
Presencia constante e insobornable del cine de Hollywood, el director Steven Soderbergh parece haber tocado todos los palos de la industria, tanto a nivel de producción como de género. Tras ocupar la primera línea con films como Contagio o Traffic o inaugurar el cine independiente de los 90 con Sexo, mentiras y cintas de vídeo, parece tocar el turno a su intentona de cine de terror en la era de productoras de bajo presupuesto como A24 o Neon, que a la sazón se encarga de esta estimulante Presence. Porque el resultado de la cinta, narrada enteramente desde el punto de vista de un fantasma que acosa a una familia, puede calificarse de un tanto irregular... pero a la vez tremendamente interesante.
Y es que, al margen de narrar una película de casas encantadas desde el punto de vista del Más Allá, parte de los méritos de la idea provienen de un lugar inusual que va más allá del mero "pitch", de la gran idea descrita arriba: la propia cámara de Soderbergh, como es habitual en él (y en un fenómeno igualmente insólito que solo se da reiteradamente en el caso del director) firma también la fotografía bajo su habitual pseudónimo de Peter Andrews, también operador de la propia cámara. Eso quiere decir que toda la expresividad de Presence, sus valores narrativos, su emotividad y significado, se desprenden de ese punto de vista de la cámara, hacia dónde se mueve, a quién mira y a quién decide acompañar el mudo espíritu protagonista. La propuesta del guion y su ejecución visual van de la mano, unidas de una forma ciertamente poco común en el cine contemporáneo.
La decisión, que a nivel narrativo ciertamente lastra o limita ciertos pasajes del film (para empezar, fuerza a Soderbergh y al guionista, nada menos que el célebre David Koepp, a delatar demasiado pronto el gran giro que sostiene la intriga), limpia, renueva y hasta cierto punto redime los lugares (muy) comunes de este tipo de argumento visto en Expediente Warren, Poltergeist y mil derivados. Presence, en efecto, más parece un ballet de la cámara con una serie de personajes típicos de este tipo de producciones, pero aún así Soderberg, su alter ego Andrews y Koepp se las ampañan para inyectar una emotividad sin fin en su visión del mito del fantasma. Existe un dolor, confusión y emoción evidentes en lo que hace el invisible personaje del cual nosotros, espectadores, asumimos la identidad. Y el retrato que de él se desprende se escribe literalmente con la cámara, con toda su confusión y amenaza, creando una película tan breve y modesta como estimulante y brillante.
A partir de ahí, Presence aporta un lado oscuro bastante diferencial en los roles de la familia "viva", y pese a acabar con un brusco golpe del destino (que, no obstante, cierra perfectamente el arco de evolución de varios personajes) se las arregla también para retratar los clichés de "familia feliz norteamericana" de una manera oscura, a contracorriente, donde es el padre quien parece llevar los destinos sentimentales de la relación con los hijos, y en el que se advierte (a gritos silenciosos, como los de un espíritu) de ciertos abusos, compañías y peligros cotidianos tan invisibles y bien camuflados... como un fantasma.