Resignificando el 7 de octubre
No hay razonamiento posible. No hay nada que se pueda explicar ante esta histeria colectiva antiisraelí, este cretinismo ambiental.
Se cumplieron dos años desde la orgía de sadismo del 7 de octubre. Paradójicamente, muchos medios intentaron difuminar la fecha, no por olvido, sino por la necesidad de resignificarla. Que la barbarie contra Israel se diluya, que se convierta en una condena contra la víctima. Así, si el 7 de octubre de 2023 el sur del país de los judíos fue invadido para masacrarlos, torturarlos, violarlos y secuestrarlos, el 7 de octubre de 2025 se utilizó para hacerles más escarnio y convertirlos en verdugos. Pero esta vez desde los países occidentales.
Y España, a la cabeza de ese antisemitismo de atmósfera, con su presidente Pedro Sánchez inaugurando la jornada con una impostada muestra de empatía tuitera que sólo servía para retomar el viejo libelo del "genocidio".
En paralelo, sus cotorras mediáticas entonaban el coro. El País, por ejemplo, presentaba la fecha como el "aniversario de la barbarie en Gaza". No de la barbarie contra Israel, sino contra Gaza, como si aquel 7 de octubre Israel hubiera tenido siquiera tiempo de reaccionar a la invasión que sufría. RTVE, bastión gubernamental, sumó su granito de confusión con un programa titulado Gaza: expediente genocidio.
Días antes ya se habían celebrado las habituales manifestaciones multitudinarias y, como parte del espectáculo, la cobertura exaltada de la flotilla, esa que no llevaba ni ayuda humanitaria ni, aparentemente, neuronas en buen estado. De ese circo emergió la figura de Barbie Gaza, un personaje que encarna con claridad la teatralidad y la frivolidad de algunos movimientos antiisraelíes en Occidente. Llegó a afirmar, con autocomplaciente mohín y sin apenas despeinar su rubia melena, que una de las secuestradas "se había sentido fea porque no la habían tocado".
Este tipo de figuras reflejan un ecosistema donde el ego y la vanidad se mezclan con una indignación sobreactuada, y donde el discurso se despliega con un dramatismo que eclipsa cualquier comprensión del sufrimiento real. La frivolidad, la teatralidad y el discurso grandilocuente se convierten en el centro del relato, mientras los hechos quedan relegados.
Y miles de personas pican. Pican porque no sólo no saben, sino porque lo poco que creen saber, lo saben mal. Esas son las más dolorosas: aquellas con las que aún intentamos razonar, para descubrir enseguida que no hay nada que hacer. La necesidad de pertenecer a un grupo, de repetir consignas y sentirse del lado correcto pesa más que la amistad o la verdad. Y ahí se ve hasta qué punto ha surtido efecto la campaña brutal de los medios, especialmente en España, donde hace falta un valor inmenso para salirse del consenso vanidoso.
Aquellos que sostienen sus condenas mencionando la International Association of Genocide Scholars (IAGS) como si fuera una organización prestigiosa, cuando no es más que una chantada en la que basta pagar 30 dólares para formar parte, y que cuenta entre sus "expertos" grandes figuras como Hitler o el emperador Palpatine. Pero que eso sea una mentira grande con luces que alertan "soy mentira" no evita que actores como Bardem, con gesto sólido, lo mencionen como una eminencia en estudios sobre genocidio y se aferren a ese engaño para justificar el odio.
Porque todo ha sido y es mera justificación a posteriori. Si se centran y amplifican la respuesta israelí, creen justificar la barbarie y el sadismo gazatí. Del mismo modo que, si Israel comete "genocidio", en el fondo creen relativizar —y de algún modo perdonar— la Shoá. Por eso hoy recibimos lecciones de gente que en la vida tuvo ningún interés ni hizo el más mínimo esfuerzo por estudiar y ahondar en qué es un genocidio, más allá de La lista de Schindler o La vida es bella, que seguramente los emocionaron mucho. Pero ahora saben, y como durante el Holocausto murieron niños y en Gaza han muerto niños, según su silogismo Barrio Sésamo –que me perdone Jim Henson–, pues tiene que ser un Holocausto.
Pero cuando hay que lidiar con gente que de repente cree saber —porque se lo dijo uno en las cañas del domingo o lo leyó en El País o se lo repitió el sociólogo de turno— no hay razonamiento posible. Como decía Balzac:
La estupidez humana tiene dos formas de manifestarse: calla o habla. La estupidez muda es soportable.
Y la tontería antiisraelí se nutre del ruido, del panfleto, de las frases hechas y de una ideología perversa capaz de movilizar hordas hambrientas de justificación para sus prejuicios.
No hay razonamiento posible. No hay nada que se pueda explicar ante esta especie de histeria colectiva, de cretinismo ambiental orgulloso de sus limitaciones cognitivas. Han decidido resignificar el 7 de octubre como una agresión a Gaza. Cabe preguntarse qué tara los lleva a esa especie de psicosis colectiva en la que el primer instinto, después de ver el sadismo desatado del 7 de octubre, es llevar la discusión a Gaza, pero omitiendo a Hamás.
Y hay que destacar a aquellos valientes que han sido capaces de hacer frente a este consenso delirante, que durante dos años no se han dejado llevar por la histerización del debate. Son los justos de hoy en día. Pero esos justos también son centro de las dianas; también quieren ser aceptados en sus círculos de amistades sin ser tildados de nazis, simplemente porque no se suman al linchamiento social de los judíos y su Estado. Y poco a poco esos justos empiezan a alejarse, a cansarse. Como estamos cansados todos.
A los dos años del 7 de octubre, el ecosistema mediático español —sus artistas y sus flotilleros de postín— ha logrado confundir a muchos, ha provocado un gran cansancio, han crispado la sociedad, ha sembrado miedo. Pero hay que seguir enfrentándolos con la razón y la palabra. Disculpen este momento de desesperanza, que tal vez se vaya silenciando si al final estas campanas de paz suenan más alto.
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