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Al salvaje oeste de la cultura

¿Qué más tiene que pasar para que nos demos cuenta de que estamos financiando con nuestros impuestos y/o con nuestra ingenuidad a una banda de golpistas culturales?

Leo por ahí que al "cowboy de medianoche" y Premio Reina Sofía de Poesía Iberoamericana Luis Alberto de Cuenca no le han querido en la RAE. Que han preferido dejar vacante la silla de montar. Y que eso puede tener menos que ver con los méritos o deméritos de su escritura que con el hecho de haber tenido cargos cuando Aznar, o por ser poeta y no lingüista, en un momento en que estos últimos estarían haciendo lobby contra los académicos creadores.

En cualquiera de los dos supuestos, estaríamos delante de una batalla o más bien secuestro cultural, consistente en poner las instituciones que custodian y prestigian la cultura colectiva, el interés general cultural, al servicio de intereses ideológicos o corporativos. Algo que siempre ha estado ahí, pero que últimamente se está yendo de madre a una velocidad que da vértigo.

En la Universidad Autónoma de Barcelona (UAB) acaba de dimitir un profesor en señal de protesta por el descarado sesgo antisemita impuesto por el rector. No digo el nombre porque, aunque no es difícil de enterarse si lo googlean -o chatgepetean, al gusto del consumidor-, el buen hombre está abrumado y me pide que le demos un respiro. Este profesor no lo era a tiempo completo. La docencia complementaba su actividad profesional principal. Por eso se ha podido permitir protestar e irse. Otros no tienen tanta suerte y se ven obligados a agachar la cabeza pasen las barbaridades que pasen. Hoy es el antisemitismo, pero en otro momento puede ser el procés (que les pregunten a Rafael Arenas, catedrático también en la UAB o a los muchachos de S'Ha Acabat). También hubo represalias en su día contra Joana Gallego, una distinguida profesora feminista que se atrevió a intentar dar un seminario donde cuestionaba la nueva religión transgénero. Le boicotearon el seminario. No se pudo hacer. Yo intenté (cuando servidora era diputada) que la profesora Gallego compareciese en el Parlament. Los grupos woke boicotearon también esta comparecencia.

Luego nos quejaremos de que si Trump y de que si Harvard. Pero, ¿qué más tiene que pasar para que nos demos cuenta de que estamos financiando con nuestros impuestos y/o con nuestra ingenuidad a una banda de golpistas culturales? La izquierda siempre ha sido mucho más espabilada que la derecha en dar la batalla de la cultura, pero estamos llegando a un punto en que esto ya no es batalla ni es ná. Es, como antes apuntábamos, más bien un secuestro institucional, un golpe de Estado. Todo el mundo al suelo: o piensas lo que yo digo, o no es que te confrontemos, es que te vamos a CANCELAR.

Ese debería ser un punto de retorno inasumible. Ni la RAE, ni los Institutos Cervantes, ni las universidades públicas, ni siquiera el Festival Sónar de Barcelona, deberían ser objeto de purgas que reduzcan toda la dialéctica cultural a un monólogo siempre de los mismos. La cultura no es monopolio de los wokes propalestinos ni de los separatistas ni tampoco de chusqueros de las letras que odian a los que saben rimar y hacer soñar. La batalla cultural, suponiendo que de verdad se dé, no puede estar trucada. Mencionaba el Festival Sónar de Barcelona porque varios importantes artistas han anulado su participación ya anunciada en la edición de este año, para protestar porque la empresa organizadora esté participada por un fondo estadounidense que trata con Israel. Atención, pregunta: los artistas que se han descolgado, ¿de verdad lo han hecho en defensa de sus "ideales", o porque temen convertirse en unos apestados, perder seguidores y contratos si no pasan por el tubo? ¿Se puede permitir según qué artista arriesgarse a que le pongan en según qué lista negra, o mejor se pone de perfil? Es que esto es el Apocalipsis por fascículos: primero se somete toda o casi toda la actividad cultural a una absoluta dependencia de la subvención pública, luego se usa esa subvención como un látigo para acallar a indeseables. No para contradecirles en buena lid, que sería legítimo, insisto: para borrarles de la faz de la cultura y de la tierra. Y si todo eso falla, si todavía no es suficiente, empieza el terror. La guerra de propaganda y de nervios que pocos resisten con las botas puestas.

Como la caridad bien entendida empieza en casa, déjenme acabar mencionando que mi último libro, "En la boca del dragón" (La Esfera de los Libros), una memoria novelada de mi relación con Fernando Sánchez Dragó, ha tenido gracias a Dios mucha mejor acogida crítica y mediática de la que yo me esperaba. Gracias, gente. Pero eso no significa que no esté teniendo que sortear también algún insidioso intento de cancelación. Alguno se entiende más que algún otro. Mi libro no sólo es una memoria sentimental. Es también una reivindicación del mayor divulgador cultural que ha habido en España, el que los mejores programas de libros ha hecho con diferencia (esto se lo digo aquí y en la calle a quien sea…), y una denuncia de que esa aportación se ha intentado silenciar por razones sectarias y espurias desde tribunas que precisamente van de eso. De fomentar el amor a los libros. ¿Ven por dónde voy? Dragó puede genuinamente no interesar a mucha gente. Pero quien pretenda que le interesan los libros y que no le interesa Dragó, miente como un bellaco. Como mienten como bellacos los que creen que la RAE sólo va de sintaxis o la UAB sólo puede ir de antisemitismo.

A todos los que sepan montar: ensillen el caballo y vénganse al salvaje oeste cultural que se nos está quedando, porque si esto sigue así, lo pagaremos todos. Los que leemos y los que no leen. Los que escribimos y los que no. Los que cantan en un escenario y los que cantamos en la ducha. Porque la cultura, como la democracia, es de todos o deviene autocracia. No esperen a que salga un Trump. Para entonces, ya suele ser tarde. Por cierto, les espero el martes 10 de junio, de 20 a 21 horas, en la caseta 284 (La Esfera de los Libros) de la Feria del Libro de Madrid. Para firmar "En la boca del dragón". Leer antes de quemar.

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