
Cineasta divisivo y polémico vaya usted a saber por qué, el norteamericano Zack Snyder es un cineasta sin miedo al ridículo. Tras la espantada de DC Comics y refugiado en Netflix, el director (y aquí también director de fotografía) ha pergeñado con Rebel Moon su propio Star Wars, reciclando un concepto propio rechazado por Walt Disney para un filme de aquella franquicia. Lo ha hecho con una película dividida en dos partes en virtud de esa nueva forma de consumo y distribución que permite estrenar en casa y que es, al tiempo, una de las mejores peores características de la obra. Y es que, como idea de entretenimiento serializado, Rebel Moon arroja notas interesantes (no es tanto una saga sino un único filme estrenado en dos mitades) como, a la vez, frustrantes: Snyder no ha tenido, como en otras ocasiones, la figura de un productor y coguionista fuertes que aporten su visión al relato y eso hay que lamentarlo.
El resultado de esta La guerrera que deja marcas es más fluido que la primera mitad estrenada en diciembre: la primera hora consiste en una apología de la vida rural, con entrenamiento de por medio, y la segunda una gigantesca batalla campal donde Snyder da rienda suelta a su infinita capacidad visual (y a unos FX sin mácula). Obviamente, Rebel Moon 2 es la misma película que Rebel Moon 1, de modo que aparece afectada del mismo tono y las mismas características, y también algunas carencias, que han motivado que la crítica y el público ansioso de emitir un tuit gracioso en redes sociales entierren el filme como algo grotesco. Da igual que los personajes emitan diálogos solemnes y más bien estúpidos, que lo hacen: Snyder hace tiempo que filma elegías, que rueda mitología. No hay verdad íntima o "real" en unos personajes risibles y un devenir que avanza a golpe de intro de videojuego en una película que, no obstante, imprime Leyenda y Memoria como ninguna otra producción franquiciada reciente.
Rebel Moon. La guerrera que deja marcas es, por eso y al margen de lo que diga Netflix, sus críticos o el propio Snyder, una ración de cine puro, simple y sencillo al margen de su conflictivo modelo de distribución (sin cines, allí donde el espectáculo que proporciona Snyder es capaz de brillar) y una narrativa que confía en la serialización para generar secuelas pero, a menudo, poco refinada. No hay miedo al ridículo en esas escenas de labranza y apología rural a cámara lenta, una suerte de Ángelus de Millet latiendo con el corazón de Gladiator; en la indisimulada pero casi erótica caracterización nazi de los villanos; en unos diálogos recitados por personajes que parecen conscientes de figurar en un friso del Partenón. Ni, desde luego, en la impresionante batalla de una hora que cierra la aventura, una joya cinematográfica donde se mezclan mil estilos y situaciones vistas, pero que pasa en un suspiro. Rebel Moon es un niño jugando con sus juguetes, y ese niño es Zack Snyder.
El director de El Hombre de Acero, la película en la que Superman partió el cuello al general Zod (ganando de por vida el odio de los fans a su director) sin duda está reciclando proyectos abortados del pasado en su contrato con Netflix, pero a la vez dirige su propio sueño y lo hace sin destilar, igual que actúan ya genios visuales en proceso de probable exilio de la industria como el veterano Michael Mann y el cada vez más insolente Michael Bay. Nada es real, todo es idealismo bélico, fábula libertaria y sueño rebelde en una película donde los mitos griegos y el videojuego Playstation se alían con una ingenuidad y arrojo suicidas. No es poco en un panorama tan cínico y solo por eso, la aplaudimos.


