Si algo agrada y destaca de Parásitos, aunque nos sorprenda demasiado si se conoce la trayectoria del surcoreano Bong Joon-ho, es la enésima demostración de la ductilidad del cine de género y su valor como herramienta... en manos de todo aquel que, por supuesto, realmente quiera hacer algo con ella. Ganadora de la Palma de Oro del Festival de Cannes, alabada en los festivales de Sidney o San Sebastián, Parásitos juega en esa liga: es una parábola social (lo que a buen seguro habrá seducido a jurado y crítica de esos eventos) que adopta forma de comedia negra, thriller de suspense e incluso, desde los márgenes, el subgénero de las invasiones domésticas, el de vampiros o el cine de fantasmas... con éxito desigual pero resultados altamente interesantes.
El autor de Snowpiercer, The Host o Memories of murder narra en Parásitos la historia de una familia de clase baja, los Taek, que entran a trabajar, de una manera entre hilarante y diabólica, en la lujosa casa de los Park, unos ricos cuyos hijos necesitan clases extraescolares. El cómo progresivamente los Taek "parasitan" a los Park ocupa la primera hora de un largometraje probablemente demasiado (ejem) largo, pero que en su segunda mitad depara ese festival de sorpresas que, por otro lado, no sorprenderán demasiado a los fans del cine de Bong Joon-ho.
Porque ya sabemos lo que eso significa para el coreano, que inserta una serie de giros y golpes de efecto que no solo llevan la comedia al drama (eso sería poco tour de force para Bong Joon-ho) sino que le sirven para mojar los pies, en ocasiones poco y en ocasiones mucho, en subgéneros del thriller inesperados en un drama social. Si algo distingue Parásitos de las mencionadas arriba es su mayor dependencia de la metáfora que la sostiene, siendo a la vez ésta más restringida y limitada (en escenarios, personajes, ideas) que la de los filmes de fantasía que le dieron la fama (en The Host, al fin y al cabo, había un monstruo, en Snowpiercer un tren...).
Sin salvar del todo esta característica, en ocasiones un defecto y en ocasiones no, también es cierto que todo en Parásitos resulta más fluido, poético, natural y eficaz que otras propuestas previas como la mediocre Okja. La elegante, malévola y brillante puesta en escena del director, con un ojo magistral para diseñar planos interesantes, y la labor de todo su reparto (incluyendo su actor fetiche, el brillante Song Kang-ho) juegan siempre a favor en este juego a la hora de decorar y equilibrar forma y fondo. Cuando el filme es una comedia negra disparatada resulta divertida y dinámica gracias a la complejidad de unos personajes tan simpáticos como oscuros (ni los ricos son malos ni los pobres buenos); cuando toca jugar la carta de una "home invasion", Parásitos es tensa y divertida; e incluso cuando se nos sugiere sutilmente que en cierto modo todo esto podría ser un cuento de fantasmas, o de vampiros, se trata de una adición que resulta poética e interesante. Pero es su demoledor y pesimista mensaje lo que prima, y éste queda bien claro en sus compases finales: una visión de la lucha de clases y las distancias insalvables que nos separan que resulta sorprendente, brillante... y entretenida.