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Luis Herrero Goldáraz

Antifascista que vienes al mundo te guarde Dios

Todo lo que hoy destruyas para dificultar que te atropelle el de enfrente será lo que te impida huir si el que te atropella es el de detrás.

Todo lo que hoy destruyas para dificultar que te atropelle el de enfrente será lo que te impida huir si el que te atropella es el de detrás.
Unos 10.000 militantes socialistas de toda España se han manifestado frente la sede del PSOE en Ferraz. | EFE/Rodrigo Jiménez

Imagino que te habrás preguntado algunas veces cómo fue posible. De vez en cuando, supongo, miras para atrás. Repasas los mitos fundacionales que configuraron tu compromiso político y te repites, hoy ya desde muy lejos, por qué tuvo que suceder algo a todas luces increíble: que el mal triunfase sobre el bien. No debieron ser pocas las tardes en que te imaginaste ante la temerosa encrucijada. Sin duda, pensarías con vehemencia, tú te habrías situado en el lado correcto de la Historia. Por eso no podías comprender a quienes no lo hicieron. Ahora y siempre desde entonces te has aproximado al siglo XX debatiéndote entre el asco y la vergüenza: el primero por todas las hordas perversas que alguna vez han aupado a algún fascista al poder, manteniéndolo gustosas; la segunda por el resto de cobardes que, a diferencia de ti, no tuvieron agallas para levantar la voz y el puño y evitarlo.

En tu inconsciencia adolescente jamás llegaste a comprender que nunca nadie ha triunfado enarbolando abiertamente el estandarte del mal, pues nadie corre nunca ansioso a condenarse. Y como nunca caíste en ese detalle escurridizo tampoco sacaste las conclusiones lógicas que todo verdadero demócrata ha debido conquistar.

Hoy clamas por lo que consideras un peligro inasumible. No te quieres reconocer que lo que ocurre es que percibes la libertad ajena como una amenaza. Y que por eso sufres y exiges, nervioso, protección. Algo se mueve en tus adentros cada vez que imaginas que la opción política con la que mejor te identificas sea desplazada del poder. Es un animal intranquilo que tiembla de pavor ante la posibilidad de la alternancia, por lo que tiene de descontrol. Así que corres y te abrazas a quienes sienten lo mismo. Haces fuerza y cierras filas y te convences grupalmente de que es el fascismo —tan grupal y belicoso como vosotros, pero siempre ajeno—, el que mueve sus hilos para deslegitimar sibilinamente a quienes más tranquilidad os dan. No percibes la ironía que hará que dentro de muchos años alguien igual que tú, sólo que del otro lado, alimente su sectarismo pensando en ti con el mismo asco en el que hoy se asienta tu posición.

Las soluciones que barajas son sencillas. Control de medios, de jueces y de todo tipo de contrapoder. Filtros estrictos que impidan que sean los malos los que se pongan a filtrar. Agarrar las riendas del sistema para evitar que algún día llegues a sufrir una injusticia; sin pensar remotamente en que nadie está exento de sufrirlas, pues tampoco es posible estarlo de perpetrarlas. Sigues lejos de entender que lo único que garantiza tu seguridad remotamente es la confianza en esa independencia de poderes que rehuyes. Que existan muchas voces y muchos ojos para vigilarnos mutuamente. Porque en el fondo, aunque no lo creas, albergas dentro de ti el mismo mal que dices combatir en los demás.

Antifascista que vienes al mundo te guarde Dios. Todo lo que hoy destruyas para dificultar que te atropelle el de enfrente será lo que te impida huir si el que te atropella es el de detrás.

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