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Santiago Navajas

Una iglesia para el siglo XXI

Es en Alemania donde la Iglesia Católica ha emprendido un proyecto que apunta a lo que podría ser una religión cristiana ilustrada y racionalista.

La plaza de San Pedro, vista desde la cúpula de la basílica del Vaticano. | C.Jordá

Como explica el historiador italiano Loris Zanatta, el Papa Francisco (RIP) encarnó la tradición antimoderna del catolicismo envuelto en una paradójica máscara woke, la reacción travestida en revolucionarismo al estilo de Perón, un eslabón más en la lucha de los enemigos de la tradición ilustrada del cristianismo. Para el estudioso del peronismo argentino y de la Iglesia católica, en una entrevista de Maite Rico en El Mundo, "La idolatría de Bergoglio como Papa revolucionario es ridícula".

Ridícula y, añadimos nosotros, peligrosa porque Bergoglio juega en la liga de Maduro, los Castro, Ortega, Zapatero… en definitivo, el espíritu populista de Puebla. Si en Toy Story el protagonista era el oso Lotso, un peluche osezno con olor a rosa que tras una aparente de humildad modosita escondía a un dictador autoritario, con el Papa Francisco todo el Vaticano se impregnó de un olor a fresas podridas combinando el populismo –en su versión más sentimental en la peor versión de sensiblería, oportunismo y explotación emocional– con el tercermundismo propio de la intelectualidad occidental que pretende hundir la versión ilustrada, capitalista y científica para imponer una visión oscurantista, demagógica y supersticiosa.

Progre hasta la náusea, comunista de derechas que ha sustituido blasfemamente la hoz y el martillo por la cruz y la tiara, el Papa Francisco (QEPD), el papa Francisco fue un salto atrás tras Wojtyla y Ratzinger, el antitotalitario y el Logos, sumiendo a la iglesia católica en un abismo de oscurantismo. Si Wojtyla era un león y Ratzinger una lechuza, Bergoglio fue una zorra, tan taimada como perjudicial para el rebaño de fieles que creyó sus palabras astutas pero retorcidas. Alguien capaz de viajar a Cuba y no recibir a ningún disidente ni mencionar a los derechos humanos, demasiado liberales e ilustrados para su gusto socialista-católico.

También señalaba Zanatta que la moderación del populismo reaccionario de Bergoglio (sit tibi terra levis) vino impuesto porque se encontraba lejos de su peronista Buenos Aires, en el núcleo de la Europa ilustrada, con los avanzados teólogos alemanes liberales en lugar de los primitivos teólogos de la liberación sudamericanos.

Y es en Alemania, una de las principales cunas del racionalismo, la libertad de conciencia y el humanismo, a mayor gloria del pietista Kant que escribió La razón dentro de los límites de la razón natural, donde la Iglesia Católica ha emprendido un proyecto que apunta a lo que podría ser una religión cristiana ilustrada y racionalista que defendiese, contra el reaccionario Félix Sardá, que el liberalismo no solo no es pecado, sino que es un camino para la liberación de los espíritus en clave religiosa: el Camino Sinodal. Lejos de ser una rebelión herética, este proceso encarna la promesa de un catolicismo liberal, ilustrado y profundamente humanista, capaz de reconciliar la fe con los valores de la modernidad y devolver a la Iglesia su relevancia en un mundo secular.

Lanzado en diciembre de 2019, el Camino Sinodal alemán es una respuesta valiente a la crisis de la Iglesia Católica, marcada por los escándalos de abusos sexuales y la pérdida de fieles (en 2024, los católicos representan solo el 23,7% de la población alemana, frente al 42% en 1990). Organizado por la Conferencia Episcopal Alemana y el Comité Central de los Católicos Alemanes, este proceso ha reunido a obispos, laicos, teólogos y jóvenes en una Asamblea Sinodal para debatir sobre el poder y la moral apuntando hacia la posibilidad del sacerdocio católico no célibe y el rol de las mujeres que podría llegar, María Magdalena mediante, al mismísimo sacerdocio. En un espíritu de apertura y racionalidad, el Camino Sinodal no busca destruir la tradición, sino revitalizarla, alineándola con los ideales ilustrados de igualdad, libertad y dignidad humana.

Realizado entre 2019 y 2023, el proceso ha sido un modelo de deliberación democrática y teológica, culminando en la creación de un Comité Sinodal. Este organismo, que prepara la constitución de un Consejo Sinodal permanente para 2026, aspira a integrar a obispos y laicos en una gobernanza compartida, reflejando el principio humanista de que la Iglesia pertenece a todos los fieles, no solo a una élite clerical. Lejos de ser un desafío a Roma, el Camino Sinodal es una invitación a la Iglesia universal para abrazar la sinodalidad como un camino hacia la renovación. Todos los caminos conducen a Roma, pero algunos son más enrevesados y problemáticos que otros, existiendo de hecho caminos que se han transformado con el tiempo en callejones teológicos, sociales y culturales sin salida por el que se empeñan en transitar los de espíritu resentido, no confundir con los pobres de espíritu.

