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Entre San Fermín y el Rastro

Paseo un rato por el Rastro. Cruzo miradas con gente decente y bajo la vista ante un par de intelectuales.

Vivo en el centro de Madrid. No puedo salir a la calle. Cuando no es una
cosa, es otra. Comprendo lo del turismo. Trato de adaptarme, pero la cosa en verano se pone difícil. La vida cotidiana se me hace dura. Me refugio frecuentemente en la Biblioteca Nacional y otras veces en la oficina, casi un zulo, propiedad de un amigo que me la presta para épocas sombrías. Pero hoy es domingo, el día de celebración del santo patrón de Pamplona, San Fermín, que coincide con la cosa del Orgullo. La biblioteca está cerrada y el zulo en obras.

Me levanto temprano y veo el encierro en un bar cercano a mi casa. Sigo
pensando lo mismo que hace mil años: creo que es una burrada, sí, eso de correr
delante y detrás de unos bellos animales, pero, ay, debemos ser comprensivo
con esta tradición o lo que sea. Camino rápido por el entorno de Sol y todo
huele a orines y basura. Aligero el paso hasta llegar a la estatua del gran
Cascorro. Paseo un rato por el Rastro. Cruzo miradas con gente decente y bajo
la vista ante un par de intelectuales. ¡Qué miedo dan los enteraos buscando
libritos de viejo! Bobos. Mi amigo Montoya, gitano bueno y listo, siempre
engaña a estos tontainas. Compro una correa para el reloj y pego la hebra con
Antonio, el de los bolsos.

Regreso a casa por la calle de Toledo. Paso un rato por San Ginés.
Sosiego allí mis malos humores, contemplo con detenimiento un cuadro del
Greco y recuerdo bien lo que me dijo ayer Prior, el pintor expresionista más
grande de España: nadie ha superado al Greco, junto a Goya y Gutiérrez Solana,
son "mis preferidos", resalta, el maestro Prior. ¿Cuándo le dedicaran a Prior una
Exposición los del Reina Sofia? Tiene una obra grandiosa para llenar diez
museos. Pero es un pintor libre. Jamás se entregó a ideología alguna. Nunca
tuvo el carnet del PSOE ni del PP. O sea, Prior lo tiene, ahora como en el
pasado, bien jodido. Es solo un pintor. Grandioso. Libre.

Me niego hoy a cabrearme. Tengo que celebrar mil cosas. La primera:
sobrevivo con cierta dignidad. La segunda, he dormido a pierna suelta. No creo
que eso le haya pasado al rector de la Universidad Complutense. ¡Pobre!
Tampoco la presidenta del Gobierno de España (sic), con eso que tiene encima,
habrá conciliado el sueño sin un par de sobresaltos. ¡Cuánto siento el pesar de
esas personas! Me vengo, pues, arriba y me largo un rato al campo. En realidad,
no es propiamente campo, aunque al lado se halle una de las montañas más
bellas de España. Se trata de unos jardines al lado de un palacio. A su entrada
me hago una selfi, o cómo se diga, y se la mando a un amigo con esta leyenda:
"Por fin, he llegado a Versalles". Es, obviamente, mentira. Pero mi amigo traga
y responde: ¡Es maravilloso! Me río y sigo, junto a otros cientos de personas, a
un señor con una bandera de España. Las fuentes de la Granja de San Ildefonso
son maravillosas. Funcionan casi con los mismos mecanismos del siglo XVIII.
No dejen de visitarlas. Por un instante contemplarán una feliz armonía entre
pueblo, naturaleza y divinidad.

Le he respondido a mi amigo, un tipo inteligente y, sin embargo, masón,
que este lugar "maravilloso" no es, en verdad, Versalles sino que está al lado de
su casa. Y me contesta sorprendido: ¡No fastidies!… Pues así es. Nos vimos al
rato y nos tomamos una cerveza en la Librería Farinelli. Charlamos y le dimos
una vuelta al país. Nos reímos del mundo y, antes de despedirnos, cuando le
digo "que esto está mal, pero siempre nos queda Portugal", se acerca a una
estantería de la librería, toma un libro de un autor adorado por su su bisabuelo,
discípulo de Menéndez Pelayo, y lee: "Si Portugal es una nación esterilizada y
sombría, la culpa no es del partido clerical, sino de haberse empeñado los
portugueses en formar nación y gente aparte, sin recursos para ello y aun sin
tener verdadera unidad orgánica y poderosa. Portugal se mueve en un círculo de
hierro: quisiera salir del espíritu y de la nacionalidad peninsular y no puede, y
cuantos más esfuerzos hace por aislarse, su actividad resulta más estéril y más
sombría su tristeza. Compárese el estado de Portugal con el de Cataluña, y
dígase de buena fe si para la vida y la prosperidad de un país de corta extensión
vale más la autonomía que la unión sincera y leal con pueblos de la misma raza
y análogas tradiciones, aunque tengan diversa historia y lengua. Portugal forma
hoy un reino al modo de la Edad Media; no forma ni puede formar una nación
en el sentido etnológico, y ésta es la causa de todos sus males".

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