
A caballo entre el thriller y el terror, la carrera del casi siempre interesante Brad Anderson se ha movido con un equilibrio casi premeditado entre modestia y autoría, cine y televisión. El director de El Maquinista o Transsiberian aborda en La hora del silencio la que, en realidad, es una de sus películas más ligeras: lo que inicialmente parece un severo procedimental policial sobre el policía Frank Shaw (Joel Kinnaman) tratando de acostumbrarse a su sordera progresiva, pronto se descubre como una variación modesta de Jungla de Cristal, con el protagonista protegiendo a una testigo sordomuda en un edificio en obras durante una interminable jornada de persecución.
La premisa, similar a la de algunas otras películas recientes de "detective con discapacidad" (Sombras del pasado con Russell Crowe, La memoria del asesino con Liam Neeson, Noche de Paz, con el mismo Joel Kinnaman quedándose mudo...) se revela entonces como una entretenida mezcla de los policiales de David Ayer y la serie B indisimulada de Luc Besson. El film, que -hay que decirlo ya- necesita de la connivencia de un espectador a la búsqueda de puro cine de género, se vale de la casi automática química sexual entre Kinnaman y Sandra Mae Frank, actriz sordomuda que sabe cómo eliminar de raíz cualquier tipo de condescendencia hacia esta "Jungla de Cristal" sin audición, y del recuerdo de esta variante desaparecida del cine espectáculo convertida ahora en pasto de serie B.
No pasa nada: evidentemente esto no es Hijos de un Dios menor, y la falta de pretensiones del producto, que muestra la torpeza de los maleantes y también de los héroes sin demasiados ambajes, compensa en parte el giro argumental absolutamente previsible en torno a uno de los personajes principales. Si dejamos a un lado ese elemento y el escaso trabajo del guion, la película tiene una razonable tensión y Anderson sabe gestionar las escaramuzas y tiroteos con oficio y una modestia bien gestionada gracias al equilibrio entre el pesimismo habitual del director, ciertos arrebatos emocionales entrañables y dos actores protagonistas perfectamente válidos.

