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Juan Manuel González

Crítica: 'La Gran Mentira', con Ian McKellen y Helen Mirren

La gran mentira es de esas películas que se vienen abajo cuando tienen que revelar sus cartas.

La gran mentira es de esas películas que se vienen abajo cuando tienen que revelar sus cartas.

El cazador, cazado. O antes se coge a un mentiroso que a un cojo. La gran mentira es un thriller sostenido exclusivamente por las interpretaciones de dos actores excelsos, Ian McKellen y Helen Mirren, y esa idea central que parece ineludible y que proprociona un buen placer culpable, que conduce a la película a un desenlace sorpresa... pero ojo, también uno lamentablemente arbitrario.

La nueva colaboración del director estadounidense BIll Condon con McKellen tras Dioses y Monstruos y Mr. Holmes es uno de esos filmes que están francamente bien en su primera mitad pero que se vienen abajo cuando no deben. En este caso, en virtud de una serie de flashbacks que 1) cambian el tono razonablemente ligero del filme a uno más bien amargo, y 2) son tan aleatorios (o tan "random", que diría algún reproductor de música digital) que se revelan capaces de destruir el entretenido tinglado montado hasta ese momento.

La historia sigue los pasos Roy Courtnay (Ian McKellen), un afable jubilado de quien pronto descubriremos una faceta progresivamente oscura. El estafador quiere hacer caer en sus redes a la viuda Betty McLeish (Helen Mirren) solo para encontrarse progresivamente atrapado en su propia mentira. Lo que comienza como un timo fácil podría convertirse en una verdadera fuente de aprietos para ambos...

Condon conduce la historia con la corrección de una miniserie británica de HBO y la malicia de quien sabe que se guarda un as bajo la manga en un thriller con sorpresa. Ninguna de estas dos características es algo malo, pese a estar quizá demasiado codificadas, pero es él precisamente (junto a buenos colaboradores como el músico Carter Burwell, y por supuesto sus actores) quien logra que La gran mentira tenga interés durante al menos tres cuartos de su metraje.

Pero cuando la película decide que es hora de mostrar sus cartas y que no hay manera de demorarlo más, todo se viene abajo. Imposible describirlo sin caer en revelaciones innecesarias, pero lo que antes era un amable thriller de guante blanco pierde el sentido en un desenlace caprichoso, trascendente, falso y anticlimático. McKellen y Mirren vuelan por encima de ese tercer acto, sabedores de que su reputación a estas alturas no puede mancharse por nada. Y gracias a ellos La gran mentira se ve, y siendo (demasiado) generosos, se tolera.

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