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Juan Manuel González

Crítica: 'Kubo y las dos cuerdas mágicas', de Estudios Laika

'Kubo y las dos cuerdas mágicas' es un cuento exótico divertido, triste y espectacular. Quizá la mejor película del verano.

'Kubo y las dos cuerdas mágicas' es un cuento exótico divertido, triste y espectacular. Quizá la mejor película del verano.
Kubo y las dos cuerdas mágicas | Universal Pictures
Póster Kubo y las dos cuerdas mágicas
Puntuación: 9 / 10

En algún punto entre el sueño, el recuerdo y la capacidad de la ficción para crear nuestra propia realidad, Kubo y las dos cuerdas mágicas se erige sin demasiadas dificultades como uno de los filmes más originales y poéticos de la temporada.

Para empezar, porque como casi todo filme de fantasía que se pretenda valioso, opera a distintos niveles sin que ninguno de ellos afecte el dinamismo de una aventura de acción que sirve como relato principal: la búsqueda de una armadura emprendida por un joven juglar que resuelve, también, el destino de sus progenitores.

Y para continuar, por su excelencia visual: los estudios Laika, firmantes hasta ahora de tan solo otras tres películas (las tres excelentes: Coraline, Paranorman y Los Boxtrolls), continuan su trayectoria ascendente con un filme espectacular, que cobra forma de aventura de acción exótica pero que en realidad oculta un sentido poema de reconstrucción familiar emotivo, emocionante y divertido. Estamos ante un estudio, Laika, a punto de mirar a los ojos a gigantes como Pixar o Ghibli. Su territorio, su nicho natural, es similar al de Lasseter o Miyazaki más que al de fabricantes de productos estándar como Mascotas, Ice Age y compañía.

No solo por su dominio de la artesanal técnica de la animación fotograma a fotograma o stop-motion, táctica que no va en detrimento de una apariencia sofisticada (la intervención del ordenador es constante) que sus artesanos han trasladado también a la confección del guión, un relato de reconstrucción familiar que asume la profecía, ese motivo trascendental del mito, como algo esencialmente emocional, íntimo.

También por las cualidades y referencias de su historia. El orientalismo exótico de Kubo, relato ambientado en un Japón feudal de fantasía, no podía estar más alejado que el de productos de estudio como Kung Fu Panda y secuelas: el filme de Travis Knight, a la sazón director del studio, asimila sus referencias japonesas con integridad y honestidad, alejándose de todo asomo de ramplonería hasta el extremo que resulta extraño encontrar un filme de animación familiar en el que no todas las piezas encajan desde el comienzo, que se atreve incluso a exigirnos un par de saltos de fe a la hora de asimilar determinados conceptos sobrenaturales sin que medie explicación alguna.

No se asusten, se trata de un rasgo más de talento en una historia cuyo último objetivo es reivindicar la transmisión de historias para perpetuarnos, sobrevivir, y que en este sentido resulta tan abrumadoramente triste como esperanzadora. Y en este sentido, Knight y Laika consiguen un relato con momentos espectaculares pero, también, sobrecogedores. No tengo ni idea de si Kubo es una obra maestra (algunas líneas de diálogo no hacen honor al resto) pero es un filme ambicioso y emocionante en un panorama cinematográfico que por comparación a la presente, parece inmediatamente adocenado.

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