La idea es tan sugerente que podría llevarse al cine para que la protagonice Tom Cruise: evitar el crimen anticipándose al criminal, digamos. Y hacerlo mediante un método de predicción que consideremos infalible. O, ya que estamos, llevarlo todavía más allá: desincentivar la delincuencia no permitiendo que lleguen a iniciarse los delincuentes; condenar la falta antes de la falta; encerrar al infractor antes de la infracción; ponerle un preservativo a la sociedad para que los gametos que consideramos defectuosos no esparzan su código genético contaminado al resto de la comunidad. Conseguir, mediante un proceso quirúrgico menos sofisticado que el que podía practicarse en la Edad Media, extirpar la extremidad gangrenada sin saber siquiera si ha llegado a producirse la infección.
Claro que el mundo real todavía no es como el de Minority Report. La Inteligencia Artificial no se ha desarrollado aún lo suficiente, así que seguimos viéndonos obligados a recurrir a recetas ciertamente arcaicas como, por ejemplo, perseguir el odio. La lógica que se esconde detrás de este tipo de iniciativas es también cinematográfica y responde a una filosofía tan sofisticada como la de La Guerra de las Galaxias. Por eso, para entender bien a quienes más fervientemente las propugnan, yo sugiero desandar mejor el recorrido que los hace tratar de frenarlo todo en el estadio anterior al lado oscuro, que es el lado de los delitos de verdad. Comprender que todo nace incluso antes de la ira. Y que lo que les mueve a desear coartar la libertad ajena y no la propia es el miedo. ¿Quiere usted saber a qué se refiere con odio el que dice que hay que cauterizar al odiador? Pregúntese qué es lo que teme y lo tendrá.
Porque, cuando se habla de odio, la cosa es tan etérea que sólo puede parir arbitrariedad. Verá usted a políticos y a opinadores acostumbrados a nadar en la falsedad, impulsándose sobre aquellos sofismas que más curiosamente les protegen, pregonar que los bulos peligrosos, los que hay que frenar, son los bulos de los demás. Y sabrá usted que lo que buscan no es un Estado vacunado contra el peligro de la mentira —eso les obligaría a no mentir—, sino exclusivamente contra aquello que contradiga su verdad.
En Minority Report, el policía encargado de detener a inocentes segundos antes de que se conviertan en criminales termina viéndose en la encrucijada de cometer él mismo un crimen que sólo se ha vuelto posible por haber recibido el soplo de que lo iba a cometer. Descubre entonces que es posible condenarse por perseguir a toda costa su inocencia. Algo no demasiado distinto de lo que le pasaba antes, en el fondo, cuando lo que hacía era perseguir la inocencia de los demás.