
Probablemente nos contemos historias de terror desde siempre sólo para convencernos de que el mal, el verdadero y absoluto mal, es únicamente posible fuera de nosotros. Que entre aquellos que rodean la fogata, que miran la pantalla, que comparten un aula, un tren, un instante, no existen los monstruos que se narran. Que sólo son posibles las cuitas mínimas, ignorancias salvables, desavenencias innocuas, los contenciosos contenibles entre los seres que somos. Que todos, en mayor o menor medida, están supeditados a unos valores fundamentales. Nos contamos horrorosos seres fantásticos y truculentas leyendas para creer en el consorcio de pueblos, en la humanidad no como especie, sino como acuerdo moral supremo: un cuerpo que somos todo y, por tanto, no podemos vulnerar, violentar.
Como si la historia no hubiese dado amplia cuenta de dónde habitan los monstruos. Como si no compartieran el mismo idioma que, narrando, los oculta, los disminuye, los ubica en la jurisdicción de la anomalía. Como si nada de esto hubiera sucedido, Hamás, y los otros grupos terroristas palestinos, sus financiadores y valedores (la República Islámica, Catar, Turquía), sus propagandistas y justificadores, han dado un paso más allá: han escenificado el carácter brutal, bestial a tal punto que han sobrepasado la capacidad de invención de los libretistas de campamento, los escritores diestros, los intérpretes fenomenales. Lo que dijeron desde siempre, pero ahora como nunca dejaron incontrovertiblemente claro al mundo, a los que, en ese acto dejaban de ser semejantes: "Esto es lo que hay, nuestra ideología, nuestro fin, no nos permite abandonar esta trama truculenta; porque nosotros, nuestras mujeres, nuestros hijos, somos esa trama".
¿Qué otra cosa podía esperarse de organizaciones y sociedades que se han hecho pueblo alrededor no de un sueño de estadidad, de territorialidad, sino de soberanía ideológica, religiosa: el "waqf islámico"? Los fines maximalistas admiten únicamente una entrega absoluta del sujeto. Este pierde su individualidad, su unicidad: es un medio, un ingrediente más para la monstruosidad que permanentemente ha de perpetrarse. Y esta exige el lavado absoluto de mentes, el más temprano contacto con el todo que, negándolos, les permite el acto de negar al otro.
Nunca quisieron los líderes palestinos un Estado junto a Israel. Jamás. Y sus ciudadanos con ellos. Siempre han huido de la mera posibilidad, de la peligrosa responsabilidad: no pueden someterse a las normas del mundo; es imperativo estar por fuera de ellas: ser siempre víctimas, para socorrer a los esfuerzos del adoctrinamiento y la incitación al odio y la violencia, para recibir la lástima y la dádiva de los incautos y los cínicos; blindarse en una impunidad de limbo. Un estado como el que muchos occidentales creen –y otros hacen creer– que pretenden les hurtaría la "justificación" y la conmiseración (exención) que urge al fin de terminar con Israel.
El monstruo palestino vestido de organizaciones terroristas mandó de regreso a Israel (a cambio de terroristas o presuntos terroristas) cuatro cuerpos que había secuestrado. Antes, y como en otras oportunidades, realizó un aquelarre para que todos pudieran ver el horror que encarnan, que son. Mostró a sus niños, a sus mujeres en un desenfreno de autodegradación. Era una "guateque" para festejar la muerte de dos niños y su madre, y de un anciano. Para celebrar que volvían muertos. Bueno, la madre en realidad no retornaba. En el cajón que, dijeron (ay, con el "Hamás dice", de los medios) contenía sus restos, no los contenía. No era ella. Era otra muerte. El monstruo tenía que hiperbolizarse. Ya están como el adicto, que no puede parar, que cada vez necesita más, para caer más.
En Gaza –y en buena medida también en Cisjordania– mora el monstruo. El humano. El de los miles de cuerpos. A la vista de todos. Haciendo lo posible por que nadie ignore su condición. El que nadie querría siquiera oír narrado en una noche de acampada. El que tantos siguen enalteciendo, protegiendo, justificando, promocionando, financiando. El que tantos tienen por actor racional. La razón hace mucho que dejó de honrar con su presencia al liderazgo palestino y a una buena parte de su pueblo.
Ojalá sus niños tuvieran Monster Inc., y no el embrutecimiento decretado por sus mayores fanatizados. Ojalá tuvieran escuelas de verdad, y no esa complicidad cruel de la UNRWA. Ojalá tuvieran ONG humanitarias que no los utilizaran como excusa para servir a otros amos.
