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Crítica de 'Code 8' (Código 8), el éxito de Netflix que nadie vio venir

¿De dónde sale Code 8, la película que figura en lo más visto de Netflix convirtiéndose en todo un éxito sorpresa?

¿De dónde sale Code 8, la película que figura en lo más visto de Netflix convirtiéndose en todo un éxito sorpresa?
Code 8 | Netflix

¿De dónde sale Code 8, una (relativamente) desconocida película que esta semana ha ocupado un dignísimo puesto de cabeza entre las ofertas más vistas de Netflix? De todos los estrenos que parecen surgir como setas y sin avisar en la plataforma de streaming ha sido la película protagonizada por los Amell, los primos televisivos Stephen (Arrow) y Robbie (Expediente X) la que, de una manera totalmente inesperada y durante muchos días, se ha llevado el gato al agua pese a no contar con el apoyo promocional de otro estreno original de Netflix como, por ejemplo, la reciente Tyler Rake.

Para empezar, y quizá esto lo explique en parte, Code 8 no es un original de Netflix pese a haberse estrenado en la plataforma. Se trata de una película independiente basada en un cortometraje de 2016, de igual título y mismo director, que, pese a pasar por último Festival de Sitges, nunca "disfrutó" de un estreno en salas en España (no así en Canadá, su país de procedencia, donde se estrenó en diciembre). Signo de los tiempos, con su discreto estreno en Netflix el pasado viernes 17 de abril la película financiada con tres millones de dólares procedentes del "crowdfunding" ha podido encontrar un público mucho más abundante que el que hubiera acudido a verla en salas debido a, precisamente, su relativa modestia presupuestaria.

Un dinero escaso pero suficiente. Porque pese a su mencionada modestia, que repercute en una tremenda vulgaridad visual y una mediocre banda sonora, a la película de Jeff Chan no le falta ambición. El guión, apresurado a la hora de presentar los personajes y establecer este mundo de ciencia ficción peligrosamente cercano (de nuevo, probablemente por urgencias presupuestarias) pronto empieza a exhibir maneras pese a un apretado desarrollo que impide que, por ejemplo, los personajes de los hermanos Amell establezcan lazos demasiado profundos.

Pero Code 8 sorprende en lo demás, sobre todo a la hora de presentar un relato de ciencia ficción "noir" que bien podría existir en el universo de los famosos X-Men de Marvel si, por ejemplo, a un director como David Ayer (Escuadrón Suicida, Sin tregua) se le hubiera dejado tejer libremente uno de sus thrillers de redención y supervivencia criminal. A ello se suma además una notable dosis de drama y crítica social bien integrada en la ciencia ficción y el thriller, porque motiva por entero las acciones de unos personajes de clase baja sin aburrir al espectador con discursos moralizantes. Chan consigue un áspero discurso social en torno al oprimido, al diferente (ya sea por raza, clase social… o, como aquí, por sus poderes) sin ahogar una historia de género, sin que ello suponga perder claridad o carga crítica. Ya es más que lo que hace un director que, trabajando con grandes estudios, ha acabado cediendo al trazo grueso en sus propuestas de ciencia ficción "social", el sudafricano Neill Blomkamp (District 9, Elysium, Chappie).

El mundo cercano pero distópico en el que los llamados "empoderados" (personas con poderes) son, primero, integrados en el tejido económico y social estadounidense y, después y una vez la tecnología permite su sustitución, ser arrinconados o perseguidos, admite en efecto paralelismos con fracturas sociales muy presentes en muchas sociedades avanzadas. Los "empoderados" como Connor (Robbie Amell), un joven obrero obsesionado con curar a su madre, se resignan a vivir una vida mediocre y marginal, acorralados por el paro y la pobreza y avocados, como él, a la delincuencia. La película, aun jugando con los tópicos de las películas de superhéroes, opta como el propio Connor por una tercera vía compaginando drama social, relato policial y ciencia ficción superheroica con nobleza. Pese su aspecto de película ordinaria, barata (común a tantas propuestas televisivas de relumbrón, por cierto) resulta muy, muy resultona.

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