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Santiago Navajas

Dolor y gloria de Antonio Banderas

Que haya pasado por la experiencia durante los últimos 40 años sin apenas un rasguño en el alma es ya merecedor de un galardón.

En un certamen donde todas las quinielas apostaban por Pedro Almodóvar para ganar la Palma de Oro por Dolor y gloria, ha sido Antonio Banderas, su actor protagonista, el que se ha llevado el premio a la mejor interpretación. Sin ver el resto de películas cabe suponer que la que se ha llevado la Palma a Corea del Sur, Parásito de Bong Joon-ho, es superior a la del español, interesante y valiosa pero desequilibrada y complaciente, por la brillante microcrítica que hacía Marcelo Alderete, mensaje a Loach incluido, en Twitter:

Volvió Bong Joon-ho a lo grande. Parásito es una comedia social negrísima, demoledora, filmada en estado de gracia y con un final que te liquida. Se puede hablar del estado del mundo y hacer gran cine. O quizás solo Bong pueda. Ya no sé. En tu cara, Ken Loach.

Respecto a Antonio Banderas alguien podría igualar su trabajo pero no superarlo porque es sencillamente perfecto. Desde las primeras películas de Banderas con Almodóvar en los años 80 (Laberinto de pasiones, Matador, Mujeres al borde de un ataque de nervios) hasta su regreso a España (La piel que habito, Dolor y gloria) tras su paso por Hollywood (Philadelphia, Femme Fatale) ha sido siempre un actor temperamental pero también meticuloso. Alain Delon, que recibía al mismo tiempo que el malagueño una Palma de Oro de Honor, contaba que en su primera película recibió un consejo que ha aplicado el resto de su carrera "No actúes, mira como me miras, habla como me hablas, escucha como me escuchas. No actúes, vive, sé tú mismo".

Banderas consigue sus mejores interpretaciones cuando es él mismo e interpreta desde la mirada de su propio ser, hipnótica, densa, profunda. Si en las primeras películas de Almodóvar era jovial y un tanto enloquecida, reflejando el espíritu caótico y divertido de la Movida, en las últimas películas, en La piel que habito y sobre todo en Dolor y gloria, es delicadamente transida alcanzando a transmitir el dolor físico pero sobre todo moral del protagonista, mucho mejor que con la puesta en escena de Almodóvar como siempre lastrado por un guión desequilibrado y una estilización afectada.

Al elenco de ganadores del premio al mejor actor en Cannes –que arranca nada menos que con la genial interpretación de Ray Milland en la película de Billy Wilder Días sin huella (1946) pasando por Edward G. Robinson y Marlon Brando, o los españoles José Luis Gómez, Fernando Rey, Landa, Rabal y Javier Bardem–, Banderas une su talento para afrontar con igual desparpajo trabajos ligeros y espumosos, como en La máscara del zorro en plan Errol Flynn, y tareas ciclópeas como es la enfrentar sin descomponerse la exigencia de alguien tan metódico como Almodóvar, al que cabe criticarle la falta de pericia en la realización de los guiones o confundir el estilo con el manierismo, pero al que hay que reconocerle que sabe exprimir a sus actores hasta dejarlos sin una gota de su ser al servicio del buen estar de sus personajes. Que Banderas haya pasado por la experiencia durante los últimos cuarenta años sin apenas un rasguño en el alma, y con la fibra interpretativa curtida y acerada, es ya merecedor de un galardón.

Delon es Delon como Bogart es Bogart o Wayne es Wayne. Del mismo modo, Banderas es Banderas. La Palma de Oro no es más que la constatación de que su fértil carrera está recién entrada en su etapa de plenitud, lo cual es una gran noticia para el cine y también, dada su vocación empresarial, su visión liberal y su talante innovador, para el mundillo artístico español, tan habitualmente estrecho, estreñido y sectario.

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