creen representar la esencia de la Nación y sus instituciones o pretenden su ocupación.
Por eso, el combate abierto de Trump contra ese tinglado incontrolable por los ciudadanos[ix] anima una intensa, e incluso romántica, esperanza de cambio real, a pesar de las contradicciones internas que dividen a conservadores sociales y a liberales en el seno de los promotores republicanos. ¿Es el liberalismo del libre comercio y la libre circulación compatible con la defensa del Estado promotor del bien común nacional? ¿Es Javier Milei compatible con J.D. Vance, se ha preguntado?
Lo que sí parece compartida es la creencia en que las élites globalistas y sus agendas universales 2030 y 2050, son perniciosas tanto para la libertad como para los intereses nacionales. Entre nosotros, Francisco José Contreras e Iván Espinosa de los Monteros parecen inclinados a desarrollar la conciliación entre ambos polos que impulse una mayoría real dispuesta a dar la batalla cultural necesaria, como se ha hecho en Estados Unidos y Argentina, singularmente.
La "revolución del alma" en las "democracias inertes"
Esta expresión se atribuye de manera poco escrupulosa al fascismo o a odiadores de la democracia liberal, que aspiraban a un cambio en las conciencias que consolidara los cambios políticos. Deseaban una nueva civilización europea con valores vitales enérgicos y culturas nacionales contrarias a toda debilidad o decadencia. Pero no nos referimos a esta manera de entender la "revolución del alma".
Queremos resaltar el papel decisivo que tuvo, entre otros, la periodista Oriana Fallaci en la detección precoz de la "nueva" decadencia del Occidente de raíces cristianas y usos y costumbres democráticos ante enemigos exteriores declarados como el fundamentalismo islámico, ahora circunstancialmente aliado con neocomunismos y nacionalismos con los que comparte una práctica totalitaria.
Argumentaba Fallaci, siguiendo a Benedetto Croce, que los occidentales, todos hijos de la Europa medieval y renacentista, no podíamos no reconocernos como cristianos. "Soy una atea cristiana… Y, sin embargo, repito que soy cristiana…Y soy cristiana porque me gusta el discurso en que se sustenta el Cristianismo… no encuentro en él conflicto alguno con mi ateísmo y con mi laicismo. Hablo, obviamente, del discurso de Jesús de Nazaret". No el de las Iglesias oficiales.
Es ese discurso el que "reconociendo el libre albedrío, es decir, reivindicando la conciencia del Hombre nos hace responsables de nuestras acciones, señores de nuestro destino. En ese discurso veo un himno a la Razón, al raciocinio. Y porque donde hay raciocinio hay posibilidad de elegir, donde hay posibilidad de elegir hay libertad, veo en él un himno a la Libertad".
Abundemos, que nunca se hace. Tras el cristianismo late "la idea del Dios que se hace Hombre, o sea la idea del Hombre que se hace Dios, Dios de sí mismo. Un Dios con dos brazos y dos piernas, un Dios de carne y hueso que va por los caminos llevando a cabo o intentando llevar a cabo la Revolución del Alma…". Para ella, "estos son los principios, en definitiva, que están en los cimientos de nuestra civilización".
"Sin el Cristianismo no habría existido el Renacimiento, no habría existido la Ilustración, no habría existido siquiera la Revolución Francesa… ni siquiera el socialismo… ese experimento que ha fracasado de una forma tan desastrosa pero que, como la Revolución Francesa, algo de positivo ha dejado o ha aguijoneado. Y tampoco habría existido el liberalismo. Ese liberalismo que no puede faltar en los cimientos de la sociedad civil, y que hoy todo el mundo acepta o finge aceptar", proclama.
Ese reconocimiento, y defensa, de nuestras raíces fundantes fracasa estrepitosamente en las "democracias inertes" o inanimadas de Alexis de Tocqueville, llenas de miedo o ingenuidad ante sus enemigos, desde el Islam al comunismo o los nacionalismos totalitarios. Si en estos despotismos es el castigo físico a los cuerpos de los disidentes el que predomina, no es así en los regímenes inertemente democráticos o despóticamente democráticos.
En éstos, glosa Oriana Fallaci a Tocqueville, "es al alma a la que quiere encadenar, torturar, suprimir. De hecho, no le dice a la víctima: ‘O piensas como yo o mueres’. Le dice: ‘Elige. Eres libre de pensar o de no pensar como yo. Y si piensas de una forma diferente a la mía, no te castigaré con un auto de fe. No tocaré tu cuerpo, no confiscaré tus bienes, no lesionaré tus derechos políticos. Incluso podrás votar. Pero no podrás ser votado porque sostendré que eres un ser impuro, un loco o un delincuente. Te condenaré a la muerte civil, te convertiré en un delincuente, y la gente no te escuchará’".