Las propuestas del Camino Sinodal pretenden un catolicismo que conecte con la modernidad sin renunciar a su esencia espiritual. Nada que no tenga que ver con los mejores cristianos de la historia, de Erasmo de Rotterdam a Maritain pasando por Juan Luis Vives y Simone Weil. Las medidas concretas de esa combinación de catolicismo con humanismo pasarían, en primer lugar, por reconocer las uniones homosexuales. En 2023, la asamblea aprobó bendecir parejas del mismo sexo a partir de 2026, un gesto de inclusión que reconoce la dignidad de todas las personas, independientemente de su orientación sexual. En 2025, los obispos alemanes publicaron una guía para estas bendiciones, afirmando que el amor humano, en todas sus formas, merece el reconocimiento en la iglesia de Dios. También, la igualdad de las mujeres a través de la apertura al diaconado y al sacerdocio femenino, buscando corregir una exclusión histórica, alineándose con el principio ilustrado de igualdad. Este paso no niega la tradición, sino que la enriquece, reconociendo el papel central de las mujeres en la misión de la Iglesia. A mayor gloria de Santa Teresa de Jesús, que no fue nombrada doctora de la iglesia hasta 1970. Este retraso de siglos en el reconocimiento de las mujeres no puede seguir produciéndose en otros ámbitos.

En cuanto al celibato opcional, el Camino Sinodal alemán propone el fin de la obligatoriedad del celibato sacerdotal responde a la crisis vocacional en el mundo entero, pero sobre todo en Europa, y a la necesidad de un clero más humano y conectado con la realidad de los fieles. Sería una reforma práctica que honra la libertad individual y la dignidad de todos y todas. Igualmente, la gobernanza participativa, para lo que se dio ejemplo a través de la creación de un Consejo Sinodal mixto y la participación laical en la elección de obispos para democratizar la Iglesia, haciéndola más transparente y responsable. Este modelo refleja el humanismo cristiano, que ve en cada fiel un agente de la misión divina.

Estas reformas, lejos de ser un capricho progresista, son un intento de devolver a la Iglesia su vocación universal, haciéndola un espacio de acogida, diálogo y justicia. Como las luces de la Ilustración, el Camino Sinodal ilumina el camino hacia una fe que no teme a la razón ni a la diversidad, sino que las abraza como dones de Dios. Ratzinger insistía en que Dios es Logos, y nada más lógico que estas medidas que no rompen con la tradición sino que la renuevan.

El Camino Sinodal generó tensiones con el Vaticano más conservador, que teme que las reformas alemanas fracturen la unidad de la Iglesia. Sin embargo, estas fricciones deben entenderse como un debate necesario, no como un enfrentamiento destructivo. Han sido varios los avisos que el Vaticano conservador ha realizado al Camino Sinodal. Francisco, en una carta a los alemanes, llamó a priorizar la evangelización, pero no cabe duda de que estas medidas harían una Iglesia más atractiva para las nuevas generaciones. Más tarde, la Santa Sede recordó que el Camino Sinodal no puede imponer nuevas doctrinas, un límite que los alemanes han respetado al enmarcar sus propuestas como recomendaciones sobre actualizaciones de dichas doctrinas, que tampoco hay que fosilizar. Por último, el Vaticano vetó la creación de un Consejo Sinodal permanente, argumentando que no se alinea con la eclesiología católica. Pero los alemanes no se han arrugado, de nuevo siguiendo el ejemplo de Erasmo, proponiendo formas de sinodalidad compatibles con el Derecho Canónico.

Es cierto que en Alemania también hay una fuerte resistencia al Camino Sinodal, con al menos cuatro obispos que critican el proceso, pero la mayoría de los obispos y laicos alemanes ven en él una oportunidad para fortalecer la iglesia. Lejos de buscar un cisma en plan Lutero, el Camino Sinodal ha tratado de tender puentes hacia Roma en la estela de lo mejor del cristianismo humanista, un esfuerzo por mostrar que la sinodalidad puede revitalizar la Iglesia sin sacrificar su unidad. Las críticas vaticanas, aunque comprensibles, subestiman el potencial de las reformas alemanas para inspirar a una Iglesia global más humana y relevante.

Los alemanes, con su tradición de rigor teológico y compromiso con la libertad, están demostrando que la fe eterna no es incompatible con la adecuación a los tiempos. El Consejo Sinodal, lejos de ser una amenaza, puede significar la esperanza una catolicidad más universal que nunca ya que no trata de ser una ruptura con la tradición, sino su culminación. Como los humanistas del siglo XVI y los reformadores del Vaticano II, los católicos alemanes están proponiendo una Iglesia que combina la profundidad espiritual con los ideales ilustrados de razón, igualdad y libertad. Frente al populismo tercermundista de Bergoglio, que disfrazó el peronismo con una cruz, el Camino Sinodal ofrece una visión de fe que ilumina, no que ciega. Si Roma abraza esta visión, la Iglesia Católica no solo sobrevivirá al siglo XXI, sino que brillará como un faro de esperanza para un mundo que reclama tanto sentido como justicia, libertad y reconocimiento.

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