Menú
Juan Manuel González

Crítica: 'Blanco Perfecto' (Downrange)

Atrapados en una carretera aislada, unos chicos se convierten en el objetivo de un francotirador. Lo que sigue son vísceras, sangre y cabezas explotando.

Cuando en los títulos de crédito de la legendaria Halloween de John Carpenter acreditó al villano simplemente como "The Shape" (la forma) dio comienzo la revolución: una era de psicópatas entendidos como encarnaciones puras de un mal primordial e invencible dispuestos a volver y volver de la tumba a aniquilar jovencitos más o menos vírgenes. Han pasado algunas décadas, y dejando de lado la secuela de aquel título que se presentará el próximo octubre, algunas cosas han pasado en un género que, por otro lado, sigue dando coletazos de vida.

En Blanco perfecto, el japonés Ryuhei Kitamura repite esa fórmula, solo que sustituyendo al perseguidor del machete por un peligroso tirador escondido en una zona recóndita y sin cobertura móvil... pero igualmente dispuesto a aniquilar a un grupo de amigos. Cabe agradecerle al japonés su buena disposición a la hora de horrorizar al espectador: la textura sucia de la sangre en el asfalto, el sonido líquido de las perforaciones, las terribles deformaciones en el rostro causadas por las balas... Blanco Perfecto no escatima sangre y tripas, y demuestra cierto talento alargando las situaciones y los golpes de efecto, algo fundamental en un suspense minimalista como el presente, solo que internándose sin tapujos en el "torture porn" de la antaño popular saga Hostel o remakes como el de La Matanza de Texas (del que literalmente copia uno de sus planos más memorables, aquel en el que la cámara atraviesa la cabeza de una víctima a través de su herida...).

Lamentablemente, la película apuesta por cierta idea de terror "lúdico" que, en sí misma, ese tan propio de sagas como Hatchet o Piraña, no tiene nada particularmente malo, pero que esta vez deja fuerza a deshechar ciertas connotaciones reales, muy propias de la narrativa gótica estadounidense, que hubieran sustentado el relato y que resultan evidentes en esa figura del tirador sin identidad. Esa imagen, la de un soldado casi cavernícola erigiéndose sobre el capó de un coche, parece ahora más que nunca anclada al imaginario de los horrores reales USA, acosados por dramas similares cada cierto tiempo, y la película no hace nada particularmente interesante con ello, conformándose con un guiño a esos horrores de VHS con música de sintetizador que se derivaron del hallazgo carpenteriano. Ya no hay nada particularmente abstracto en ello, solo un desenlace que, además de sufrir ciertas decisiones de montaje discutibles, pierde la intensidad y el dramatismo de los mejores momentos de la película, que los tiene dentro de su asumida modestia, forzando a Blanco Perfecto a quedarse un poco en tierra de nadie en lo suyo.

Temas

En Cultura

    0
    comentarios