Hoy lo vivimos bajo la forma "blanda" de "lo políticamente correcto" que en Estados Unidos se ha identificado con la cultura "woke". En Europa, y desde luego en España, aunque tal desarrollo existe, lo "correcto", lo autoproclamado "moralmente superior" se liga también, y sobre todo, a las propuestas socialistas, comunistas y nacionalistas y a la mayoría "Frankenstein" con la que gobiernan.
Ante ellas, y ante las ideologías que las sustentan, apenas hay resistencia por parte de una mayoría real a la que se invita a rendirse, incluso desde posiciones conservadoras o "centristas". Entre nosotros, el PP, aunque no únicamente, parece haber renunciado a dar lo que se llama la "batalla cultural" –es mucho más intensa y hermosa la "revolución del alma"—, que tan ardorosamente defienden Jaime Mayor Oreja, desde posiciones cristianas, y numerosos liberales y conservadores no encuadrados, creyentes o no.
Sin embargo, Trump parece representar hoy –ya veremos si las apariencias engañan—, esa rebelión cultural que no acaba de arrancar en Europa. ¿Será posible que se produzca una confluencia entre las dinámicas continentales insurrectas que quieren detener la decadencia europea defendiendo la fertilidad y el valor de la civilización occidental y los discursos anti woke que caracterizan destacadamente al movimiento trumpista?
¿Existe un mínimo común denominador entre las diferentes personas y corrientes que desean la pervivencia, vía reformas efectivas, de las democracias, hoy casi inertes, de modo que el modo de vida occidental sea, por autoconsciente, valeroso y eficaz, más atractivo e influyente para las personas que los modos propuestos por los totalitarismos, sean políticos o religiosos?
Contra los que pronostican el fin de Occidente, autores como el célebre geopolítico George Friedman, autor del exitoso Los próximos 100 años (2008), auguran que lo que acaba de comenzar con el siglo XXI es la era estadounidense. Será Estados Unidos la herramienta de la civilización occidental por encima de la aportación histórica europea.
"Si pudiera afirmar una sola cosa sobre el siglo XXI, sería que la era europea ha terminado y ha comenzado la era norteamericana, y que Estados Unidos dominará América del Norte durante los próximos cien años. Los acontecimientos del siglo XXI girarán en torno a Estados Unidos. Esto no necesariamente quiere decir que el régimen de esa nación sea justo o moral", expone.
Reparen en que Donald J. Trump no había irrumpido en la política estadounidense cuando se escribió este libro. Sin embargo, los comienzos de su segunda presidencia están siendo sorprendentes y abrumadores y confirman que el poder real de su gobierno, de su sociedad y de su Estado es arrollador, lo que puede derivar en insoportable si no se acompaña de una "revolución del alma" que asuma y destaque la actualidad y el valor de una civilización occidental para la humanidad.
Europa, y singularmente España, pueden enriquecer mucho el alcance de esta revolución cultural y moral, pero hay que querer, claro.
[i] Esta expresión sólo la he encontrado en el libro de Oriana Fallaci, La fuerza de la razón.
[ii] Fallaci la utiliza en dos ocasiones en el libro citado aunque puede encontrarse en otros autores, Platón incluso. Naturalmente, "alma" es palabra controvertida, pero expresa como ninguna el ámbito propio de la conciencia personal.
[iii] En España, la máxima "las promesas electorales se hacen para no cumplirse" se atribuye al socialista Enrique Tierno Galván. El cumplimiento estricto de esta sentencia puede extenderse a todos los partidos políticos.
[iv] Es el sello de la nueva derecha "cumplir pronto lo prometido", dice Juan Carlos Girauta, que se refiere a "Bukele con la seguridad, Milei con la inflación, Meloni con la inmigración ilegal masiva, y Trump con todo."
[v] Más conocido por su formulación en inglés como Deep State.
[vi] En USA, su expansión conceptual se atribuye a Steve Bannon, estratega de Trump en 2016. De hecho, el equipo de Trump (la ex congresista y ex demócrata Tulsi Gabbard, ahora nominada para directora de Inteligencia Nacional) calificó a Kamala Harris como "la nueva figura decorativa del ‘Estado profundo’ y la sirvienta de Hillary Clinton, la reina de la camarilla de belicistas".
[vii] Dwight D. Eisenhowwer, discurso de despedida de la presidencia, 17 de enero de 1961.
[viii] Muchos lo extienden a "complejo militar-industrial-universitario".
[ix] Uno de los más notables casos es el de la Agencia Estadounidense de Ayuda al Desarrollo (USAID), atacada frontalmente por Trump y Elon Musk, e incluso por cierta izquierda. La acusan de estar penetrada por la CIA, de gastos innecesarios (más de 40.000 millones de dólares de presupuesto anual) y descontrol. Curiosamente, durante las elecciones de 2024, los empleados de USAID donaron, a nivel individual, 377.000 dólares al Partido Demócrata y sólo 12.700 al Partido Republicano.
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