
Secuela tardía de Twister, principal artífice del revival del cine de catástrofes de los 90 en virtud de los (entonces) nuevos efectos digitales, la aquí presente Twisters sustituye el alucinante cinetismo del europeo Jan de Bont por otra serie de presupuestos, los servidos el nuevo director por Lee Isaac Chung. Si el holandés provenía de la dirección de fotografía y, por tanto, de la pura imagen, impregnando de alucinante realismo la aventura de tornados que arrasó en verano del 96, Chung lo hace del ámbito del guion y del cine independiente. Esta diferente artesanía -porque ambas películas la tienen- determina las diferencias que hay entre esta "legacy sequel" y la original, que en el fondo la resume una frase del formidable Glen Powell durante la propia película: lo que determina la escala del tornado no es su tamaño o velocidad "per se", sino la estela que destrucción que deja... una destrucción que puede ser tanto material como psicológica.
Una destrucción entendida como factor subjetivo que es una de las señales que deja Chung para caracterizar Twisters, película que en todo aso trata de seguir a pies juntillas el ejemplo de la anterior. Con el espíritu de una película Amblin por bandera, la nueva aventura mejora, de hecho, algunos de sus momentos: el prólogo en el que se estampa el trauma de la protagonista no se basa en esa poderosa imagen del candado que cede, pero por otro lado conserva y aumenta el impacto; el desenlace en el interior de un cine (en el que los supervivientes escapan donde antes estuvo la pantalla: toda una declaración de principios en tiempos de preeminencia del streaming) guiña el ojo al plano más imperecedero de ésta; y toda la sección que tiene lugar en el granero, que Chung ultiliza para sellar la relación entre los protagonistas, funcionan realmente bien. En resumen, Twisters no tiene la sorpresa de una película de FX digitales de mediados de los 90 pero sí posee la amabilidad de una película de verano perdida cada vez más lejos en nuestra memoria.
Si la sorpresa de los FX digitales ya no existe, revelándose la original como una película igual de lograda en ese aspecto que esta, casi 30 años posterior, Twisters al menos supone un regreso, si acaso temporal, a otro modelo de blockbuster que va resultando igual de añejo que las películas de catástrofes. El diseño de sonido sigue siendo atronador y Chung trata de que todos y cada uno de los acercamientos a los tornados sean inmersivos, lo que automáticamente coloca su cinta de aventuras como un ejemplo aparte de todo el cine de superhéroes de la última década. Hay un acento claro, también, en reforzar el carácter de los personajes y en abordar con cierto misterio la relación romántica entre Daisy Edgar-Jones y Glen Powell, como en esas escenas bucólicas en los campos de Oklahoma y ese montaje paralelo entre ambos y -quién quiere sutilezas en un blockbuster- dos tornados que chocan. Hay cosas en ese sentido que esta Twisters redondea incluso mejor que la anterior.
Muy bien, por tanto, este tardío regreso al mito de los 90, en la que Chung, de paso, acierta en dos cosas: por uno, pone el acento en el modo de vida idílico de la América rural de manera auténtica y sin ideología, y por otro, coloca a su protagonista en el lado de los presuntos "malos", esos cazatornados corporativos que en la película original lideró Cary Elwes, confrontados ahora con una panda de youtubers desorejados a la búsqueda, inesperadamente, como los últimos defensores de una experiencia vital real. Ahora todo se basa en establecer un diálogo con esa América de especuladores inmobiliarios y explorar la capacidad de redención de cada uno de ellos en pos de un modelo algo más humano, algo que la película expresa con suficiente integridad e inteligencia.

