
El estreno en Disney+ de Pinocho, el último de los remakes Disney de sus títulos animados, está sirviendo en bandeja de oro la oportunidad de hacer leña de un supuesto árbol caído. Su director Robert Zemeckis, responsable de la trilogía Regreso al Futuro, ¿Quién engañó a Roger Rabbit?, Forrest Gump o Náufrago, entrega efectivamente uno de sus títulos más flojos, pero en absoluto exento de interés.
La película sigue a pies juntillas la adaptación Disney del cuento de Carlo Collodi, ya evidentemente dulcificada pero con retazos inquietantes. Y en ella Zemeckis logra infiltrar la que ha venido siendo una de sus principales preocupaciones como creador de imágenes: la integración de las imágenes digitales (aquí materializadas en un niño de madera, pero también en casi todos los entornos y decorados del film) con elementos y actores reales. En este sentido Pinocho se revela una película suficiente, aunque quizá menos avanzada que otros precedentes en su filmografía como Polar Express, Beowulf o Cuento de Navidad (casi todas ellas, por cierto, infravaloradas de uno u otro sentido) pese a la excelencia de ciertos pasajes (no así la imitación del agua en su sección en la ballena, sorprendentemente descuidada).
Zemeckis, como tantos otros autores veteranos que triunfaron en los ochenta y noventa, navega ahora en una industria muy diferente a cuando tuvo sus primeros éxitos. Solo Steven Spielberg, a cuya sombra dio sus primeros pasos con comedias más bien negras como Frenos rotos, coches locos o el guión de 1941, parece permanecer más o menos incólume al cambio de gustos en un público cada vez más seducido por las franquicias comerciales. Una paradoja en tanto él y otros cineastas probablemente pusieron las primeras piedras en un camino que ahora Hollywood transita con una mezcla de horror e incertidumbre.
Incertidumbre que se demuestra en el hecho de que una superproducción como Pinocho se estrene en streaming (como regalo a los suscriptores en el denominado "Disney Day" en vez de en salas, pese a disponer en su realización de colaboradores de primera fila, habituales de Zemeckis, como el director de fotografía Don Burgess, el músico Alan Silvestri y, por supuesto, el actor Tom Hanks, ejerciendo aquí de un episódico Gepetto.
Todo en Pinocho revela cierta falta de potencia y peso fílmico, necesarios para convencer al espectador y los críticos de que este nuevo remake es -odiosa palabra para defender o defenestrar una película- "necesario". La obra de Zemeckis no lo consigue, pero justo es defender muchos puntos que a los seguidores del director no les serán ajenos en absoluto. En primer lugar, un soterrado aliento "kitsch" que se aplica a los postulados más blancuzcos de la factoría, en este caso el de a diversidad racial, que a la vez que cumple el expediente da una fina, finísima mirada de ironía a esa nueva norma (representada sobre todo por la presencia de Cinthia Erivo como hada mágica). Y, en segundo, en lo mucho, mucho que recuerda la presencia de relojes en el taller de Gepetto al comienzo de Regreso al Futuro, así como los paralelismos de la relación del pequeño Pinocho con su padre ¿biológico? y la que mantenían Marty McFlay y Doc Brown en la famosa trilogía de viajes en el tiempo de Zemeckis. Todo en el cine de Zemeckis, que busca la excelencia técnica, versa sobre cierta idea de trascendencia y a la vez vacuidad del ser humano.
Encadenado probablemente por la necesidad de ceñirse a la película original de animación, pero a la vez seducido por sus posibilidades visuales (nadie parece tomar nota de la planificación de las escenas de diálogo del realizador), Zemeckis entrega una amena película sin pretensiones que, en su equilibrio entre el respeto a la moralidad y cierta voluntad de negrura ajena a sentimentalismos, demuestra sus habilidades de narrador. Pinocho no encuentra problemas tampoco para resultar pertinente en este bien entrado siglo XXI y el dichoso Metaverso, tan necesitado de verdades y una identidad propia como el propio niño en convertirse en un ser "real" de carne y hueso, como una suerte de androide de madera tratando de ganarse la carne y la sangre... (el ambiguo final, anticlimático como es, sin embargo otorga un renovado significado a esta tesis). Tirando de ese hilo de la marioneta se deduce que no, este remake en imagen real/digital no es en absoluto tan inútil y horrible como lo pintan.

