
El mundo de las franquicias y propiedades intelectuales tiene algo que aprender con el caso de Warner y DC. Para mal, quiero decir. La gran saga que comenzó pilotada por el director Zack Snyder con El Hombre de Acero (que, casualidades o no, estrena el mismo fin de semana Rebel Moon para Netflix tras haber sido despedido por el estudio) ha acabado, tras varios cambios de rumbo, con esta secuela de Aquaman de manera bastante poco ceremoniosa. Mientras tanto, los rumores de fusión de Warner, estudio centrado en reducir deuda y gastos aún a costa de vender su propio material a otros, continúan, y el nuevo gerifalte de DC, el director James Gunn (Guardianes de la Galaxia) anuncia un nuevo plan que nadie virtualmente pidió salvo él mismo, tirando -en principio- a la basura todo lo realizado durante los últimos diez años.
Dejando de lado semejante maltrato jamás visto al fan, del lío narrativo que supone, la secuela del que, paradójicamente, es el filme más taquillero de universo DCEU ha sido a su vez víctima de la que probablemente es la peor campaña publicitaria recordada recientemente: al margen de los resultados de la película que vuelve a dirigir James Wan (Expediente Warren, Silencio desde el mal, Insidious) que ahora comentaremos, Aquaman 2 se ha dejado caer finalmente en los cines tras varios retrasos, cambios y declaraciones poco acertadas de sus responsables mientras el nuevo mando iniciado por Gunn se dedica a mirar hacia otro lado.
Lo cierto es que una vez vista Aquaman y el Reino Perdido la cosa no es en absoluto desastrosa. Es más, supera la media de los últimos filmes de la ya no tan querida competencia de Marvel Studios pese a la evidente devaluación a la que se ha sometido al producto inicial. La película no mejora los resultados de la primera entrega, una brillantísima película que llevaba por el camino del exceso camp y la aventura heroica la mitología del superhéroe de cómic, y en la que Wan lograba plasmar, de manera subterránea y sin darse demasiada importancia, todo el bagaje técnico logrado en el cine de terror. La secuela es, efectivamente, una película que sufre los líos de montaje impuestos por el caos pilotado por Gunn y el productor Peter Safran, cuyo humor de rebajas arruina la búsqueda de la épica, pero el buen hacer visual del realizador impide en bastantes ocasiones el desastre.
Entre un lamentable y arrítmico comienzo que se prolonga en su última secuencia (¿quién dijo a Gunn y Safran que copiar el final del primer éxito de Marvel era buena idea?) Aquaman y el Reino Perdido coge aire una vez encuentra la excusa adecuada para recuperar al carismático Patrick Wilson, que de villano pasa a emular junto a Jason Momoa las dinámicas de colegueo de Thor y su hermano Loki en la saga de Marvel. Aquí el guion de David Leslie Johnson no da la talla y las gracias entre ambos no siempre funcionan debido a, sobre todo, la deriva bufonesca tomada por Momoa en sus últimas películas, pero el tono de buddy-movie o peli de colegas con el que Wan trata de impregnar al relato es reconocible y tremendamente grato.
Eso y la larga sección que en realidad es el cuerpo central de la obra, una aventura fantástica desmelenadamente pulp con monstruos, isla perdida, base secreta y maquinaria steampunk, resultan en una auténtica gozada que Wan dirige con todo el amor posible, presentando secuencias de operístico desmadre submarino realmente entretenidas que podrían haber sido escritas por un feliz Edgar Rice Burroughs o, simplemente, cualquier entonado guionista de serial televisivo o comiquero con un ojo puesto en las películas sesenteras de James Bond.
Aquaman y el Reino Perdido, que cuando es buena es la mejor y cuando es mala al menos no se da importancia alguna, tenga que luchar contra el terrible remontaje de secuencias impuesto desde fuera en ciertas secuencias clave (especialmente triste es el evidente recorte de diálogos a Amber Heard en el enésimo caso de cultura de la cancelación) y que por ejemplo obliga a precipitar la película hacia el acto final anulando cualquier posible poderío dramático o romántico de sus personajes, es un triste cantar que sin duda aminora las bondades de una secuela maltratada desde su propia concepción… y que ahora tendrá que encontrar su público pese la evidente intención de sus responsables de enterrarla viva.
La secuela de Aquaman sufre por todo ello de un devenir previsible y rutinario dentro de la ya conocida fórmula de cine de superhéroes, manifestando los peligros de la "marvelización" desesperada venida directamente de los despachos. Pero hay en ella una línea clara en su desarrollo dramático, con golpes de humor afortunados y, sobre todo, excelentes secuencias de acción digital que devuelven al camp parte de la grandeza perdida sin tampoco necesidad de extirpar toda su ironía. Puro cine, a pesar de todo y de todos, que no obstante parece llegar en el peor momento posible y en el peor de los envoltorios. Es una pena, eso sí, que el filme se haya deshecho de toda la alegoría heroica de la primera entrega... pero que haya tanta gente tratando de matarla en vida no hace sino aumentar mis simpatías por ella.

