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Juan Manuel González

Crítica: 'La Monja', el nuevo spin-off de 'Expediente Warren (The Conjuring)'

La monja de 'Expediente Warren' se permite todos los trucos en su película... que no obstante funciona.

Hay al menos dos maneras de afrontar una película como La Monja. Una de ellas es lamentar la deriva del género, que incluso cuando osa homenajear el horror clásico (titulos que, recordemos, en algún momento fueron modernos) como El Exorcista o la filmografía de la Hammer, riega de sustos y subidas de volumen la narración para que, ya saben, su audiencia millenial (y no tan millenial) no saque el teléfono móvil en la sala. Otra es aplaudir el descaro de sus creadores, que han facturado el tercer spin-off de la troncal Expediente Warren (la monja del título era la villana de la segunda entrega de la saga, El Caso Enfield) con la voluntad de 1) entregar un decente parque de atracciones a esa audiencia, y 2) recaudar el mayor dinero posible gastándose cuanto menos, mejor (La Monja está presupuestada en unos escasos 22 millones de dólares, y la predicción es que recaude al menos 40 en su primer fin de semana americano).

Vamos a decirlo ya: La Monja dirigida por Corin Hardy nunca llega a decidirse por un camino u otro. Por un lado resulta loable su voluntad de asustar desde su primera (y excelente) secuencia de apertura, cosa que consigue a menudo desde el momento en el que sus protagonistas, el padre Burke (Demian Bichir) y la joven novicia Irene (Taissa Farmiga), se quedan encerrados en el tétrico convento rumano donde tiene lugar la totalidad de la acción. Pero el filme fracasa estrepitosamente a la hora de montar una historia interesante de por sí, al margen de un (excelente, alucinógeno) giro de guión que precipita la película a su tercer acto.

La acción de La Monja nos tralada a Rumanía, en el año 1952. Tras la muerte por aparente suicidio de una novicia, el Vaticano envía al padre Burke (Demian Bichir) a investigar los acontecimientos. Con él viaja la joven Irene (Taissa Farmiga), que aún no ha jurado sus votos, por razones que solo averiguaremos más adelante. El objetivo del Vaticano, por supuesto, es otro bien distinto: combatir una fuerza maligna surgida desde las mismísimas entrañas del monasterio, una fuerza que ha adoptado los ropajes de una de las novicias del convento... y que muchos espectadores ya conocen.

La gran virtud del filme del joven director Colin Hardy es transmitir la impresión de que, efectivamente, las recias paredes de piedra de la fortificación están ideadas no para protegerse sino para contener. Este concepto sirve a Hardy, que no llega al talento de James Wan a la hora de transmitir inquietud con recursos básicos, para hibridar la saga troncal de los Warren con la mitología y estética de la británica Hammer Films, cosa que ya apuntó el propio Wan con la ambientación británica de su secuela. La Monja no renuncia a la constante cadencia de sustos del director malasio, pero a menudo logra compaginar su estilo con los requerimientos de un horror atmosférico, de una atmósfera opresiva... pero en absoluto sutil (al fin y al cabo, el horror europeo nunca ha destacado precisamente por ello). Algunos dirán que resulta triste, otros que no es un mal remedo de la tradición, pero lo cierto es que La Monja se sitúa cómodamente como el mejor spin-off de la franquicia ideada por Wan.

Resulta una pena, por tanto, que la película trastabille a la hora de describir el Bien, cuando ha hecho varias cosas bien a la hora de presentar el Mal. A partir de una determinada secuencia cerca del desenlace, Virgen María de por medio, La Monja baja el listón y se dispone a agradar a todo el mundo, por si acaso alguien salía descontento del carrusel. Sus interpretaciones no siempre brillantes, pero a menudo carismáticas, le sirven de sostén a la hora de caer en ciertos ridículos, el principal de ellos la inseguridad que mencionábamos arriba: esa voluntad de dar un susto incluso en escenas donde no hay razón descubre, precisamente, el truco de una película que se permite todos. Pese a ello, hay brillantes secuencias de terror (ver aquella en la que Irene despierta de una pesadilla... para descubrir que hay alguien en la habitación) y suficiente eficacia en los detalles ominosos (esa lágrima furtiva en el rostro de una de las monjas) para convertir la película en una atractiva montaña rusa previa a Halloween.

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