¿Le gusta a usted la Mahou? No se esconda, this is a safe space. ¿Viste usted de forma provocativa? ¿Se pone camisas, o vestidos? ¿Ha subido alguna vez a un barco y se ha hecho fotos en su cubierta? ¿Tiene usted la piel bronceada y los dientes blancos? ¿Dice "el norte" cuando está en el norte y "el sur" cuando está en el sur? Supongo que usted ya lo sabe, pero a usted es posible que le odien. Esto tampoco es fácil aseverarlo a ciencia cierta porque, siendo sinceros, existe mucha gente que bebe Mahou y se pone camisas, las cuentas de Instagram están repletas de personas en barcos, el norte sigue siendo el norte para los que viven más al sur, la piel humana continúa poniéndose morena si está lo suficientemente al sol y, si hubiese que odiar a todos los que caen en alguno de esos pecados concretos, no existiría nadie que pudiese hacer las veces de odiador.
Se preguntará usted entonces por qué es posible que a usted le odien. La respuesta es bien sencilla: ¿ha pensado usted en la posibilidad de ser madrileño, alguna vez? Porque ese, convendrá conmigo, sí que es un rasgo odiable de verdad. Decir "madrileño" es lo mismo que decir "creído idiota", no importa lo que usted se crea en realidad. Es ser esa clase de persona que acude a otras provincias como si fuese sir Edward Tylor y estuviese yendo a analizar la curiosa forma de vida de remotas civilizaciones indígenas. Es hablar muy lento y con deje de chulapo imbécil, como si tuviese miedo de que el paisano de ahí enfrente no le fuese a poder entender. Es exigir pan sin gluten. A veces incluso también es ser amable, no se lo niego, en un intento patético que a nadie engaña y que apenas camufla su verdadera naturaleza de engreído criminal. Es ser un veraneante furtivo, de esos millones que colapsan pueblos y playas "que no son suyas" durante un par de meses al año, igual que el resto de españoles colapsan la Gran Vía cuando no es agosto en la capital.
Ahora usted me responderá que sigue sin saber por qué puede ser que a usted le odien, honestamente, si usted no es ni ha sido nunca nada de eso. Y añadirá también que lo que todavía es más seguro es que ni siquiera ha nacido en Madrid. Pero es que, le diré, de un tiempo a esta parte, para ser madrileño no hace falta ni haber vivido allí. De un tiempo a esta parte, para ser madrileño basta con beberse una Mahou de vez en cuando. Y tener los dientes blancos, vestir vestidos bonitos, subirse a un barco, hacerse fotos en Misa y decir "el norte" cuando se está en el sur. Ser madrileño en realidad es ser pijo. O parecerlo. O, por quitarnos la careta, es tener pinta, simplemente, de haber llegado a plantearse alguna vez votar al PP.
dump histórico de pija madraca. analicemos:
— ً (@murcianobasado) August 12, 2024
-bronceado con spray trabajado desde el 1 de marzo
-iglesia y yate que no falten
-MAHOU
-dentadura tan blanca que ilumina en la oscuridad. cuesta lo que cobran tus padres en un año
-no existen ni oviedo ni santander solo "EL NORTE" https://t.co/lKM8c6jj9h
En el fondo que a usted le odien por ser madrileño no es demasiado distinto de que a usted le odien por ser "rojo", o parecerlo, así que tampoco está la cosa como para que nos victimicemos demasiado por aquí. De hecho, como yo, que soy de Madrid y bebo Mahou, soy el primero que odia mucho irremediablemente. Y como sé de primera mano que al que más me odio es a mí, no tengo demasiados problemas en que me odien los demás. Sin embargo, existen ciertas faltas de respeto que me hacen imposible no intervenir. Leo en El Mundo, por ejemplo, que un bar de Oleiros ha cerrado durante la semana del puente de agosto porque sus dueños están "cansados por los tontos de la meseta". Y eso sí que no lo puedo tolerar. Si a los madrileños no nos dejan alabar el verano norteño diciendo genéricamente "el norte", y tenemos que especificar a qué norte nos referimos exactamente para que puedan odiarnos con más saña los de Luanco, o los de Cambados, o los de Cabezón de la Sal; tampoco debería poder extenderse ese odio exclusivo hacia nosotros al resto de la meseta. Los odios, al fin y al cabo, o se concretan bien o corren el riesgo de disolverse como un azucarillo. No vayamos a dejar que un día el perímetro de gente odiosa extienda sus límites hacia todas las fronteras regionales, y ya no odiemos exactamente a nadie en realidad.