
La elección de León XIV volverá a poner en primer plano teológico a Aristóteles, ya que fue su predecesor en el nombre, León XIII, el que situó en el siglo XIX al filósofo griego como vértice del pensamiento católico en tiempos de retirada intelectual cristiana ante el marxismo y el liberalismo. Pero ahora que se ha muerto Alasdair MacIntyre cabe recordar que fue a finales de los 70 y principios de los 80 del pasado siglo, cuando Aristóteles se volvió a poner "de moda" en los ámbitos filosóficos. En 1977, Pierre Aubenque publicó El problema del ser en Aristóteles, mientras que en 1981 Alasdair MacIntyre hizo lo propio con Tras la virtud.

El filósofo francés se dedicaba fundamentalmente a problemas de ontología y epistemología en la convulsa Atenas del siglo IV a. C. a través de la depuración del auténtico Aristóteles, tantas veces contaminado por un contexto religioso y cultural tan ajeno a él mismo. Por su parte, el filósofo escocés aplicaba el concepto aristotélico de "areté" (virtud) a lo que contemplaba como la confusión de la filosofía política y ética contemporáneas desde que con la Modernidad, el subjetivismo en epistemología, el autonomismo moral en ética y el relativismo en política, Kant y Nietzsche, la libertad se había convertido en capricho, la democracia en tiranía de las masas y el capitalismo en un bazar donde todo tenía un precio y nada tenía auténtico valor.
Si hasta principios de los 70 Marx había sido el gran referente de la política internacional y académica, en ese momento tres libros rompieron la hegemonía del marxismo en sus diferentes versiones, del leninismo al trotskismo pasando por el maoísmo: Teoría de la Justicia de Rawls, Anarquía, Estado y utopía de Nozick, y Derecho, legislación y libertad de Hayek. Comenzaba el reinado del liberalismo que culminaría con el Nobel de Hayek en 1974 y parecería triunfar definitivamente con la caída del muro de Berlín en 1989. Pero si el marxismo parecía muerto, aunque sus restos se levantan de vez en cuando en forma de zombi intelectual de la mano de gente tan variopinta como Zizek y Piketty, surgieron nuevos adversarios del liberalismo. El más fuerte, de aquellos que, como MacIntyre, se habían pasado del marxismo al catolicismo, de Marx a Santo Tomás de Aquino.
De marxista convencido a tomista
Nacido en 1929 en Glasgow, Alasdair MacIntyre tuvo una trayectoria intelectual tan rica como compleja. En su juventud, fue un marxista convencido, influenciado por el fervor político de la posguerra y el auge de los movimientos de izquierda en Europa. Durante los años 50 y 60, MacIntyre militó en círculos marxistas donde exploraba el potencial ético del marxismo como alternativa al liberalismo. Sin embargo, su desencanto con el dogmatismo de las corrientes marxistas lo llevó a cuestionar su viabilidad. MacIntyre defendió con pasión el materialismo histórico, solo para concluir, años después, que el marxismo carecía de una base moral sólida (en realidad, una versión pobre del ya de por sí pobre utilitarismo) para sostener sus promesas de justicia.
Su transición hacia el catolicismo y el tomismo se fue incubando en los años 70, mientras enseñaba en universidades como Notre Dame y Duke, en las que MacIntyre comenzó a estudiar a fondo a Santo Tomás de Aquino, viendo en su síntesis de Aristóteles y la teología cristiana una respuesta a la fragmentación moral de la modernidad. Ateo, anglicano y, finalmente, católico. Una colega de Notre Dame recordaba cómo MacIntyre, en una clase, sostenía un ejemplar de la Suma teológica mientras explicaba la noción aristotélica de telos (finalidad), diciendo:
"Sin un propósito común, las comunidades humanas se desintegran en meros contratos de conveniencia".
Esta idea se convirtió en el núcleo de su crítica al liberalismo que en esa época, sobre todo en Estados Unidos, donde el liberalismo se había convertido en "libertarismo" y se había decantado por un positivismo vacío de las consideraciones éticas habituales en Smith y Tocqueville, y en el que el único valor que se admitía era el subjetivista del precio en el mercado.

En Tras la virtud, MacIntyre no solo criticó el liberalismo de Rawls, Nozick y Hayek, que dominaba el panorama filosófico, sino que propuso una alternativa: la ética de las virtudes, arraigada en comunidades con narrativas compartidas. El comunitarismo conservador volvía a estar en el candelero filosófico y, claro, ay, el multiculturalismo. Para él, el liberalismo, al priorizar la libertad individual sin un marco moral común, conducía a una "guerra civil de valores" donde el lenguaje moral se ha convertido en un conjunto de gritos y gestos sin sentido. Esta obra consolidó a MacIntyre como uno de los grandes críticos del individualismo moderno. Junto a otros exmarxistas convertidos al catolicismo, como Charles Taylor, emergió como un adversario formidable del liberalismo, al que acusaba de carecer de un telos compartido, por lo que no podía sostener una comunidad moralmente coherente. Para el filósofo escocés, la justicia no es un acuerdo entre individuos egoístas, sino una práctica que solo tiene sentido dentro de una tradición. MacIntyre proponía una tercera vía entre el marxismo y el liberalismo, horizontes políticos de la Modernidad: una ética arraigada en Aristóteles y mediada por la tradición tomista, es decir, una visión de la vida humana como un proyecto narrativo orientado hacia el bien común.
¿Qué historia queremos contar?
Como él mismo escribió:
No podemos saber quiénes somos sin saber a qué historia pertenecemos.
Su obra nos desafía a preguntarnos: ¿qué historia queremos contar? ¿Una de individuos aislados en un mercado de deseos, o una de comunidades unidas por la búsqueda de la virtud? Claro que su comunitarismo abre la puerta a tradiciones en las que lo que se entiende por virtud tradicional no tiene nada que ver con los valores liberales de autonomía del pensamiento. No solo son grandes defensores de MacIntyre en el Vaticano, sino también en Teherán y Johannesburgo.
MacIntyre no solo nos legó un diagnóstico de la modernidad, sino una invitación a recuperar la areté, a vivir con propósito en un mundo que, como él temía, sigue confundiendo libertad con capricho. Una lección que los liberales debemos hacer nuestra si no queremos ser solo unos mercachifles nihilistas vendidos al mejor postor "en el mercado libre". Entre sus logros, aunque también lo más criticado por sus detractores, cabe destacar haberle prestado una escalera a una de sus vecinas, una tal Yoko Ono, lo que le llevó a conocer a John Lennon y, en última instancia, destrozar a los Beatles, ese símbolo de la civilización liberal contra lo que tanto luchó. Espero que pueda descansar en el cielo católico que tanto amó, si es que allí no se ha puesto también de moda Imagine.
