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Luis Herrero Goldáraz

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Esa mentalidad difusa es la que confunde a tanta gente en nuestros días. Que por cosas como esas surgen movimientos censores por todos lados.

Mi hermana se ríe cuando se lo digo, pero sólo porque desde pequeño fui desarrollando un sentido del humor de esos que hacen difícil que la gente sepa si tomarte en serio o en broma. Yo le digo que es así, que la principal razón por la que tardé tantísimo en echarme novia germinó durante sus tardes adolescentes hablando por teléfono con sus amigas. Y ella se ríe, claro. Todavía recuerdo aquellos aquelarres de jovencitas henchidas de amor e infinitamente más inteligentes de lo que será ningún hombre nunca. Pequeñas Moiras altivas y crueles, entretenidas con los hilos del destino de desdichados imberbes a los que yo imaginaba ajenos a la fatalidad que se cernía sobre ellos, en sus casas, posiblemente, entre cigarros, deporte y Nesquiks. Ponte en mi lugar, le digo siempre desde entonces. Un chaval asustadizo e ingenuo como yo, pero con acceso directo a semejantes carnicerías. Imagínate qué efecto suscitaban en mí todas esas escenas sangrientas, profundamente shakespearianas, que tan pronto pasaban del deseo al desamor y de ahí mismo a la traición, con aquellos giros de guión inesperados que terminaban con alguna de las amigas del grupo ajusticiada y condenada entre puñaladas humillantes y risitas de latón. Alguna vez he pensado en ponerle Dexter, la serie del psicópata justiciero, pero tampoco sé si lograría entender.

Las primas de mi colega el Tabardillos me dicen que eso no es criticar, que simplemente es "comentarla". Yo no sé muy bien qué diferencia exactamente esas comentadas con la técnica formativa que aplicaba el instructor Hartman en La chaqueta metálica, pero después de mucho preguntar he llegado a la conclusión de que la cosa es distinta porque todas sus conversaciones acaban igual: asumiendo aquello de que quiénes son ellas para juzgar, haciendo las paces con el cadáver descuartizado e incluso compadeciéndose de él. Al fin y al cabo, nadie puede saber si en algún otro rincón del globo su nombre estará siendo sometido a la misma tortura acusadora, por lo que comentarla vendría a ser algo así como una herramienta de unión, un quid pro quo perverso mediante el cual todos nos mataríamos unos a otros para igualarnos, al fin, en este bendito valle de lágrimas al que llamamos sociedad.

Mi colega el Tabardillos, por su parte, me afea esta aproximación y no entiende que diferencie tanto estas actitudes por sexos, si a fin de cuentas nosotros hacemos exactamente lo mismo. Yo le digo que no tiene ni puta idea, claro está. Que una cosa es criticar a los que critican y otra muy distinta criticar por criticar. Que no siga así, le advierto incluso, si no quiere que termine llamando a nuestro amigo Tochapocha para marcarme una rajada a sus espaldas que ni las de Florentino con Raúl. Le digo que esa mentalidad difusa es la que confunde a tanta gente en nuestros días. Que por cosas como esas surgen movimientos censores por todos lados, tanto en contra de Zahara y su Virgen como de C. Tangana y el "machismo estructural". Que el camino hacia las distopías sangrientas está empedrado de razonamientos igual de burdos, de pobres gentes incapaces de diferenciar las manzanas de las peras. También que por eso hay lumbreras que se arrogan el privilegio de no perdonar a los que no votan como ellos, y que lo que habría que hacer, si de mí dependiese, sería dejar de hablar de tonterías y centrarse sólo en lo que yo considero interesante. Le enumero todo lo que está mal en el mundo y le juro que sólo es a eso a lo que me permito criticar. Pero después me calmo y le pido perdón. Al fin y al cabo, quién soy yo para juzgarle. Comentarla es otra cosa. Y si me pagan por hacerlo, pues mejor que mejor.

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