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Los suevos y los obispos: un homenaje a Alfonso Ussía

En la calle sonaban los jilgueros y las tórtolas; en el salón de mi casa, la risa blanca y cristalina, libre de sectarismo, de Alfonso Ussía.

En la calle sonaban los jilgueros y las tórtolas; en el salón de mi casa, la risa blanca y cristalina, libre de sectarismo, de Alfonso Ussía.
Antonio Mingote y Alfonso Ussía. | Cordon Press

No se imaginan cuánto admiraba, y cuánto sigue admirando, mi familia a Alfonso Ussía. Recuerdo perfectamente a mi tío Raimundo, que en paz descanse, recitando de memoria unos versos incluidos en su Tratado de las buenas maneras 3 (Planeta, 1995): "Suevos, vándalos y alanos / en tropel nos invadieron, / pero la Historia nos dice / que nos tocaron los suevos". Cómo se descojonaba aquel buen hombre con aquello. Cierro los ojos y visualizo, con una nitidez asombrosa, a mi madre y a mis tíos maternos leyendo y releyendo aquellos libritos/librazos, con los que se divertían y aprendían, y Coñones del Reino de España (Ediciones B, 1997) –que me traje a Madrid cuando me vine a estudiar Pedorrismo, digo, Periodismo–, y algún que otro Sotoancho. También los recuerdo comentando el radiofónico Debate sobre el Estado de la Nación y el televisivo Este país necesita un repaso, en los que Tip era el ídolo absoluto y Ussía el analista honesto, lúcido, mordaz y elegante.

En la calle sonaban los jilgueros y las tórtolas turcas; en el salón de mi casa, la risa blanca y cristalina, libre de plásticos y de sectarismo, de Alfonso Ussía. Joder, escribiendo este texto me siento como Tony Soprano ante la doctora Melfi: la memoria centrifuga y se proyectan varias estampas de la república feliz de mi infancia que okupaban, tan rica y perezosamente, el piso franco del olvido. Rememoro, por ejemplo, una entrevista que Josema Yuste –quien, posteriormente, interpretó al marqués de Sotoancho en una miniserie que emitió Antena 3–, siendo todavía miembro de Martes y Trece y parodiando a Joaquín Arozamena, le hizo al nieto del genial Muñoz Seca con la percha promocional del Manual del ecologista coñazo (Temas de Hoy, 1988), y recuerdo al entrevistado descubriéndome la existencia del uyuyuy, un ave amazónica en peligro de extinción, bien dotada de testículos que, al aterrizar, pues eso: uyuyuy.

La entrevista de Yuste a Ussía, nada enigmática, epigramática ni ática, ni gramática ni simbólica, pero simpática, era una mina según la séptima y la octava acepción que el DRAE ofrece del término: "Persona o cosa que abunda en cualidades dignas de aprecio, o de las que puede sacarse provecho", "Artificio explosivo provisto de espoleta, que, enterrado o camuflado, produce su explosión al ser rozado por una persona, vehículo, etcétera". Con la percha de las buenas costumbres, que el escritor publicaba entonces en Blanco y Negro, otrora dominical de ABC, el humorista le invitó a partir una langosta del tamaño de un ladrillo y a beber de una taza de café sin verter una sola gota. Ussía resolvió ambas pruebas con naturalidad y sencillez, el Martes y Trece se lo reconoció en el acto y, para finalizar, el entrevistado recitó unos versos: "Yo me la llevé al río / creyendo que era mozuela / y resultó ser un tío / que por poco me la cuela". Tendría yo tres o cuatro años cuando, por vez primera, escuché esta parodia de "La casada infiel". No la he olvidado nunca.

