
Hay que películas de las que se hace necesario no saber nada antes de acometerlas, y Desconocidos, de Andrew Haigh, es una de ellas. Lo que comienza como una suerte de oda en clave de drama gay a la procrastinación pronto deriva, en manos del realizador y un ajustado reparto, en un filme que añade capas turbias y existenciales a la salida del armario de Adam, un joven guionista de televisión en crisis que vigila un melancólico Londres desde su torre de pisos mientras, cuidado aquí, realiza esporádicas visitas a la casa de sus padres.
Basada en la novela de Taichi Yamada, Haigh realiza en Desconocidos un verdadero ejercicio de desnudez emocional que, si bien comienza como afirmación generacional y romance gay (Adam, encarnado por un excelente Andrew Scott, se lía con su vecino y único habitante del condominio) pronto atraviesa la coyuntura citada integrando la aventura sentimental en un todo mayor. Uno en el que la figura del fantasma, ya sea como ente o como recuerdo, cobra una entidad arrebatadora. La deriva hacia el thriller de suspense e incluso fantástico está narrada, sin embargo, con un ánimo reflexivo y alucinado que mantiene el vilo al espectador en torno a la credibilidad del relato, la del propio Adam y en la que Haigh demuestra madurez y responsabilidad con el cuarteto protagonista.
No está nada mal para una película que rehúye en todo momento el melodrama y antepone texturas fantasiosas y ánimo introspectivo a los sucesos que el protagonista, interpretado -repetimos- por un carismático Andrew Scott, arrastra en su memoria. Como si de un olvidado drama sobre la mortalidad se tratase (¿se acuerdan de la olvidada Tránsito, de Marc Forster?) y un relato fantástico a lo Shyamalan, Haigh pone estos motivos al servicio del autoexamen de un hombre en el mismo borde de la vida y la muerte. El resultado consigue mantener la inquietud durante hora y media hasta un desenlace en el que los (falsos) finales se encadenan como pequeñas bombas de racimo para el espectador. El definitivo, a ritmo de "The Power of Love" de Frankie Goes to Hollywood, deja en evidencia a todos los títulos nominados al Oscar este año en cuanto a impacto emocional.

