
Víctima de una bronconeumonía se acaba de marchar al otro mundo, a la edad de setenta y cinco años, el cómico italiano Álvaro Vitali. Es más que posible que al escuchar o leer simplemente su nombre no acierten a saber quién fue. Ya contemplando su imagen, es posible que les traigan a la memoria algunas de sus películas eróticas que rodó entre los años 70 y 80, caracterizado en el personaje Pierino, versión de nuestro Jaimito, quien se metía en una serie de embrollos a veces sin olerlo ni comerlo, de los que salía más o menos adelante. Siempre con un físico genuino, propio de un niño zangolotino aunque fuera ya un adulto obsesionado con el sexo.
En aquellas películas Álvaro Vitali se rodeaba de bellas "vedettes", dos de las cuales destacaban en el estrellato erótico italiano: Edwige Fenech y Gloria Guida. Dotadas de una espectacular anatomía al lado de Álvaro Vitali mostraban el contraste de su belleza con el físico nada atractivo del cómico, quien además, por imperativos de los guiones, potenciaba ese lado grotesco de su figura.
Álvaro Vitali ganó millones repitiendo en sus películas el mismo patrón de siempre, caso de Jaimito contra todos, Jaimito no perdona, Jaimito, médico del Seguro…Le pagaban noventa millones por película. Arrasaba en los cines. Seguro que espectadores de esos filmes de categoría B, sintiéndose poco agraciados y nada apolíneos, se identificaban con ese Pierino, o Jaimito, que ligaba con mujeres despampanantes. Si ese actor podía llevárselas al catre ¿por qué no yo?, se dirían tales mentes. Por extensión, Álvaro Vitali se parecía un poco a nuestro Fernando Esteso, menos feo éste, con sus aventuras en la pantalla entre bragas, ligueros y tetas. En la misma época de los 70 a los 90 cuando tanto en España como en Italia había auténtica obsesión por ese cine de guarrerías. Pero lo cual no invalida en modo alguno el trabajo actoral de todos esos intérpretes. En Italia siempre funcionó la comedia erótica y Vitali era su mejor representante en los años antedichos. Además, hacía gala de su apellido. Y se casó precisamente con una actriz y cantante que le llevaba de estatura varios centímetros, de la cintura hacia arriba. Mujer que si iba por la calle levantaba encendidos comentarios... No pasaba inadvertida para nadie: hasta los necesitados de operaciones de cataratas la miraban con indisimulado deseo.
Se llamaba Stefania Corona, natural de Montreal, donde nació en 1961. Luego recaló en Roma, que es donde desarrolló su carrera cinematográfica y musical. Era hija de un músico que tocaba la batería y ella misma componía canciones a los trece años de edad. Precisamente en unos estudios de grabación se conocieron ella y Álvaro, quien ya era muy popular en Italia. Si no, siendo tan feo ¿cómo una poco conocida Stefania iba a irse con él? Pero se enrollaron durante siete años hasta contraer matrimonio en 2006. Y tuvieron un hijo, Ennio. Grabaron en los comienzos de su idilio el álbum "Puzzle Souns". Él era quien destacaba en la pareja, el que más dinero ganaba de los dos, y ella, viviendo de las rentas de su marido, porque no fue nunca una estrella. Pero bien que lucía caros modelos y abrigos de visón. Manera de no quejarse de su situación matrimonial.
¿De dónde le venía la popularidad a Álvaro Vitali? Había nacido en Roma, de padre constructor y madre trabajadora en la productora cinematográfica Titanus. Su madre estaba hasta las narices de las tropelías del niño y acabó mandándolo a vivir con su abuela, con quien Álvaro vivió hasta cumplir treinta y dos años. Ella era una consentidora y lo trataba como si fuera un niño carente de mimos.
De jovencito le gustaba gastar bromas, hacer imitaciones de personajes conocidos. Pero se ganaba la vida como electricista. De vez en cuando acudía a algún cásting en los estudios de la capital italiana, los célebres de Cinecittá, donde un día, se fijó en él nada menos que Federico Fellini. Le hizo gracia ese tipo menudo y gesticulante, a quien le dio algunos papelitos en cuatro de sus películas: Fellini Satiricón, Roma, Amarcord y "Los clows". Vitali, flipaba. Pero se cuenta que cuando este comenzó a colaborar con el genio de La dolce vita, Vitali, preguntado por Fellini si conocía alguna de sus películas, le espetó: "Son todas unas mierda, no las he entendido". Parece que a Federico le produjo aquello una carcajada, tomándolo cual un elogio.
Otros realizadores también contaron con él, siempre en apariciones fugaces en la pantalla, junto a Mónica Vitti, Bud Spencer y hasta Vittorio Gassman en un filme mítico, Perfume de mujer, de Dino Rissi. Vitali era siempre ese tipo absurdo que aparecía de repente para provocar la sonrisa del espectador, un bufón, lo que en el caso del cine de Fellini le venía que ni pintado.
Pero no ganaba suficientes liras. Y entonces fue cuando decidió ser protagonista de películas eróticas, apareciendo en calzoncillos o casi desnudo metido en camas ajenas al lado de mujeres de escándalo. Ridículos cometidos los suyos como actor, pero que le proporcionaron, insistimos, popularidad y mucho dinero.
Aquel romano del barrio del Trastévere no fue precisamente una hormiguita, sino que se fundió sus ahorros en llevar buena vida, restaurantes, salas de fiestas, viajes, lujosos trajes, automóviles de primera, y damas despampanantes siempre a su lado; creía que el dinero ganado con sus películas guarras iba a durarle toda la vida. Hasta que se arruinó.
Digamos que su mujer Stefania, estuvo siempre pendiente de él. Que le aguantó toda suerte de desmanes. Amén de enfermedades que Álvaro Vitali padeció durante sus años de casado desde 2006, a saber: asma, infartos, sesiones de diálisis, un ictus, depresiones…
Llevaba el actor cómico dos semanas hospitalizado por culpa de una bronconeumonía. En ese trance, no pudiendo más, Stefania anunció hace pocos días, en este mes de junio, que lo dejaba, que se separaba de Vitali. Mal momento escogió tras haber convivido con él diecinueve años. Pero así ha sido. Y mientras esperaba ella para tramitar el divorcio, su marido dejaba esta vida, que él había gozado hasta sus últimas consecuencias. De ser millonario, llevaba varios años sólo superviviendo gracias a una pensión de mil trescientos euros. Ya entonces no tenía rubias con las que solazarse, ni siquiera con su mujer quien no lo soportaba, y menos en la cama, ya él a su provecta edad con escasas ganas de sexo.