Una de mis primeras lecturas infantiles fue Tratado de las buenas maneras 3. Lo digo totalmente en serio. Siempre me llamaron la atención los dibujos de los brillantes Gallego y Rey –hasta tal punto que jugaba con unos muñecos suyos, Los Monclis–, quienes ilustraban aquel volumen. Cogía el libro para copiar sus dibujos, como aquella caricatura de Colón con una hueva morena más que considerable. Tanto fue el cántaro a la fuente que, teniendo yo seis o siete años, terminé por leérmelo. Y de aquella pretérita lectura conservo una lección o, si lo prefieren, una alergia: huyo como de la peste, y tuerzo el hocico cuando alguien lo emplea, del verbo "influenciar". Ussía atizaba a los "intelectuales" que se manifestaban "influenciados" en lugar de influidos, que es lo correcto. "Porque el verbo ‘influenciar’ no existe", detallaba, "y sí en cambio se puede echar mano cada vez que uno lo desee del verbo ‘influir’". Hasta el día.

Releí hace poco el maravilloso Coñones del Reino de España, esa biopsia histórica y literaria de los poetas "satíricos, coñones y cachondos" patrios. El libro está lleno de versos y de episodios estupendos y divertidísimos. Traigo aquí dos historias que, para mí, van más allá. La primera la protagoniza Muñoz Seca. Murieron los porteros de su casa madrileña, sita en Velázquez, 57, con muy pocos días de diferencia. Marido y mujer fueron enterrados juntos, uno de los hijos le pidió al colosal dramaturgo que escribiera un epitafio, y al obispo de la diócesis no le gustó. Razón: Muñoz Seca no era nadie para asegurar que aquel matrimonio estaba en el Cielo y junto a Dios. Todo un ejemplo de piedad cristiana, guiño, guiño. Entonces, el autor de Don Mendo escribió un segundo modelo: "Fueron muy juntos los dos, / el uno del otro en pos / donde va siempre el que muere… / Pero no están junto a Dios, porque el Obispo no quiere". Impresionante.

La segunda me interpela no sólo como periodista, sino como ciudadano. El 11 de diciembre de 1987, la banda terrorista ETA atentó contra la Casa-Cuartel de la Guardia Civil en Zaragoza, asesinando a once personas –entre ellas, cinco niñas– e hiriendo a ochenta. El obispo de San Sebastián, "codueño de la COPE", rechazó valorar aquella carnicería porque había sucedido "fuera de su diócesis". Y Ussía, desde el Protagonistas de Luis del Olmo, por entonces, el programa estrella de la emisora de la Conferencia Episcopal, compuso el villancico satírico definitivo: "En el Portal de Belén / nadie toca la zambomba / porque un hijo de Setién / ha colocado una bomba".

Los obispos le expulsaron de la COPE. Tal y como detalla en un artículo publicado en El Debate ("Lapsus Linguae", 13/12/24), Tip, Mingote y Antonio Ozores se dieron también por licenciados, a diferencia de José Luis Coll y de Chumy Chúmez. Del Olmo se negó a aceptar semejante censura y, junto a su colaborador, citados por el secretario de la Conferencia Episcopal, monseñor Fernando Sebastián, acudieron a la sede. "Ha faltado muy gravemente", le espetó monseñor Sebastián a Ussía, "al respeto a los obispos de ETA". Respuesta del aludido: "Menos que usted, monseñor, que se ha referido a los obispos de ETA y no a los obispos vascos". El arzobispo de Madrid, Ángel Suquía, también presente en aquella reunión, cortó en plan Nazarino: "Lapsus linguae, Fernando".

Ussía continuó en la COPE, llenando con su risa y su inteligencia aquel milagro, hoy tristemente imposible, que era el Debate sobre el Estado de la Nación. Después de colocarse, este sí, en esa construcción con más huellas que una comisaría: la del lado correcto de la Historia. Por estas cosas, y no sólo por su genio, mi familia más íntima, la que vive y la que no, lo admiraba y lo admira tanto. Ellos han sido quienes me han dejado clarinete dónde me tengo que ubicar, por qué sendero debo caminar: el de la honradez. O sea, por el del venerado Ussía.

(Artículo incluido en La escritura indomable: Homenaje a Alfonso Ussía, coordinado por Alfonso J. Ussía y Julio Valdeón y editado por Confluencias, en el que han participado, entre otros, Federico Jiménez Losantos, Luis Herrero, José Luis Garci o Arturo Pérez-Reverte. El libro se puede adquirir aquí.)

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